devenir Vol. 11, N°22, julio - diciembre 2024, pp. 11-30 - Estudios ISSN 2312-7562 e-ISSN 2616-4949

Universidad Nacional de Ingeniería, Lima

doi: https://doi.org/10.21754/devenir.v11i22.1654

GLIPTOGRAFÍA DEL TEMPLO DE SANTA ANA DE YAURI (ESPINAR-CUSCO):

MARCAS DE CANTERO Y SIGNOS CRUCIFORMES(*)

GLYPTOGRAPHY OF THE CHURCH SANTA ANA OF YAURI

(ESPINAR-CUSCO): MASONS’ MARKS AND CRUCIFORM SIGNS

https://orcid.org/0000-0003-2073-2252

raulcarreno@ayar.org.pe

Investigador independiente (Perú)

Raúl Carreño Collatupa(**)

Fecha de recepción: 31 de enero de 2023

Fecha de aprobación: 9 de febrero de 2024

RESUMEN

Este artículo presenta el inventario y análisis de dos tipos de expresiones gliptográficas presentes en el templo de Santa Ana de Yauri, capital de la provincia cusqueña de Espinar: marcas de cantería y signos cruciformes. La función de las primeras está bien determinada en tanto signos de identificación y contabilidad de los sillares entregados por diferentes alarifes. La presencia de las cruces resulta más intrigante, por cuanto ellas no parecen tener una función apotropaica, pudiendo, más bien, estar relacionada a expresiones devocionales. Es evidente que las marcas de cantería son más antiguas que las cruces y habrían sido grabadas entre los siglos XVII y XVIII, durante la construcción de la iglesia original, sobre cuyos restos se construyó el edificio actual en la segunda mitad del siglo XIX. Muchos de estos signos lapidarios han sido afectados por el raspaje perpetrado durante la restauración del conjunto eclesiástico realizado hace algunos años, la cual también destruyó pictogramas coloniales del llamado estilo rupestre Espinar. Metodológicamente se recurrió al registro fotográfico, calcos informáticos y examen de documentos históricos.

PALABRAS CLAVE

Cruces; gliptografía; marcas de cantero; Yauri; Cusco

ABSTRACT

This article presents the inventory and analysis of two types of glyptographic expressions present in the temple Santa Ana of Yauri, capital city of Espinar province, Cusco: Masons’ marks and cruciform signs. The function of the marks is well determined as identification and accounting signs of the ashlars delivered by different stonecutters. The presence of the crosses is more intriguing because they do not seem to have an apotropaic function, and may rather be related to devotional expressions. It is evident that the Masons’ marks are older than the crosses and would have been engraved between the 17th and 18th centuries, during the construction of the original church, on whose remains the current building was built in the second half of the 19th century. Many of these lapidary signs have been affected by the scraping perpetrated during the restoration of the ecclesiastical complex carried out a few years ago, which also destroyed colonial pictograms of the so-called Espinar rock art style. Methodologically, photographic recording, computer tracings and examination of historical documents were used.

KEYWORDS

Crosses; gliptography; Masons’ marks; Yauri; Cusco

(*) El presente artículo es resultado de las investigaciones que el autor –de manera autofinanciada– viene realizando sobre marcas de cantería y cruces apotropaicas en el sur peruano. Para el caso de Yauri, el trabajo de campo se realizó en noviembre de 2022.

(**) Investigador independiente. Especialista en Geoarqueología y Gliptografía, con estudios de post-grado, entre otros, en la Universidad Joseph Fourier-Grenoble I (Francia), Universidad de Ginebra, Escuela Politécnica Federal de Lausana, Universidad de Friburgo (Suiza), Escuela Hassania (Marruecos).

Introducción

Las paredes externas de la iglesia Santa Ana de Yauri, capital de la provincia cusqueña de Espinar, presentan una gran cantidad de expresiones gliptográficas de dos tipos (además de unas cuantas modernas marcas de restauración): marcas lapidarias y signos cruciformes. A las varias decenas de marcas de cantería se suman casi una cincuentena de cruces. Una peculiaridad de estos grabados es que, a diferencia de otras iglesias altoandinas, el origen de parte de ellas se remontaría no a la época virreinal sino a la segunda mitad del siglo XIX, confirmando la continuidad de una práctica gliptográfica que se creía esencialmente colonial.

