Entrevista
VICTOR PIMENTEL GURMENDI
Arquitecto por la Escuela Nacional de Ingenieros, Especialidad de Arquitectura. Estudios de posgrado en Urbanismo en el Instituto de Urbanismo del Perú y en Restauración de Monumentos Arquitectónicos en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Roma (Universitá degli Studi di Roma) en Italia. Ha sido miembro de la Comisión del Patrimonio Arquitectónico del Colegio de Arquitectos del Perú, director técnico de conservación del patrimonio monumental del Instituto Nacional de Cultura del Perú, director del Museo Nacional de Antropología, Arqueología e Historia del Perú, entre otros cargos. Fue docente de la FAUA-UNI, en Pregrado y Posgrado, y en varias universidades del país. Es profesor emérito de la UNI. Fue miembro redactor de la Carta de Venecia y primer Presidente del Comité Peruano de ICOMOS.
La presente entrevista fue realizada el 29 de setiembre de 2010 por el MSc. Arq. José Hayakawa Casas en el contexto de la investigación titulada “1964-2004: La formación en Restauración de monumentos arquitectónicos en la Universidad Nacional de Ingeniería”, en coautoría con el Prof. Arq. José Correa Orbegoso y la Bach. Arq. María Copaira y auspiciada por el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Artes de la Universidad Nacional de Ingeniería (INIFAUA) en el marco conmemorativo del Centenario de la Formación en Arquitectura en el Perú.
José Hayakawa: La primera cuestión que quisiéramos plantearle se refiere a la circunstancia y la manera en la cual surge la cátedra de restauración de monumentos en la UNI. Este hecho se trata de un referente de escala continental ¿no es cierto?
Victor Pimentel: En el año 1955 tuve la suerte de ganar una beca del gobierno italiano en un concurso a nivel nacional y viajé a la ciudad de Roma. Había elegido estudiar allí cursos de tecnología de la construcción, de diseño arquitectónico y de urbanismo, porque eso fue lo que me pidieron en la ficha que llené al postular. Sin embargo, cuando llegué a Roma, además de estudiar urbanismo con Roselli y tecnología de la construcción con el gran maestro Featucci Ginelli, tuve la suerte, por decir así, porque fue una casualidad de ver que en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de La Sapienza de Roma se dictaba un curso que se llamaba “Restauro de il monumenti”. Yo realmente no había escuchado esos términos y me acerqué al profesor que era el arquitecto Carlo Ceschi, que a su vez era Superintendente de los monumentos de la Región de Lazio en Italia, y al identificarme con él me dijo: “tú eres peruviano. Tu país es un lugar extraordinario que tiene una cultura milenaria y que tiene un patrimonio incalculable de gran valor”. Era un hombre culto además, porque no todos en Europa sabían de esta validez de nuestro patrimonio, y me dijo “tú tienes la obligación de seguir mi curso”, así me lo dijo directa y amablemente. Y le dije: “pero profesor, mi beca dura un año y no está en mi potestad poder seguir un año más”, “no te preocupes” me dijo, él y otros profesores se dirigieron a las autoridades del Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia en la sección de Asuntos Culturales y lograron la renovación de mi beca por un año más. Ese año siguiente seguí, pues, restauración de monumentos. Incluso lograron que me renovaran por un tercer año esta beca. Batí record de renovación, creo que fue un caso único, además, porque notaron que yo tenía interés. Luego escribía artículos que mandaba al diario El Comercio al señor Manuel Solari que los publicaba, hay fuentes de ello.
Terminados esos tres años en la Universidad de Roma, no había los cursos que hay ahora de posgrado, de maestría o de doctorado. Eso se crea justo a partir del año 1960 cuando yo ya estoy de retorno en el Perú, pero la obligación era seguir los cursos que se dictaba en el quinto año, el último año de la Facultad de Arquitectura y, por otro lado, para tener una visión más amplia de lo que es esta disciplina de la conservación del patrimonio cultural, monumental, artístico, histórico y arqueológico. También me preocupaban los bienes muebles, ya sean pintura de caballete, o pintura mural, siempre ligada a la arquitectura, y me inscribí durante un año en el Instituto “Centrale di Restauro” cuyo director era el gran teórico de la restauración Cesare Brandi. Él por un año nos enseñaba la teoría de la restauración y al mismo tiempo la práctica que hacíamos, un privilegio increíble. Éramos cuatro o cinco alumnos de diferentes países o continentes y tuvimos el privilegio de hacer la práctica viendo realmente como asistentes a los profesores Mora, ya murió el esposo, creo que hasta ahora vive la esposa. Éstos científicos extraordinarios con sus mandiles blancos impecables, trabajaban ante un hermoso lienzo de Caravaggio, de grandes dimensiones, el cual venía de la isla de Malta al sur de Italia, “La degollación de San Juan” es el título del cuadro. Bueno, tuvimos el privilegio de ver cómo se abordaba la intervención en esta pintura mural, los rayos ultravioleta, rayos X, radiografías. Se sacaba una pieza, un fragmento del costado del cuadro y luego se hacían estudios para ver la composición química de todos los estratos de pintura, por ahí se descubre a través de la radiografía y otros medios de investigación de entonces, como Caravaggio era indeciso, hacía primero una base, hacía un trazo, lo pintaba, no le gustaba, hacía otra base y así sucesivamente. Ahora es más sofisticado.
