Entrevista: Arq. Roberto Samanez Argumedo

Arquitecta Ileana Vásquez en las oficinas de la Universidad Central de Venezuela. Archivo fotográfico Ileana Vásquez, 2024

Entrevista

Ileana Vásquez De La Torre

Arquitecta, Universidad Central de Venezuela (1980). Especialista en Estudio y Restauración de Monumentos, Universidad de Roma La Sapienza (1987). Consultora y asesora. Arquitecta restauradora en la Dirección de Patrimonio CulturalConsejo Nacional de la Cultura (1988-1993) y en Funreco, Caracas (1993-1994). Vicepresidenta en Corporación Mariano de Talavera del Centro Histórico de Coro, Patrimonio Mundial (1998-1999). Profesora invitada en la Maestría en Restauración de Monumentos (UCV) y otros programas académicos, entre ellos la Maestría de Restauración de Monumentos, Cuenca, Ecuador (2004). Proyectos de restauración de edificaciones, especialmente religiosas y de arquitectura de tierra: Iglesia San Lorenzo Mártir (estado de Sucre), Basílica Nuestra Señora del Valle e Iglesia Santa Ana del Norte (Isla de Margarita, estado Nueva de Esparta), Templo Parroquial de Macarao (Caracas), entre otros. Investigación sobre bienes culturales, tales como el Inventario de Bienes Inmuebles (Conac 1990-1993) y el Diagnóstico de Casa de la Hacienda La Trinidad (Maracay, 2003). Participa en Plan de Gestión Turístico Patrimonial La Asunción (Nueva Esparta, 2006). Asesorías a instituciones como Fundapatrimonio, el Instituto del Patrimonio Cultural y FundaCurucay. Miembro de Icomos, presidenta del Comité Nacional 1997-2009. Miembro de Icofort, comunicaciones en eventos nacionales e internacionales. Desde 2011 trabaja en la conservación de la Ciudad Universitaria de Caracas, sitio del Patrimonio Mundial.

Nombre del entrevistado: Dra. Ileana Vásquez De La Torre

Fecha: 11 de abril del 2024

Elaborada por el Dr. Arq. José Hayakawa Casas y con el apoyo en la transcripción de la Srta. Anghely Nicole Romero Hualla

JH: Buenos días. Hoy, jueves 11 de abril a las 8:42, contamos con la participación de la doctora Ileana Vásquez De La Torre, arquitecta de Venezuela, quien muy gentilmente ha aceptado participar en esta entrevista.

IV: Buenos días. Muchas gracias por la invitación. Estoy muy honrada por recibir esta llamada de la revista Devenir, porque me parece una publicación muy seria y con contenidos muy importantes.

El honor es nuestro, sin ninguna duda, y estaremos gustosos de resultar una plataforma que divulgue vuestras experiencias e ideas. Una primera pregunta tiene que ver con su formación académica en el campo de la restauración y conservación de patrimonio edificado. ¿Cómo se aproxima a este campo desde lo académico?

Bueno, yo comienzo en este campo un poco por casualidad, porque estaba trabajando en el Ministerio de Desarrollo Urbano y se acercó a nosotros un ente colaborador, la Dirección Nacional de Mantenimiento, que se estaba creando. Y esto me provocó un interés importante porque en nuestro país en aquel momento, y desde muchas décadas antes, digamos desde la explosión de la producción petrolera a comienzos del siglo XX, pero ya más entrado el siglo, se comenzó a vivir un boom porque Venezuela era muy rica en minerales, aunque faltaba un desarrollo en muchas áreas. Esa supuesta riqueza influyó mucho en la idiosincrasia del venezolano y entonces “todo lo nuevo era bueno” y había un desprecio por “lo viejo”, incluyendo la arquitectura y el patrimonio histórico. Ya había una ley de patrimonio histórico de 1945, que fue una de las primeras, con todas sus fallas, pero existía, y el tema se regía hasta cierto punto por esta, aunque no se cumplía completamente, como en muchos otros sitios.