La coincidencia gráfica de algunos de los signos existentes en otras iglesias altiplánicas como las de Santo Tomás, en la vecina provincia de Chumbivilcas, y de Cabanilla, en la provincia puneña de Lampa, haría pensar en algún emparentado o, más aún, en la posibilidad de que unos mismos canteros hayan intervenido en estas iglesias; sin embargo, la gran distancia temporal que separa la construcción de esos templos anula esa alternativa pero permite plantear otra, referida a cierta continuidad en el labrado y marcado de sillares de toba volcánica, por lo que incluso cabría hablar de una tradición gliptográfica de marcado dentro de la arquitectura eclesiástica de las provincias altas del Cusco, Puno y Arequipa.

Nota sobre la historia de Yauri

Ubicada en una colina que se extiende hasta el río Cañipía, y a una altitud por encima de los 3,900 m. s. n. m., la capital de la provincia de Espinar muestra una ocupación continua desde, por lo menos, el Formativo; se han encontrado en Yauri restos cerámicos que van desde ese período hasta el Intermedio Tardío y Tardío (culturas killke, qolla e inka). Aparte de ello no se tiene otros vestigios arqueológicos, aunque se admite que en la colina más alta (donde se ubica la iglesia que nos ocupa) hubo un ushnu. En todo caso, este territorio fue parte de lo que Glave (1992, p. 25) denomina el “conjunto espacial y simbólico Aymara del altiplano sur andino”. A unos 15 kilómetros al ESE se ubica K’anamarka, para algunos, capital de la nación K’ana, señorío aimara que floreció en el Intermedio Tardío y el Tardío, sometido luego por los incas. De ellos, Cieza de León (1553), el primero en mencionarlos, dice:

Luego que salen de los Canches, se entra en la prouincia de los Canas, que es otra nasción de gente: y los pueblos dellos se llaman en esta manera: Hatuncana, Chiquana, Horuro, Cacha, y otros que no quento. Andan todos vestidos, y lo mismo sus mugeres y en la cabeça vsan ponerse vnos bonetes de lana grandes y muy redondos y altos. Antes que los Ingas los señoreassen tuuieron en los collados fuertes sus pueblos: de donde salían a darse guerra. Después los baxaron a lo llano, haziendolos concertadamente. Y también hazen como los Canches sus sepulturas en las heredades, y guardan y tienen vnas mismas costumbres. (f. CXIII-CXIV)

En las fuentes que sustentan los estudios de Sillar (2002, p. 223) el nombre de Yauri no aparece entre las localidades K’ana más importantes del Tardío y que se mantuvieron hasta el período colonial.

Durante el virreinato fue un poblado de importancia secundaria. Abonan este aserto indicadores como su menor población en relación con las otras doctrinas de la zona, o la erección de iglesias más suntuosas que la de Yauri, como la de Coporaque, localidad que estuvo destinada a ser la capital del repartimiento y cuya importancia está corroborada por la existencia de dos iglesias en su plaza. Según la información recabada por Viñuales y Gutiérrez (2014, p. 597), la encomienda de Yauri le fue atribuida a Paullo Inca, quien la legó a Carlos Inca, tras cuyo fallecimiento fue repartido entre Juan Fernández Coronel, María Mendoza Coya, Mariana de Santa Cruz y Diego Fernández de Escobar. En la relación del virrey Martín Enríquez (en Levillier, 1925, p. 158), Christoval de Miranda, “secretario de la gouernacion destos rreynos del Piru”, informaba que en 1583 “El rrepartimiento de yaure de la corona rreal que tiene 660 yndios tributarios y 3303 personas rreduzidos en un pueblo llamado santa ana de yaure”. A estos se sumaban algunos “yndios” de Pichigua. Casi un siglo después, de toda esa población solo quedaban unas 600 personas, debido a la hecatombe demográfica derivada sobre todo de las nuevas enfermedades y de las mitas mineras.