Bien, eso tanto más la formación en el urbanismo, la arqueología, la construcción, en restauración de monumentos arquitectónicos y centros históricos y, al mismo tiempo, la intervención de obras de artes muebles, me dio una formación y un bagaje de conocimientos que ampliaron enormemente aquello que recibí con gran calidad de mis profesores en el Perú. Tú debes recordar que en esa década, bueno, tú no porque eras muy joven, habían maestros de la talla de don Ricardo de Jaxa Malachowski, de origen polaco, el arquitecto Mario Bianco, italiano, el arquitecto Paul Linder, de la Bauhaus de Alemania, y luego profesores nacionales de gran valía. Por ejemplo, en estructuras Ricardo Valencia, en materiales y procedimientos de construcción Carlos Morales Macchiavello, de arqueología peruana, que se dictaba entonces, el doctor Jorge Muelle, cosa que ahora no se enseña. Es una pena, en un país eminentemente arqueológico, casi ni hay. Es vergonzoso, se ha priorizado mucho la tecnología en el aspecto del uso de herramientas que la cibernética ofrece, lo cual está muy bien, no puedo negar eso, pero se descuida mucho aquellos otros aspectos que son los que nos conforman y nos identifican culturalmente ante los países del mundo.
Ahora, yo retorno al Perú el año 1960 y el arquitecto Belaunde, con quien teníamos correspondencia, me informa que se ha mantenido mi cátedra pese a que ya habían transcurrido esos años. Fue una cosa muy especial porque yo antes de viajar a Italia ya era docente en el año 1954, un año anterior. De tal forma que gracias a la generosidad del Decano de Arquitectura, se me reincorpora a la docencia con trámite normal, y el único y primer curso que dicto entonces –después dicté otro– es Restauración de Monumentos, el cual por primera vez se implantaba en el Perú. Tuve la suerte de ser el primer profesor de este curso, por otro lado también –no por este complejo de ser el primero–, pero por pedido del arquitecto Belaunde al Director del Consejo de Monumentos el ilustre historiador jesuita Rubén Vargas Ugarte, se instala la primera Oficina Técnica de Monumentos Históricos en el Perú, que no existía. De tal forma que en el aspecto institucional soy el primer director de Patrimonio Histórico Artístico en el Perú y al mismo tiempo primer docente de esta disciplina que en el país se había transmitido. Eso pues comienza en 1960 y continúa varias décadas. Inicialmente –y dada la importancia del curso–, como así lo comprenden el arquitecto Belaunde y otros profesores de entonces, el curso comenzó siendo formativo-obligatorio, con una asistencia de 45 alumnos en promedio, antes era un número bastante grande.
JH: ¿De qué año de estudio era la carrera y en qué momento estaba el curso?