Entonces, trabajando allí se me despertó ese interés por rescatar todo lo que servía y lo que tenía valor del pasado. Y luego, como estábamos impulsando la idea de un museo en un viejo aeropuerto, tuve contacto con la licenciada Alba Guerrero, una experta en bienes muebles, quien fue la primera persona que me habló de la conservación de los bienes culturales. Ella fue a asesorarnos y así empecé a conocer un poco más del patrimonio cultural. Luego me voy a Roma a estudiar el idioma, porque iba a cursar la maestría en Arquitectura del Paisaje en Génova. Pero estando allí me encontré con un amigo que estudiaba restauración de monumentos en la Universidad de La Sapienza y él me llevó a la escuela, fuimos a las librerías, a la biblioteca, y me fui involucrando cada vez más con el tema y, por supuesto, con Roma, que es una es una maravilla, ciudad de la cual me enamoré. Decidí quedarme y estudiar esta especialidad, de lo cual no me arrepiento, y ya tengo 41 años de trayectoria. Entonces, hice este curso que originalmente era una especialización pero con la homologación que hubo alrededor del 2002 se convirtió en un doctorado de investigación. Por lo cual tengo ese grado de doctora por la Universidad de La Sapienza. Ya había estudiado arquitectura en la Universidad Central de Venezuela y no había tenido la oportunidad de cursar la materia de conservación de monumentos —que la dictaba el profesor Graziano Gasparini, y también Rudolf Moreno, dos excelentes profesores—, porque era una materia muy concurrida y entonces no era fácil entrar.

Después de eso realicé un curso en Perú, país que también me dejó fascinada. Era sobre Patrimonio Arquitectónico y Arqueológico en tierra, auspiciado por la Fundación Getty de Conservación, el Centro del Patrimonio Mundial, el Centro Craterre de la Universidad de Grenoble —que tiene una escuela de arquitectura en buena parte dedicada a la construcción con tierra, con una muy importante experiencia— y el Instituto Nacional de Cultura del Perú. Eso fue una experiencia importantísima, porque, además de tener tan buenos docentes, se dio un rico intercambio entre los 20 compañeros de varios países de Latinoamérica, desde México hasta Argentina. Aparte de esto, he tenido la oportunidad de realizar cursos sobre patrimonio mundial, que es un tema que me interesa muchísimo. De hecho, soy la única persona en el país que ha trabajado en dos sitios de patrimonio mundial. Trabajé en el Centro Histórico de Coro en los años 90 y finales del 2019. Y ahora estoy en la Ciudad Universitaria de Caracas. También he hecho cursos en otras materias como museos y fortificaciones, entre otras.

Y desde el ejercicio profesional, ¿pudiera mencionarnos algunas de las obras o proyectos más representativos de su trayectoria?

Sí. Llegando de Italia, tuve la suerte de insertarme en el equipo de la Dirección de Patrimonio Cultural del Consejo Nacional de la Cultura, que luego se convirtió en el Ministerio de la Cultura. También con un equipo de profesionales bien formados, algunos de ellos también habían estudiado en Italia. Allí desarrollamos algunas experiencias con arquitectura más que todo colonial. Tuvimos un trabajo en la Catedral de Caracas, en grupo, y en la Casa Natal del Libertador. Y allí me tocó mi primer proyecto en solitario, que fue la Iglesia de San Lorenzo Mártir en el estado de Sucre, en el oriente del país. Había comenzado a construirse en los primeros años del siglo XIX, pero quedó interrumpida por la guerra de independencia. Entonces, nunca tuvo techo, tuvo las bases de columnas y de ahí partió nuestro proyecto; la completamos para ser usada. No decidimos dejarla como ruina porque realmente había una gran parte construida... Los muros eran de una solidez impresionante, realizados con tapia real. Tenía todos sus vanos perfectamente definidos. Entonces, lo que hicimos fue completarla con techo de madera, tomando como referencia una iglesia “gemela” de ella, casi con las mismas dimensiones y con emplazamiento muy cercano. Entonces, esa sí se había podido completar y tomamos ese ejemplo para terminar nuestro proyecto. Luego he intervenido en otras iglesias, como en la de Macarao, que fue esa experiencia comunitaria que presentamos con mucho éxito a Santa Fe. También trabajé en la Casa de la Hacienda La Trinidad, en el estado de Aragua, vivienda de gran importancia histórica, de una hacienda de caña, café y añil, y otros rubros. Es una hermosa casa que tenía pintura mural, todas sus estructuras de techo de madera y construida con una tapia que no vi en ninguna otra edificación, porque contenía piedrecillas pequeñas; dentro de la tierra muy oscura había piedras muy pequeñas. Era la casa de los propietarios; tiene una hermosa vista del valle y pensábamos que se podía aprovechar turísticamente. Lamentablemente, el proyecto no llegó a buen fin y quedaron solamente los documentos; hicimos todo el levantamiento, pero después el Estado decidió no continuar.

