Revista IECOS, 26(2), 5-7 | Julio-Diciembre 2025 | ISSN  2961-2845 | e-ISSN  2788-7480

 

In memoriam: Juan Aste Daffós (1950–2024)

 

In Memorian

 

https://doi.org/10.21754/iecos.v26i2.2643

Juan Aste, compromiso, solidaridad y alegría | Servindi - Servicios de  Comunicación Intercultural

 

Juan Aste Daffós, egresado de nuestra Casa de Estudios (código 1969), fue un ingeniero economista comprometido con el país, con los derechos de las personas y la defensa de la naturaleza. En su recorrido profesional, fue asesor de sindicatos, comunidades campesinas, comunidades indígenas, asociaciones de agricultores, asociación de defensores del territorio, entre otras; investigador, militante y, sobre todo, una persona comprometida con sus ideales. Fue uno de esos seres que hacen de su vida una sola línea de coherencia: entre el conocimiento y la acción, entre la técnica y la ternura, entre el rigor y la alegría. Su legado no se encierra en sus libros, ni en sus informes, ni siquiera en las leyes que ayudó a redactar: su legado está vivo en cada persona, comunidad y movimiento que hoy continúa luchando por una economía para la vida, por una sociedad colectiva, comunitaria y justa y por territorios libres de contaminación.

Egresado de la Facultad de Ingeniería Económica, Estadística y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Ingeniería y magíster en Gestión Ambiental, también por la UNI. Juan fue pionero en la asesoría económica sindical en el Perú. A comienzos de los años 70, inició su quehacer profesional en el IECOS – UNI y tras participar en una investigación que revelaba las condiciones de explotación de los trabajadores mineros, cambió su rumbo que parecía destinado a la academia. Desde entonces, se entregó a una práctica de la economía aplicada, comprometida y radical, al servicio de la clase trabajadora y de los pueblos para apoyarlos técnicamente, desde la ingeniería económica, en su defensa y en el dialogo a favor de la vida digna, en respeto al paradigma de “vida buena” o “buen vivir” que cada grupo humano tiene en su territorio.

Fue un intelectual orgánico, participó en las grandes luchas de los sindicatos mineros —entre ellas, las históricas movilizaciones lideradas por Saúl Cantoral— y, más tarde, se dedicó al acompañamiento de comunidades afectadas por la minería, el petróleo y las políticas de despojo. Su trabajo técnico fue clave en casos como Tambogrande, donde demostró, con base en el “Valor Económico Total del Valle”, que la agricultura podía tener mayor valor social y ambiental que un megaproyecto minero.

Pero Juan no se detuvo ahí. Fue también articulador en la CONACAMI (Confederación Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería), la Red Muqui y otras redes de resistencia territorial incluida la de su barrio de Salamanca, donde defendió hasta su último momento el parque urbano de cerca de 40 Ha; fue asesor parlamentario entre 2006 y 2017, impulsando leyes como la de reubicación de Cerro de Pasco o el impuesto a las sobreganancias mineras. Una de sus frases más citadas lo resume con precisión:

“El Perú es un país megabiodiverso, pluricultural y multilingüe. No nos definimos por las piedras que tenemos, sino por lo que somos: milenariamente una historia, la producción, manejo sostenible y conservación de nuestra inmensa megabiodiversidad”.

Para Juan, no se trataba de negar la minería, sino de regular su expansión, ordenar el territorio y apostar por alternativas productivas diversificadas que respondieran a los intereses colectivos y no al lucro privado.

“La gente quiere quedarse en su valle, quiere aire limpio, quiere vender sus productos agrarios, tener empleo y posibilidades.”    
“El pueblo organizado sí puede mejorar.”

Rechazaba el falso diálogo que debilitaba a las comunidades y defendía, con radicalidad sustentada, una transformación real. Confiaba en que el cambio debía nacer desde abajo, desde el esclarecimiento político, desde el vínculo con los movimientos sociales. Creía que la lucha no podía hacerse sin alegría, y por eso su compromiso venía también con bicicleta, sonrisa y cariño.

Juan era también Juanito: con ese apodo lo nombraban sus compañeras y compañeros más cercanos, quienes reconocían en él no solo un luchador, sino un amigo entrañable. Tenía la capacidad de ser contundente en una mesa de diálogo y profundamente fraterno en un encuentro comunitario. Abría espacio para nuevas voces, compartía sin reservas sus herramientas metodológicas, y preguntaba con honestidad por los aportes de las demás personas, incluso cuando era él quien más sabía.

Quienes lo conocieron coinciden en que su radicalismo no era emocional ni dogmático, sino profundamente ético. Sabía que ser radical es atacar los problemas desde la raíz. Y por eso vivía esa raíz: en su barrio, en sus viajes por el país, durante una charla, en la bicicleta con la que defendía parques y ciudades vivibles. Nunca fue indiferente, nunca fue espectador.

Como mencionaron en su velorio: “Con él, cada conversación era un viaje de lucha, reflexión y aprendizaje. Confiaba en el pueblo incluso en los momentos más sombríos. Su fe era contagiosa”.

Hoy, desde la universidad que lo vio nacer como ingeniero economista, desde las comunidades que acompañó, desde las calles que recorrió y desde los saberes que compartió con generosidad, decimos:

Gracias, Juan, por tu ejemplo inquebrantable.

Gracias por enseñarnos que la economía puede ponerse al servicio de la vida.

Gracias por demostrar que la radicalidad también puede ser alegre.

Juan Aste Daffós, presente. Ahora y siempre.

 

 

Kely Alfaro Montoya

ORCID: https://orcid.org/0009-0003-6271-7269