VP: En la carrera estaría ubicada, creo que en el último año, porque era un curso que requería de una formación histórica previa. Tecnología de materiales, procedimientos de construcción, estructuras, y requería que el alumno esté formado previamente, para asimilar los criterios que se trasmitían. En tal sentido, durante varios años este curso tuvo un éxito notable. Al menos yo lo percibí así a través de los trabajos de las tesis de bachillerato. Por ejemplo, me dejaron algunos alumnos, como este que he sacado de una colección bastante grande que tengo. Es de una arquitecta que ahora está trabajando en el Instituto Nacional de Cultura y que se trata de la remodelación de un inmueble en la casa de Felipe Santiago Salaverry en Lima y que ha aplicado todas las metodologías que yo traía y las que me habían enseñado a mí en Italia. Lógicamente, adecuando eso a nuestra realidad. No se trata de imitar ciegamente, sino de adecuar lo que tú habías aprendido a nuestra realidad arquitectónica. En fin, luego de ello, también surge un trabajo que considero importante y que coordinó muy bien el arquitecto Javier Sota, que era Decano de la Facultad de Arquitectura. Gracias a él me toca dirigir el Centro de Investigación de Patrimonio Monumental, y por un esfuerzo, y por apoyo de la Fundación Ford –que existía entonces en el Perú y que después se fue a Chile, tengo entendido–, se logra la financiación del estudio del Inventario del Patrimonio Monumental de los tres valles de Lima: del Chillón, del Rímac y de Lurín. Desde los monumentos prehispánicos hasta los contemporáneos, de todas las épocas. La edición se hace en 1993 recién y son seis volúmenes de Lima y tres de Cusco. Es la primera vez que se hacía un trabajo en alguna universidad con sistema computarizado. Tuvimos un apoyo, cómo no, de IBM. En fin, y es digno de destacar que profesores y alumnos que trabajaron conmigo, yo fui el Jefe del Proyecto, trabajaron ad honorem lógicamente. Hubo un recurso utilizado sobre todo para la compra de un equipo indispensable, materiales y algunos gastos menores. Bien, creo que eso fue un aporte importante como producto de esta preocupación por el patrimonio y labor que debería continuarse, porque un inventario tiene que actualizarse, muchos inmuebles desaparecen o aparecen otros y, en consecuencia, hay que monitorearlos permanentemente.
JH: Para tratar de precisar un poco, más o menos ¿Cuándo surge el Centro de Investigaciones del Patrimonio? ¿Era la década de 1980? porque el arquitecto Javier Sota era Decano, ¿no?
VP: Mira, yo tengo poca memoria en las fechas exactas. Te menciono a las personas para que tú las ubiques históricamente. Lo que sí te puedo decir es que después de un determinado número de años que dicto este curso se produce una reunión en la Dirección Pedagógica, o algo así, de la Facultad. Con los profesores del Área de Historia, donde había distinguidos profesores algunos exalumnos míos muy capaces y otros no, con un contexto de formación foránea como José García Bryce y el encargado de esta Sección Pedagógica, se plantea lo siguiente: que la cantidad de cursos que se dictaba en la facultad era muy extensa y que había necesidad de cortar, porque ya los alumnos estaban con estrés debido a la cantidad y complejidad de cosas que se les enseñaba y había necesidad en el caso del Área de Historia, no sé cómo será en las otras áreas, de cortar o suprimir algún curso, y le echaron el ojo a mi curso. Entonces, te debo decir muy pocas palabras de esto porque sería muy largo detallar las circunstancias tan nefastas en que se me planteó que yo dejara de dictar mi curso y los demás colegas no protestaron ni me apoyaron y eso me ocasionó una situación personal muy grave porque me quitaban una cosa invalorable en mi formación profesional y en mi dedicación profesional. Como yo dirigí ese trabajo de inventario en el Centro de Investigación del Patrimonio Monumental y al mismo tiempo dictaba los cursos, una situación de carácter físico me privó de seguir el dictado del curso y de otros cursos en la Facultad y en la Dirección de la Investigación del Patrimonio y tuve que renunciar. Fue para mí sumamente lamentable. No sé si después lo retomaron como electivo o algo así, pero fue una pena que suprimieran este curso, tal vez por ignorar la riqueza patrimonial que tiene el Perú en lo prehispánico, en lo virreinal, en lo republicano y en lo contemporáneo. Tengo que decir también que en paralelo a todas esas actividades docentes hacíamos viajes de promoción en los meses de vacaciones, en el mes de julio sobre todo, a diferentes sitios del país de la zona sur de Arequipa, Puno, Cusco, etc., para que los alumnos casi graduandos ya –porque era su último año– supieran apreciar lo que había de valor en nuestro territorio. Eso significó que algunos se interesaran en su actividad profesional, en hacer trabajos de investigación y también proyectos de grado con trabajo de investigación para bachillerato. Todo esto fue generando las visitas que hacíamos a los monumentos de Lima, monumentos de diferentes épocas y clase. El Real Felipe en El Callao, por ejemplo, el Centro Histórico del Callao, en Lima el Centro Histórico y los diferentes distritos, en fin. Luego, la intervención no solamente en el Consejo Nacional de Monumentos, también informaba a mis alumnos sobre ello, sino también en la década de 1960 se crea la Junta Deliberante Metropolitana de Monumentos en el Municipio de Lima. Todo eso era pues una suerte de red que combinaba la parte docente y la parte burocrática, si quieres administrativa. Dábamos charlas en la Sociedad de Arquitectos, porque no había Colegio Profesional en esa época todavía, y