También estuve en iglesias en la isla de Margarita, específicamente en la restauración de la Iglesia de Nuestra Señora del Valle, la cual atrae una gran feligresía, incluso de las islas del Caribe. Allí sí se pudo llevar a término el proyecto con todos sus detalles y se ejecutó una parte. Se interrumpió, pero allí están todos los planos y el proyecto completo para ser actualizado y/o retomado. La iglesia de Santa Ana del Norte, también en Margarita, y que asimismo fue una experiencia de intervención muy, muy interesante. Tiene mucha importancia histórica porque allí, en 1802, se llevó a cabo la Asamblea de Santa Ana donde Bolívar proclamó la Tercera República. Además del hecho histórico, tiene importancia arquitectónica. Tuvimos un equipo magnífico con los mejores especialistas estructurales, en mi opinión, los ingenieros Carlos Rodríguez Álvarez y José Bolívar, porque necesitábamos un equipo muy experto en esto, dado que las estructuras eran bastante sui generis. Tiene un muro importante de tapia donde las dos fachadas laterales eran diferentes. Uno de los lados no tenía prácticamente fundación, no llegaba ni siquiera a 1 metro de profundidad la fundación, siendo que la iglesia en los muros laterales llegaba a 7 metros de altura. Del otro lado había un poquito más de profundidad y tenía una torre maciza de la cual se desconocía su estructura. Entonces, fue un trabajo culminado bien interesante, de reforzamiento estructural y restauración de una iglesia que tuvo continuidad de uso.

Y, luego, he tenido otro tipo de trabajos de asesoría para las fachadas del Palacio Federal Legislativo, anteriormente denominado Palacio del Congreso, la cual se realizó en 2005. Fue más orientada a la supervisión de obras, al trabajo directo con los obreros, con los materiales. Se propuso restaurar todas las fachadas, todos los elementos decorativos, relieves, capiteles. Luego, he pasado por diversas asesorías y desde hace 13 años estoy en la Universidad Central de Venezuela para la conservación de la Ciudad Universitaria de Caracas, que es Patrimonio Mundial. Prontamente esta oficina va a cumplir 25 años y se necesitaban —y aún se necesitan— personas con experiencia y capacitación. Tenemos algunos profesionales, pero también hay dificultad de contratar porque el Estado no destina un salario equivalente a la experiencia y expectativa económica del profesional; por tanto, no es fácil conseguir expertos que quieran sacrificar su parte personal por ejercer esta bonita labor.

Justamente, la gestión del patrimonio edificado, además patrimonio mundial, asociado a una universidad tiene sus especificidades, como refirió en un artículo que publicó en la revista Devenir, en el primer número. ¿Cuáles destacaría?