En los informes que los párrocos enviaron al obispo Mollinedo en 1689, el de la doctrina de Yauri es relativamente escueto en relación con los de las doctrinas de Pichigua, Coporaque y otras de la vicaría de Canas o Yanaoca, a la que pertenecían. Las vecinas doctrinas de Pichigua y de Coporaque, ambas a dos leguas, tuvieron más población y recursos. En 1689, don Juan de Peralta, párroco de Coporaque informaba que su doctrina contaba con “seis españoles pobres asistentes, y ocho mujeres, tiene mil almas pocas mas o menos” y que su iglesia estaba “adornada todo el cuerpo con pinturas y tiene diez blandones de plata, un viril muy rico [y] todos los ornamentos necesarios para la desensia y celebridad del culto divino”. Por su parte, según su párroco Joseph de Romero, Pichigua ese mismo año contaba con 300 “yndios barones naturales y forasteros de pagar tasas y reservados, fuera de los que no an llegado a edad de tributar, y quatrosientas y setenta mujeres y quatrosientos y treinta muchachos y muchachas”, agregando que su iglesia era nueva “y una de las mas capaces fuertes, y hermosas que ay en este reyno, con un retablo dorado digno de una catedral”. En cambio, como informaba su párroco Juan Pérez de Vargas Machuca, Yauri tenía “seiscientas personas chicas y grandes dha doctrina con poca diferencia es a saber de Indios; y de Mestizos y Mestizas, que se dicen Españoles comúnmente hasta diez o doze personas”, quejándose de que las rentas de la iglesia no bastaban para cubrir los gastos corrientes (Villanueva, 1982, pp. 246-247, 250, 251).

En la segunda mitad del siglo XVIII, el cosmógrafo Cosme Bueno (1951, p. 102) situaba a Yauri como uno de los 11 curatos de la provincia de Canchis, y que contaba “con 2 capillas distantes del pueblo, una llamada Santuario de la Virgen de Huancani y la otra de la Candelaria”. A fines del siglo XVIII, el también cosmógrafo mayor Pablo José de Oricaín (1790, p. 42) confirmaba lo anterior, describiéndolo así: “Yaure, con dos capillas públicas en los Trapiches de moler metales de Huancane, y la Candelaria: tiene un anexo nombrado Occororo, y las estancias de Huayllacasa con una Capilla”. En 1792 “Su jurisdiccion se extiende 12 leguas al S. por donde linda con Caylloma, y en ella hay dos minas de cobre que se trabajan quando es necesario, y mucha piedra iman” (Anónimo, 1965 [1792], p. 19).

La situación de relativo rezago se mantuvo hasta bien avanzado el siglo XVIII, como lo ratifican las matrículas coloniales; es después de la gran rebelión tupacamarista (1780-1783) que Yauri pasa a ser la principal localidad de Canas-Canchis, solo por debajo de su capital Sicuani, situación que aún mantenía en 1826, con un hiato de descenso poblacional entre 1804 y 1814, que Glave (1988, p. 21) atribuye a las hambrunas generadas por la crisis del “antiguo régimen” y sus consiguientes exacciones tributarias. El mismo Glave señala que entre 1850 y 1855 se dio una fuerte epidemia de viruelas, lo cual habría determinado otra caída demográfica, como lo prueban los censos de “tributarios afectos al pago de contribución por predios rústicos” de 1871 y 1877 de la entonces provincia de Canas, donde Yauri ocupa el último lugar poblacional de los actuales distritos espinarenses (14 % y 11 %, respectivamente). Súbitamente, en 1888 pasa a ocupar el primer lugar con un 25 %, situación reforzada en 1892, cuando alcanza el 40 % (Glave, 1992, pp. 104-105, 213). Las causas de este explosivo crecimiento no están del todo claras, pero este coincide, más o menos, con el fin de la Guerra del Pacífico y el inicio del auge del comercio de la lana. Este tiempo también corresponde al de la reconstrucción y acabado de la iglesia de Santa Ana, cuyo precedente colonial se había derrumbado décadas antes. Hay algo que llama la atención: el período de depresión demográfica que se dio entre las décadas cuarta y séptima del siglo XIX coincide con la etapa de deterioro y derrumbe de la iglesia que, por lo visto, no pudo ser reconstruida en ese tiempo sino solo cuando se da el resurgimiento demográfico, el cual podría haber estado asociado al inicio de una fase de expansión económica.