el arquitecto Héctor Velarde, el gran maestro de la arquitectura peruana, me secundaba o, mejor dicho, yo lo secundaba a él, que es lo propio. Él era el gran maestro, en las charlas que organizábamos en la Sociedad de Arquitectos y en otros locales institucionales como la Sociedad Entre Nous. Estaban en el Centro de Lima, ahora están en otro lugar, en fin, y creamos interés a través de crónicas o de artículos periodísticos y de seminarios, charlas, talleres. Creamos en la colectividad –ya no solamente en el campus universitario sino fuera de él– interés en la gente, no solamente en los profesionales de la Arquitectura y Urbanismo, para que abriera los ojos a la comprensión de la importancia que tiene en el Perú el preservar con dignidad y con autenticidad este patrimonio heredado. Esa era la misión, misión que yo hasta ahora continúo como asesor en un proyecto arqueológico en el caso de Caral y en otros lugares, y bueno, en la medida de lo posible dado que ya la edad no me permite mucho desplazamiento físico, pero tengo reuniones frecuentes de alumnos, o ya graduados también, que vienen de diferentes universidades, hasta una de Latinoamérica, con los cuales tratamos temas que les interesan. En fin, discutimos problemas de interés común y yo aporto lo que, digamos, está en mi capacidad poder aportar.
JH: Con relación a este curso de pregrado, quisiera que por favor pudiera comentar brevemente dos aspectos sustanciales: Uno es la mirada del contexto, porque estamos hablando de un curso que es pionero, incluso a nivel continental. Si comparamos la realidad, la capacidad de aporte desde la academia, de temas de docencia de restauración de monumentos, pues el Perú lleva un liderazgo muy importante, y por otro lado, el tema metodológico, ¿cómo se llevaba el curso?, ¿se combinaban sesiones teóricas con sesiones de campo?, ¿se realizaban trabajos de investigación?
VP: Yo cumplía la labor de dictar la teoría y dirigir la práctica asignando tareas especificas. Generalmente después de las visitas que hacíamos al campo, que duraban dos o tres horas, en la siguiente clase cada uno tenía la obligación de dar un informe de lo que había visto, no con ojo de mirar, sino, de “ver intelectualmente” como se dice, y tenía que ser no necesariamente muy extenso. Uno calificaba la validez de la interpretación de lo que se había visto y luego cada uno debía escoger un tema, un inmueble, un aspecto, sea crítico o lo que fuere, para ya en la clase de taller, al final del año, presentar una pequeña tesis, casi de Bachillerato. Esto exigía bastante, una buena información histórica, un buen registro gráfico y fotográfico, o sea, levantamientos y material fotográfico ligado a las plantas para señalar que ángulos se tomaban, en fin, mediante claves y, por otro lado, a ver un poco el antecedente de ese monumento, si es que era un monumento de dimensiones apreciables. El valor histórico era importante. También se exigía, como en las tesis, que se haga la prospección arqueológica de un inmueble de época virreinal o republicana, porque debajo de eso siempre hubo ocupación temprana de otras culturas y eso casi en todo el Perú. Se hacían entonces prospecciones arqueológicas y retrospecciones arquitectónicas en vertical y en horizontal, en las paredes y en los pisos, y todo ello significaba que el alumno tenía que buscar bibliografía en el caso del aspecto histórico y, como se dice siempre, la mejor fuente de documentación es el propio monumento. Cuando uno está frente a un monumento, digamos frente a un paciente y tú eres el médico y lo sabes auscultar bien, le tomas radiografías, le haces análisis de todo tipo, en fin, haces un diagnóstico exhaustivo y serio. Entonces, luego tú planteas en base a ese diagnóstico, qué aplicación vas a hacerle a este paciente para que pueda vivir más. Es lo que tenemos con los monumentos, nada es eterno, ni el ser humano ni lo monumentos, perecen también desde luego, pero la labor nuestra así en paralelo, como la de los médicos, es tratar de que un enfermo se cure y viva más tiempo, pero que viva con autenticidad y con dignidad. Todo ello, la forma como se abordaba el dictado de las clases yo había preparado en base a las enseñanzas de Italia y hacía aportes que no me los habían dicho allá, pero lo hacía de acuerdo a nuestra realidad, evidentemente. Tú vas a encontrar en una de la publicaciones que te he dado, de repente, información sobre ello. Sobre todo viendo una tesis, cualquiera de ellas, ahí en el contenido de la tesis de bachillerato en este caso, te vas a dar cuenta de cómo estaban todos los requisitos que yo les exigía. Por ejemplo: el vector analítico del mapa actual, la ubicación, etc., prospección arqueológica, retrospección arquitectónica, análisis arquitectónico, análisis de construcción estructural y también el ambiente en el cual se sitúa, en el caso de un inmueble, una casona. Por ejemplo, esto era el ambiente que lo rodea y que lo enmarca, no solamente los monumentos en sí, otros aspectos técnicos y estructurales, instalaciones sanitarias, eléctricas y luego, si le vas a dar un uso diferente al que tú originalmente ves, que generalmente sucede porque estos inmuebles están abandonados, ya no se usan como vivienda, como se usaban entonces. Se restaura, pero pensando en qué uso se le va a dar, vivienda o comercio-vivienda, institucional de repente, pero usos que sean compatibles con la naturaleza del material, tú no puedes poner un restaurante que tenga hornos o cualquier cosa que pueda producir un incendio, tiene madera, quincha, puede destruir no solamente este inmueble, sino una manzana entera. Todos esos factores se contemplan lógicamente.