En ese artículo desarrollo esencialmente los problemas y desafíos, pero claramente hay una parte positiva, como la posibilidad de contar con la colaboración de la Facultad de Ingeniería, la Escuela de Artes, la de Biología, la de Química... aunque la mayor colaboración ha sido con Ingeniería. Así, se han desarrollado tesis, mayoritariamente sobre la consolidación estructural, sobre la idoneidad de las estructuras que datan desde mediados de los 40 hasta 1970. Se han estudiado algunos edificios a la luz de la experiencia de su transcurrir en el tiempo y de las nuevas normas que surgieron, especialmente después del sismo de 1967. Esa ha sido una excelente contribución. También tenemos un buen enlace con el Instituto de Materiales y Modelos Estructurales, al que acudimos con cierta frecuencia para que nos asesoren en temas bastante puntuales. En la Facultad de Arquitectura tenemos la Maestría en Restauración de Monumentos que tiene ya un buen recorrido, como de 30 años, y algunos diplomados sobre el tema. Algunas tesis de los estudiantes se desarrollan dentro de la Ciudad Universitaria y en algunas edificaciones específicas. Por otra parte, hubo una tesis bien interesante de un arquitecto ucevista, Luis Villasana, que estudió la Maestría en Diseño de Iluminación en Wismar, Alemania, desarrollando una propuesta de iluminación monumental de las áreas comunes y de los espacios abiertos. No se ha puesto en práctica totalmente, pero fue un proyecto excelente. Por otro lado, nosotros damos charlas en la Facultad de Arquitectura y en otras dependencias, en pregrado y postgrado, dentro de ellos un diplomado de la Facultad de Humanidades sobre Gestión e Interpretación del Patrimonio Cultural.

Entre los problemas importantes, la actuación de preservación en la universidad se complica por un error, que yo creo que es nuestro: no se ha concientizado profundamente al personal profesional, a los profesores de las facultades, directores de la escuela y de los institutos de investigación sobre qué es el patrimonio, qué es el patrimonio construido, qué es el patrimonio mundial. Entonces, la actitud de muchos de ellos es desarrollar su gestión como docentes, como investigadores, pero el marco del patrimonio cultural les queda muy estrecho. Quieren innovar, quieren desarrollar nuevas formas y dentro de eso también, sin saberlo, destruyen parte del patrimonio. No es que tengan malas intenciones, sino que les parece que es poco relevante conservar esas estructuras. No hace nada conversaba con un profesor de Ingeniería, quien me decía que lo importante de un edificio es su uso solamente. Nos encontramos con estas actitudes que tenemos que manejar con mano izquierda para lograr la preservación. Tratamos por todos los medios, igualmente, de que se cumplan los objetivos de la educación, de brindar espacios en muy buenas condiciones, pero es difícil ante ello sin el respeto al patrimonio.

¿Qué rol jugó desde Icomos-Venezuela, donde entendemos que tiene participación y le ha tocado liderar?

Sí. Estuve a la cabeza de Icomos-Venezuela varios años y he sido miembro activo hasta la actualidad. Nuestro papel ha sido esencialmente de asesor en los temas de patrimonio cultural inmueble frente al Instituto de Patrimonio Cultural, que es el máximo ente gestor en el ámbito nacional. También hemos hecho asesorías puntuales privadas sobre conjuntos y edificaciones de valor. Cuando se comenzó a trabajar el expediente de la Declaratoria de Patrimonio Mundial de la Ciudad Universitaria, participamos en la revisión de los textos y revisamos parte del expediente: todo el trabajo técnico de registro de deterioro, descripción de los edificios. En Coro y su puerto, incluido en el Patrimonio Mundial en el año 93, estuvimos asesorándolos para la elaboración del expediente. En el tiempo, hemos sido siempre los anfitriones profesionales de los expertos del Centro de Patrimonio Mundial que han venido a misiones reactivas para monitorear los sitios. Realmente, solo para Coro, porque a la Ciudad Universitaria no han venido a hacer una misión formal. Han venido expertos en diferentes visitas y han aprovechado de visitar la Ciudad Universitaria, pero no se ha hecho un monitoreo como patrimonio. En Coro, sí. Hemos tenido bastante participación con estas misiones de la división de WHC-Unesco para Latinoamérica y el Caribe. Creo que en ese momento tenía sede en Uruguay; vinieron Herman Van Hooff y varios expertos de Colombia, Argentina y México. Incluso, con esas misiones hemos visitado los sitios, y hemos tenido reuniones en las cuales les exponemos nuestra visión del problema y nuestra opinión profesional sobre las posibles soluciones a cada uno de los temas.

