Revista IECOS, 26(1), 181-183 | Enero-Junio 2025 | ISSN 2961-2845 | e-ISSN 2788-7480
ANTIFRÁGIL: LAS COSAS QUE SE BENEFICIAN DEL DESORDEN
Reseña de Sergio Corcuera
Universidad Pompeu Fabra, Barcelona, España
E-mail: scorcuera6@gmail.com
https://orcid.org/0009-0008-5423-3690
https://doi.org/10.21754/iecos.v26i1.2519
¿Qué es lo que sucede tras una tormenta? Lo frágil se rompe. Lo robusto se mantiene igual. Pero lo antifrágil es distinto; lo antifrágil mejora.
Esta es la propiedad que acuña el matemático libanoestadounidense Nassim Nicholas Taleb para referirse a los elementos u organismos que sacan provecho del desorden y la incertidumbre, y que incluso la necesitan para sobrevivir. En su libro Antifrágil: Las cosas que se benefician del desorden, nos propone un marco conceptual con el cual identicar la antifragilidad en distintos dominios de la vida humana. En nuestro sistema óseo, en la forma de gobernarnos y administrar la economía, y hasta en los libros que leemos. Todos ellos se pueden situar en algún punto a lo largo de un mismo espectro que va de lo más frágil a lo más antifrágil.
A continuación se revisan las ideas claves del libro, con un especial foco en el ámbito de la creatividad humana: qué es lo que hace a algo antifrágil, cuáles son los estresores que alimentan dicha propiedad y por qué el ingenio muere en ausencia de estos.
Lo antifrágil es más que lo robusto
La fragilidad es una propiedad de un objeto u organismo que se ve perjudicado ante la aleatoriedad y la incertidumbre. Así pues, evitará estos estresores en la medida de lo posible. Lo antifrágil, por otro lado, no se resiente con el azar, el desorden o la volatilidad. Es más, los necesita para sobrevivir.
Taleb asevera que todo lo que tiene vida es, en cierta medida, antifrágil. Pensemos en el cuerpo humano: nuestros huesos y músculos se atrofian si no hay actividad física, y mejoran con ciertas dosis de estrés (entrenamiento cardiovascular y de fuerza). Pensemos en los sistemas inmunológicos: nuestro organismo se debilita si nunca nos enfermamos. De hecho, las vacunas se basan en un principio antifrágil (la hormesis): una exposición a una cantidad pequeña de una sustancia perjudicial refuerza nuestras defensas naturales. La Madre Naturaleza —si se la considera como un organismo vivo, y creo que así debe ser—es la maestra de antifragilidad por excelencia.
Esto es lo que diferencia a lo robusto —que resiste, pero se queda igual— de lo
antifrágil —que no solo resiste, sino que termina mejor que al inicio.
La creatividad necesita estresores
Ahora bien, la antifragilidad no es una propiedad exclusiva de los seres vivos. Está presente en elementos inertes pero orgánicos como la literatura y la innovación tecnológica.
Las Cartas de Séneca —escritas hace 2000 años— son más antifrágiles que
Cien Años de Soledad, y esta obra, a su vez, es más antifrágil que cualquier bestseller del 2025. No necesariamente porque las primeras sean mejores, sino porque han aguantado —y se han popularizado aún más— tras una inmunidad de envites culturales y materiales durante más tiempo que el resto. Como sostiene Taleb, el tiempo es el estresor absoluto, porque es el incubador de incertidumbre por excelencia.
De la misma manera, aquellos inventos que nos han acompañado y servido durante más tiempo son los más antifrágiles. La rueda tiene más posibilidades de sobrevivir que la computadora, solo por el hecho de haber sido sometida a más variabilidad histórica.
¿Pero qué es lo que incentiva la innovación? El autor lo tiene claro: la necesidad. Y más concretamente, la sobrecompensación como respuesta a un estresor.
Piénsese en la inventiva a la que se llegó en épocas de máximo estrés: empezamos a fabricar armas hechas de piedra para no morir de hambre, Turing descodifica el sistema de encriptamiento de los alemanes mientras estos bombardeaban Londres, el ser humano llega a la luna y crea Internet en el escenario de una carrera tecnológica por la hegemonía mundial, Y así infinidad de casos más.
El miedo, el deseo y el hambre han sido los estímulos naturales que han hecho que el ser humano sea tan grande. Es difícil innovar desde una situación de comodidad y tranquilidad. Si no hay una necesidad real de partida, no se activará el ingenio necesario para inventar cosas valiosas. La creatividad humana es, pues, antifrágil.
Sintesis
Taleb nos provee un marco conceptual muy útil para afrontar los retos de nuestro siglo. La sofisticación de los modelos de Inteligencia Articial está poniendo a prueba la fragilidad de muchas profesiones. Pero creo que lejos de ser algo alarmante, debe ser algo que nos estimule a defender el último bastión que la IA nos puede disputar: la creatividad humana. Quienes saldrán beneficiados de la presente revolución tecno-económica no serán los más adaptados, sino los más adaptables. Es decir, los más antifrágiles.