JH: Sobre el primer tema, estamos hablando de un curso que es históricamente pionero a nivel continental…
VP: Evidentemente, y es por eso en el Perú la UNESCO decide crear “Cursos de la Restauración y Conservación de Monumentos INC-Cusco”. Escoge Cusco porque es lo representativo en el panorama cultural del Perú y de América en general. Fueron seis cursos extraordinarios de 1975 hasta el año 1980, al sexto curso le llamamos Seminario-Taller. Aquí está en la caratula, Fernando Belaunde nos recibe a los alumnos, alumnas y profesores del curso, y él nos muestra sus maquetas en el Palacio de Gobierno. Este curso se debe al empeño, tenacidad y calidad profesional de un distinguido funcionario de UNESCO y después del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, que es el señor Sylvio Mutal. Con él organizamos este curso. Como repito, a mí me tocó ser el Director de este Curso-taller en el cual se invitaron a distinguidos profesionales nacionales y extranjeros, y ahí se hizo la evaluación de los que habían participado en los cinco cursos anteriores. Elegimos aquellos que, por información que teníamos por las embajadas y por las instituciones culturales de cada país, habían seguido o habían trabajado en la actividad de conservación de monumentos y qué resultados habían tenido y si eran, según las autoridades de cada país, idóneos para perfeccionarse más. En fin, se calificó eso, se invitó a un grupo de arquitectos de diferentes países y se hizo esta evaluación en este Curso-taller. Fue sumamente agradable ver que las enseñanzas que habíamos trasmitido durante los cinco cursos anteriores habían dado sus frutos, porque muchos municipios o gobernaciones habían becado a esos profesionales para que vayan a Cusco y luego al retornar tenían el compromiso de servir un año a esas instituciones, pero en un proyecto concreto y eso lo habían hecho casi todos, pero calificamos a los que habían hecho más mérito en esa actividad. Bien, después de ello el Perú perdió una oportunidad brillante por la clásica inercia que tenemos en estos aspectos porque la UNESCO, llegado el último curso del taller, dijo: “Bueno señores, ustedes ahora ya están grandecitos –como se dice– pueden caminar solos, entonces, que la Universidad San Antonio de Abad de Cuzco y el INC prosigan estos cursos”. Lógicamente, esto cayó en saco roto y en vista de que el Perú no actuaba, los arquitectos de Brasil que habían participado, unos como alumnos y después algunos otros que vinieron como profesores, pidieron a la UNESCO que estos cursos pasaran a Brasil y así se hizo: primero en Sao Paulo, después en Belo Horizonte, Recife, Pernambuco, Bahía, y ahora la sede de estos cursos UNESCO para nivel latinoamericano están en Bahía, la Facultad de Arquitectura de Bahía, y ahí yo tuve el privilegio también de dictar durante 6 años, seis cursos y ya no pude continuarlo por razones también de salud.
JH: Es muy interesante lo que nos cuenta, porque para el caso del curso de pregrado de la UNI, del curso más antiguo de Latinoamérica en esa línea, en este periodo que usted ha relatado bien que es anterior al periodo de estudio, comienza en la década de 1960 y llega más o menos hasta el año 1990, ¿cuáles han sido sus asistentes en los diversos cursos?, porque había un curso de teoría y uno de taller, ¿verdad?