Por otro lado, en la Ciudad Universitaria se han producido actos vandálicos y el Copred nos ha solicitado informes. Más allá de los informes que realizan los técnicos del Consejo de Preservación y Desarrollo (Copred) —donde trabajo actualmente— ,ellos piden una segunda opinión (externa) a Icomos-Venezuela, realizándose varios informes respectivos, porque son temas muy controvertidos estos.

¿Ha estado vinculada a iniciativas con participación comunitaria relevante en la recuperación del patrimonio?

Sí, aunque lamentablemente no han sido muchas, pero sí muy satisfactorias. Por ejemplo, la que presentamos en 2002 en Santa Fe, en el marco del V Simposio de Icomos de Estados Unidos, fue algo que comenzó dentro de Funreco, una institución donde estuve antes y que se enfocaba en el patrimonio de la ciudad de Caracas, específicamente del Municipio Libertador, porque Caracas luego se amplió y quedó conformada por cinco municipios. Habíamos hecho un prediagnóstico de la Iglesia del Macarao, la cual está dentro de las parroquias foráneas, porque anteriormente era una zona de haciendas, no era una zona urbana, pero tenía un pueblito asociado a la hacienda. Entonces, la Alcaldía de Caracas nos llamó para desarrollar el proyecto, pero ellos le dieron cierta asesoría legal a la comunidad. El párroco y una serie de vecinos se abocaron la tarea de crear entonces una fundación, se llamó FundaCurucay, donde ellos llevaban la gestión de sus fondos. La alcaldía le proporcionaba fondos y asesoría, y otros entes del Estado y privados también le proporcionaban financiamiento para las obras. Se hizo en paralelo, prácticamente, proyecto y obra. Después del diagnóstico, que lo costeó completamente la Alcaldía de Caracas, se comenzaron unas obras preliminares con participación incluso de algunos vecinos. Por ejemplo, para el trabajo de los frisos (aplanados, revoques) hicimos una especie de piscinas para el apagado de la cal, que tuvo unos resultados maravillosos. Fue una cal que se comportó de una manera magnífica porque se mantenía allí, y ellos la removían a diario. Se repartió en cuatro estanques contiguos y se iba renovando a medida que se gastaba. Los vecinos participaban con mucho interés porque no debía detenerse en ningún momento, pues si no se removía se dañaba. Hacíamos reuniones semanales y así ellos estaban enterados sobre cómo la comunidad participaba en la obra. Hicimos algunos paneles para exponer, en la estación de metro más cercana, lo que se estaba haciendo, la finalidad de las exploraciones arqueológicas, cómo era el proceso. Hubo varios vecinos que participaron como personal obrero en las excavaciones arqueológicas, en demoliciones y algunos de ellos en experiencias de tipo manual. También hubo colaboración de empresas que por algún motivo personal —digamos sentimental— estaban unidos a la parroquia, y donaron materiales para contribuir a la restauración de la iglesia. Allí casi lo terminamos nosotros, aunque después vino la Alcaldía de Caracas y completó algunos aspectos pendientes, de acabados, pero el grueso de la obra y proyecto lo desarrollamos junto con la organización de la comunidad. Era una organización que no solamente se dedicaba al tema de la restauración de la iglesia, sino que tenía también escuelas en varios temas. El párroco era artista, más que ceramista, y él enseñaba a un grupo de entusiastas vecinos. Tenían cursos de diferentes tipos de manualidades, de cocina, contabilidad, porque conseguía fondos a través de algunas instituciones europeas para estas iniciativas educativas. Además, tenían un grupo de atención a los ancianos que era muy beneficioso para la comunidad. Fue una experiencia muy hermosa a partir de la cual hicimos amistad con todos los vecinos de la iglesia, quienes, además, nos suministraron información relevante: imágenes antiguas, fotografías familiares o cuadros que retrataban la iglesia. Eso facilitó la identificación de algunos elementos que se habían perdido o que habían sido modificados.

Lamentablemente no hemos tenido el mismo alcance en la experiencia en Santa Ana del Norte, en Margarita, que ya era un trabajo gestionado a través de la gobernación del estado. Teníamos una buena relación con los vecinos, pero no se presentaban muchas oportunidades de trabajar en colaboración, solamente en muy pequeña medida, a través de reuniones eventuales, pero no era una relación tan directa como en Macarao.

A partir de su experiencia patrimonial nacional y lo interactuado con otras realidades latinoamericanas, ¿reconoce algún elemento común y alguna especificidad propia de Venezuela?

Bueno, yo creo que alguna característica común es nuestra persistencia, nuestro compromiso a pesar de las dificultades económicas y sociales. En nuestros países, los especialistas y técnicos tienen una perseverancia a toda prueba, para mantenerse trabajando en este tema que a veces es un poco duro. En nuestro caso no hay muchas oportunidades de formación, pero he visto que en otros países sí se desarrollan bastantes cursos y maestrías en el área de la conservación y restauración, como Argentina, Perú, México y Brasil, donde hay mucha capacitación para el personal de alto nivel. En Venezuela adolecemos de eso, puesto que tenemos solo una maestría en el ámbito nacional y el resto son diplomados y cursos de ampliación en el área de la historia y de la conservación, la gestión y la presentación de los monumentos. Yo creo que en el interior del país haría falta contar con otras maestrías, como, por ejemplo, en los Andes y en la Universidad de Zulia. A raíz de la pandemia he tenido la oportunidad de participar en muchos intercambios con nuestros colegas latinoamericanos en cursos, simposios, webinarios de Chile, Perú, Colombia, Argentina y México, muy interesantes, resultando unos intercambios muy valiosos que permiten conocer lo realizado en la gestión de las ciudades patrimoniales y en estudios de casos de conservación y restauración.

En Venezuela tenemos una gran carencia en la gestión de centros históricos, porque el tema político mediatiza mucho nuestra posible actuación; lograr el éxito en esas condiciones es difícil. Por ejemplo, Coro tiene una pequeña oficina administrativa con un número de personas exiguo, pero donde realmente no hay un equipo técnico que se aboque ni siquiera a la ejecución del plan, ni a cumplir las normativas. Ni siquiera las alcaldías de Coro y de La Vela —porque son dos centros poblados que están incluidos—tienen capacidad ni personal ad hoc para la conservación y el control urbano. A veces ellos tienen que pedir asesoría a otros entes y así todo es muy cuesta arriba. Yo veo que, en los últimos años, el Instituto de Patrimonio Cultural ha estado abocado esencialmente a la protección y promoción del patrimonio inmaterial. Entonces se ha trabajado mucho en este tema de hacer los expedientes y elevarlos como Patrimonio Cultural Inmaterial según la Convención del 2003. Así, se han reconocido un gran número de manifestaciones culturales, pero con el patrimonio material nos estamos quedando cortos, porque ha habido pérdidas por destrucción, por el paso del tiempo y por intervenciones mal concebidas y ejecutadas. Entonces creo que el IPC debería enfocar también su acción hacia ese patrimonio material que ha sido descuidado en los últimos años y desde Icomos-Venezuela siempre hemos estado dispuestos a colaborar con ellos, pero hace falta más acción.

¿Y a qué cree que se debe?