VP: Evidentemente, después de los primeros años me tocó seleccionar como a asistentes a dos profesionales que habían sido mis alumnos, que habían demostrado un interés por estas materias. Escogí en la teoría al arquitecto José Correa Orbegoso y en taller al arquitecto José Niño Villegas, después de ello y después de mi renuncia en los noventas, no sé si esto continuó por poco tiempo o por mucho tiempo o si hasta ahora continua, perdí el rastro sinceramente porque ya la vida profesional me llevó por otros lados, otros trabajos de investigación, trabajos institucionales, y perdí ese contacto que yo nunca lo hubiera deseado perder. Hubiera querido continuar hasta la fecha, seguir trasmitiendo estos conocimientos que aprendí de maestros peruanos e italianos y de otros países también. Sin embargo, me ocupó proponer la creación del curso de posgrado en la UNI en restauración. Yo mismo fui alumno y profesor de esos cursos que inicialmente se dictaban en el Campus de la Facultad. Después de unos años se pasó a Miraflores, a un local en la calle Recavarren.
JH: ¿Podría dar un poco más de referencias? Porque creo que en un principio había una Maestría en Arquitectura donde había un curso de Restauración, en la mención “Teoría e historia” y después aparece la Maestría en Restauración, creo, ¿no?
VP: Sí, algo así. A mí me tocó velar esos pasos. Inicialmente yo no podía decir estas cosas porque no era autoridad, ni Decano ni Rector, ni manejaba estos recursos, pero mi preocupación era que esto se prolongara, que no se quedara en antegrado como curso y como producto de tesis de bachillerato, sino que tuviera un nivel mayor. No digo de doctorado, porque no estamos en las condiciones que tal vez en otros países sí existen, pero lo importante es que existiera un interés profesional, algo más que el antegrado. También he tenido el privilegio de ser profesor de la maestría de varios años.
JH: Y en la maestría ¿trabajó con algún asistente también?
VP: En la maestría estaban los funcionarios de la maestría. Había vinculación con Elba Vargas, por ejemplo, o con otros encargados de diferentes rubros en la maestría, era unas pequeñas coordinaciones. En fin, pero hasta ahí nomas.
JH: Sería importante que nos explique la diferencia de metodologías en el curso de teoría y en el curso de taller en pregrado. Algunos profesionales que han llevado ambos cursos con usted, cuentan, por ejemplo, que en el curso de teoría tenían un fuerte componente reflexivo y conceptual, las visitas de campo, la investigación individual y una aproximación a través del levantamiento, que era un ejercicio muy importante, muy interesante para ellos. Y sobre el curso de taller mencionan que existía un fuerte énfasis en el aspecto de diagnóstico, diagnóstico patológico y llegar a alguna propuesta de puesta en valor y de recuperación, ¿eso es cierto?
VP: Bueno, sí, porque la teoría y la praxis en cualquier disciplina están pues realmente ligadas. Tú no puedes abrir o generar una frontera tajante entre la teoría y la praxis. Tiene que haber ligación. Tú explicas un concepto teórico y luego al momento de proponer o de elaborar un proyecto de intervención tienes que basarte y tener en mente la teoría. Ahora, es necesario también comprender lo siguiente, el aspecto de levantamiento, levantamiento de planta, aparentemente para muchos es insustancial, aunque hay metodologías, fotogrametría, etc., pero yo tuve la suerte de trabajar desde el Consejo de Monumentos en la década de 1960 hasta hace muy pocos años con el señor Carlos Villalobos Molina a quien el Perú le debe mucho, porque él trabajó conmigo en monumentos importantísimos.
Por ejemplo, en el Conjunto Monumental de San Francisco de Lima, hicimos un proyecto con un equipo grande, con ingenieros estructurales, etc. Allí estaba José Niño y otros más, bachilleres, fotógrafos como don Abraham Guillén, otro aliado importante. Produjimos pues un total, la cantidad no interesa, pero son 14 volúmenes de todo este proyecto. Los originales están en el Convento de San Francisco, y voy a contar una pequeña anécdota: en uno de esos cursos de Brasil llevé uno de los ejemplares de estos, allí tenía tres ejemplares. Llevé uno de los ejemplares que se refiere justo a levantamiento del estado actual, que estaban doblados, pero al desdoblarlos eran unos planos gigantes y les mostré a los arquitectos y profesionales de ingeniería de Brasil, en la parte de la praxis del levantamiento del monumento a la metodología. Les mostré lo que hacíamos en el Perú y se quedaron maravillados de ver los planos que había ejecutado el señor Carlos Villalobos –él está en los créditos, yo revisaba, aprobaba y hacia pequeñas modificaciones, pero el trabajo de campo y de gabinete lo hacía él–. Bien, me pidieron, me rogaron hasta el final del curso que por favor les obsequiara eso, por no poder sacar copias de esos planos gigantescos de esa época. No había pues lo que hay ahora, que tú escaneas y lo amplificas hasta una gigantografía, qué se yo, ni en Brasil siquiera. Entonces, no pude más y –con el dolor de mi corazón pero al mismo tiempo con orgullo de peruano– decidí dejarles ese volumen. Y qué es lo que hicieron: lo desdoblaron, le pusieron una base de tela, con un pegamento que no malograba el dibujo, y luego lo colgaron como cuadro en una de las aulas más importantes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Recife en Pernambuco, y era pues la atracción. No se imaginaban que acá en el Perú había esa tecnología, ellos nunca habían hecho eso.