No sé, realmente. En este momento ha habido un repunte que lo debo mencionar porque es bastante llamativo, pero quizás se le ha dado más importancia al patrimonio inmaterial. Creo que han ido más en esa dirección, porque es algo que quizás convoca más a la gente que el patrimonio edificado. Pero desde hace pocos años, desde 2020, cuando ocurrió el colapso en la Ciudad Universitaria de una zona de uno de los pasillos cubiertos —elemento muy singular—; se desplomaron dos secciones y se cayó una viga de los pórticos. Eso lo tomó en sus manos el Gobierno nacional, que desde hace muchos años no intervenía en la Ciudad Universitaria. Todos los años el Ministerio de Educación Superior nos pedía que presentáramos presupuestos para ejecución de obras. Alrededor de 2013, 2015 y 2017 presentábamos de 12 a 15 presupuestos para intervenciones, que se fue reduciendo a seis o cinco, que considerábamos muy importantes y de emergencia, pero no recibíamos los recursos. El rectorado buscaba recursos por otras fuentes, pero del Estado venezolano y de quien debería encargarse en ese momento, el Ministerio de Cultura, el IPC y el Ministerio de Educación Superior, no recibimos fondo alguno para la conservación de la Ciudad Universitaria. Si bien el Estado venezolano quedó comprometido cuando se realizó la inclusión en el Patrimonio Mundial, mediante una carta del presidente de la nación de aquel momento, donde se comprometió a brindar todo el apoyo institucional y recursos financieros para conservar el sitio, pero en la práctica eso no se cumplió.

A partir del colapso, el Gobierno nacional empezó a colaborar y ya 2 años después, en 2022 se creó lo que ellos llaman Comisión Presidencial para el Rescate de la UCV —que no es UCV porque solo es la Ciudad Universitaria, ya que no están interviniendo otras sedes de la UCV que están en otras ciudades como Margarita o Barquisimeto—. Dentro de esa comisión nombraron una Subcomisión de Infraestructura que realmente es la que está abocada a este tema y ha intervenido en una gran parte de las edificaciones y espacios abiertos de la Ciudad Universitaria. Tienen un grupo de asesores de buen nivel, muchos de los cuales han sido nuestros compañeros de trabajo y de proyectos. Ellos comenzaron en el supuesto de que iban solamente a rehabilitar algunas aulas, sanitarios e impermeabilizaciones como una urgencia para que se retomaran las clases después de la pandemia, ya que al no estar habitados los edificios surge un deterioro muy marcado. Para recuperar esos espacios y comenzar a activar los procesos educativos, la intervención del Estado se ha extendido a todo nivel y su rol ha sido muy importante. Por ejemplo, en el paisajismo de la Ciudad Universitaria se ha restaurado con un personal muy capaz, porque había sitios donde habían sido cambiadas las especies o habían muerto algunos árboles y se han resembrado. Han desarrollado una buena labor de poda, de limpieza, de reforestación, de áreas que realmente estaban en muy mal estado. Eso ha sido, para mí, uno de los aspectos más exitosos de esta campaña del Gobierno nacional. Por otro lado, la actuación tiene sus bemoles en temas de arquitectura y restauración, donde vemos algunos aspectos con los cuales no estamos de acuerdo, pero en el balance final se ha hecho un trabajo muy grande para recuperar la Ciudad Universitaria. Eso no lo podemos negar.

Sí conocimos este incidente que ocurrió en junio del 2020.

Actualmente hay un concurso para la restauración de ese sector del Corredor Número 5 que colapsó. Pero, para mí, su denominación es ambigua, ya que restauración de los corredores cubiertos ondulados no corresponde, porque el corredor no es ondulado, sino el techo. Hay al menos cinco tipos de techos, pero este tiene la particularidad de que tiene un solo apoyo, es decir, es un pórtico con un solo apoyo lateral y tiene tensores que sostienen ese techo en voladizo. Están apuntalados actualmente; han sufrido daños a raíz de sus más de 60 años de vida, donde los elementos tensados han experimentado cambios. Hubo un llamado internacional de expertos de todo tipo. El concurso está en proceso, se deben haber recibido ya los proyectos. No es fácil, porque no es solamente reponer lo que colapsó sino reforzar todo el resto de los corredores mientras se mantienen su autenticidad e integridad.

Queremos agradecer vuestra disposición y tiempo para compartir su perspectiva y sus pareceres.

Muchas gracias por su amable invitación. Es una buena oportunidad de dar a conocer aspectos de nuestro patrimonio desde nuestra visión particular.