JH: Como un fresco, un fresco de la restauración…
VP: Y esos documentos que están acá, y no solamente de ese proyecto, sino en varios sitios del Perú, son un testimonio que yo no puedo divulgar porque no tengo los recursos para hacerlo, pero hay cantidad de planos, de fotografías, de documentos históricos, que me encantaría a mí ahora al final de mi vida poder, digamos, condensar en una publicación. Hay una publicación que se hizo sobre un estudio, sobre un proyecto que hice yo para la ONPU (Oficina Nacional de Planeamiento y Urbanismo) que ya no existe, la creó el presidente Belaunde y cuando se quería conmemorar un aniversario de la creación de esta institución, notable por cierto a nivel nacional, decidieron, sobre todo Mario Saravia, arquitecto y urbanista como yo, publicar el trabajo mío sobre Moquegua que la ONPU me había solicitado. Y allí está, es el primer librito que me han publicado, que realmente es un informe técnico, pero lo consideraron tan valioso. Tiene planos, historia, propuestas y todo. Ahí está, pero hay otras publicaciones que son más que todo artículos y ponencias, muchas ponencias y congresos internacionales. Hablando de congresos internacionales quisiera hacer alusión, pues está vinculado al tema que estamos tratando, al Segundo Congreso Internacional de Arquitectos y Técnicos en Monumentos Históricos que se celebró en la ciudad de Venecia en el año 1964. Producto de ese Congreso fue la redacción de la Carta Internacional de Conservación de Monumentos, la llamada Carta de Venecia, y entre otros, fueron tres acuerdos importantes. Los dos primeros eran la redacción de la Carta de Venecia y la creación del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios o ICOMOS por sus siglas en inglés. De tal forma que esos aportes valen la pena que se mencionen, no por el hecho de que yo tuve el privilegio de ser el representante del Perú, sino porque ahí se señala, en los documentos oficiales, la participación peruana. Además, era el único representante de un país porque las demás delegaciones tenían 20 o 40 representantes, en fin, países grandes. Gracias al director de la Casa de la Cultura de ese entonces, gran jefe inmediato superior después del arquitecto Estremadoyro, el doctor José María Arguedas, se eleva la propuesta de mi participación al Ministro de Educación de entonces, quien aprueba la Resolución Ministerial. Cuando pasa a conocimiento del Presidente Belaunde, suscribió una Resolución Suprema autorizando mi viaje como Delegado Oficial del Perú, lógicamente con una notita abajo que decía “esta designación no le cobrará gastos al herario nacional”, razón por la cual tuve que bailar con mi pañuelo y fui a Venecia con mi esposa. Hacía 4 años que nos habíamos casado en Italia, así que volver con ella después de esos años también fue útil, desde luego para volver a ver a sus familiares y, al margen de ese aspecto personal, creo yo que el haber participado como Perú en este Congreso Internacional fue sumamente útil.
Ahora esa Carta está aceptada mundialmente. Los 16 artículos que contiente los enunciamos de manera muy simple, procuramos que la redacción sea la más clara y elemental posible para que al traducirse a otros idiomas no hubiera errores. El idioma castellano o español no estaba autorizado en ese Congreso. Yo hablaba italiano perfectamente, por eso pude participar intensamente. Además, por eso me metieron en la Comisión de Redacción de esas dos Comisiones que ahora son dos instituciones o documentos. Si estamos hablando de Latinoamérica, es bueno señalar para no incurrir en omisiones, que en México, un país que nos lleva mucha ventaja en este aspecto y tiene un patrimonio impresionante, ya existía en Churubusco un Centro de Capacitación de Restauración, pero sobre todo, por lo que yo conocía entonces, era para bienes muebles y no de arquitectura, que después se incorpora. Lógicamente, en otros países surgieron algunas preocupaciones que señalamos en la Carta de Venecia, o sea, había “prendido esta vacuna” por preservar con autenticidad y dignidad nuestro patrimonio. Muchos que no han leído la Carta de Venecia dicen que es obsoleta. Lo dicen porque no han comprendido su significado, que son criterios, pero lo importante es que a partir de algunos de esos criterios han surgido otros congresos sobre temas más específicos como el ambiente urbano, el aspecto verde de las ciudades, la autenticidad, en ciudades como Burgos, Australia o Washington.
En fin, cualquier ícono que realiza la Carta de Venecia esta siempre vigente. De tal forma que el Perú debe sentirse orgulloso como me siento yo. No lo digo vanidosamente sino con veracidad, me siento orgulloso de haber tenido la suerte de traer de Italia una disciplina que acá no se conocía. Tu acá le preguntabas a un joven arquitecto, dígame tres ejemplos de monumento, y él decía: “cómo no: monumento a Grau, Bolognesi, a la madre o al bombero”. Esos monumentos pueden serlo, si es que tienen valores artísticos, históricos, al margen de su representatividad histórica o a lo que evoquen. Pero el decir que en una chocita, por ejemplo, en el perímetro del Pueblo de Quinua, en un ambiente muy modesto, el Virrey La Serna firma la Capitulación de la Batalla de Ayacucho. Eso para el Perú y para América es un monumento histórico extraordinario. No lo será por su valor artístico ni arquitectónico. Yo hago un pedido para la Comisión del Centenario de la Independencia Nacional un museo, muy discreto bajando ahí, en la cuesta, imperceptible. Sin malograr la percepción del pueblo, que también se reordene y se pavimente, y se restauren los perímetros de las edificaciones del pueblo de la Quinua, que es muy hermoso, así como la Iglesia y el cementerio, el lugar donde los heridos iban y ahí muchos están enterrados después de la batalla.
Por otro lado, ser instrumento de la evolución de esta disciplina en el Perú a mí me llena de mucho orgullo, y me da satisfacción haber intervenido en procurar hacer algo, tanto cuando estaba de burócrata en la parte institucional como director del Museo de Antropología y Arqueología, como director Nacional de Cultura y Consejo de Monumentos, de que se hiciera lo posible para que los gobernantes de turno vieran con seriedad la problemática de la investigación, de la conservación, restauración y divulgación de este patrimonio.
Como lo he dicho en muchas ponencias sobre turismo cultural, el patrimonio cultural, auténtica y dignamente bien presentado en conjunción con este fenómeno que se llama turismo, en el caso del Perú puede darnos mejoras económicas superiores a lo que nos puede dar el petróleo, la minería y la agroindustria. Creo fervientemente, porque hay experiencias en otros países que viven casi exclusivamente de su patrimonio por el turismo, que el Perú es privilegiado en eso, pero hasta ahora los gobernantes de turno, sean presidentes, ministros o cualquier cargo público que tiene que ver con este problema, no actúan de manera eficaz, seria, sistemática sobre esta problemática que nos puede sacar de la pobreza extrema, que todavía es un mal casi endémico, lo cual es muy triste. La cultura, el patrimonio cultural, tanto el vivo como el monumental, cuanto el espiritual o inmaterial, como se dice, conservado con autenticidad, nos puede sacar de esta situación de subdesarrollo mental y cultural que mantenemos desgraciadamente. Pero yo tengo optimismo, no quiero quedarme en esa actitud pesimista que es un poco producto de la realidad. Los profesionales que nos dedicamos con pasión, con interés por esta disciplina, y entre ellos tú y otros profesionales jóvenes, ralizamos una labor que es necesaria en un país con un pasado de creadores de arquitectura, de urbanismo y de arte extraordinario. Así que gracias José por esta conversación contigo y éxito en tus publicaciones y estudios, te felicito por esto y por las publicaciones que van a seguir. Continúa pues con esta labor.
JH: Gracias arquitecto Pimentel por compartir sus testimonios tan valiosos para reconstruir la historicidad, la memoria de esta actividad disciplinar tan importante y a veces tan poco comprendida, pero tan necesaria para un país como el nuestro: la conservación y la recuperación de nuestro patrimonio monumental.
VP: ¡Gracias!
“En la colectividad -ya no solamente en el campus universitario sino fuera de él- creamos interés en la gente, para que abriera los ojos a la comprensión de la importancia que tiene en el Perú el preservar con dignidad y con autenticidad este patrimonio heredado”.