En septiembre de 1931, Yauri fue uno de los escenarios del llamado levantamiento campesino de Mollocahua, generado cuando un grupo de hacendados y policías asesinaron al campesino Domingo Tarifa (Orlove, 1980, pp. 133-136), lo cual desencadenó una reacción de venganza por parte de los comuneros que desembocó en una fuerte represalia que tuvo visos de un enfrentamiento racial, con los comuneros de un bando y los mestizos (mistis) en el opuesto. Se dio también un hecho insólito: los campesinos lograron recuperar pastizales de haciendas para alimentar a su ganado. Veinte años antes, en Tocroyoc se dio la rebelión de Domingo Huarca contra los gamonales (Kapsoli, 1977, p. 69), movimiento no exento de un cariz milenarista y que incluyó un intento de sitio de Yauri.

En las últimas décadas, gracias a la minería, Yauri se ha convertido en una ciudad que, aparte su iglesia y unas cuantas casas republicanas, ya casi nada guarda de su antiguo patrimonio arquitectónico, como ocurre con la inmensa mayoría de los centros poblados rurales del Perú.

El templo de Santa Ana

Esta iglesia parroquial de Yauri está bajo la advocación de Santa Ana. El actual edificio dataría de las últimas décadas del siglo XIX y, según Viñuales y Gutiérrez (2014, pp. 602-603), habría sido concluido hacia 1900, reemplazando a otra más antigua que se derrumbó en 1834. Tras varios intentos fallidos de reedificar el caído templo colonial, en algún momento se decidió hacer un nuevo edificio enteramente de piedra, empleando toba volcánica, aunque se observan algunos bloques de roca lávica andesítica o basáltica. Por su posición en una colina que domina al pueblo y las llanuras aledañas, se deduce que, como es habitual, fue erigido donde antiguamente existió una huaca o adoratorio precolombino, aun cuando no se han descubierto vestigios arqueológicos importantes en la zona ni hay noticia de que Yauri haya tenido mayor relevancia en tiempos precolombinos.

Las noticias sobre el antiguo templo son contradictorias: algunas aluden a una construcción en adobe y de otras se deduce que era una combinación de piedra y adobe. Una serie de indicios permite aseverar que al menos parte de los muros y la torre exenta son de data colonial, habiendo sufrido varias modificaciones durante sucesivas restauraciones. La existencia de pictografías de neto sello colonial (figuras de plantas, cruces y escenas religiosas) corroboran esta hipótesis, a pesar de que dichas expresiones rupestres fueron sistemáticamente raspadas durante la restauración realizada hace algunos años; de ellas solo quedan algunas cruces en la base del campanario. Otro indicador del origen colonial es el pintado de las paredes con el mismo pigmento rojo usado para los pictogramas, cubierta que también fue sometida a un grosero raspaje durante dicha intervención restauradora.

Se deduce que la iglesia original (erigida o completada probablemente entre los siglos XVII y XVIII) era de mucho mayor calidad arquitectónica que la actual (con sus desangeladas y muy simples portadas de medio punto), con portadas ornamentadas y bóveda de cañón total o parcial, del mismo estilo que los magníficos edificios eclesiásticos de varios lugares de la región altiplánica del sur peruano. Según la información recogida por los mencionados Viñuales y Gutiérrez, en 1676, el célebre obispo Mollinedo la describía como “una iglesia muy hermosa de fábrica y muy rica de ornamentos y alhajas de plata labrada”, con un gran retablo mayor de tres cuerpos además de dos laterales, sus muros exteriores enlucidos. Un testimonio de 1747 ratificaba la hermosura de la iglesia y sus primorosos componentes. El visitador José Gallegos informaba que en 1784 el presbiterio había sido cubierto con tejas vidriadas, un indicador de lujo, como el que se observa en las iglesias de Lampa y Cabanilla, y que “estaba toda la cubierta con artesonados con molduras doradas y las ventanas tenían sus piedras berenguelas” (Viñuales y Gutiérrez, 2014, p. 603). Pero su belleza arquitectónica no iba aparejada a una suficiente solidez constructiva o a un diseño estructural adecuado, por lo que estuvo sometida a continuos colapsos, resquebrajaduras, hundimientos. Así, en 1792, Tadeo Gonzales, alcalde mayor de la doctrina de Yauri, informaba que el templo

se hallaba con evidentes signos de ruina por lo muy maltratado y en cinco partes, el arco toral por la parte que cae al campanario, donde está la solera caída y cuatro vigas pendientes, en el altar de la patrona Santa Ana, así mismo la solera rota, caído un tirante y pendientes en el aire dos tijerales […] si el templo era dejado en las condiciones descritas, no resistiría culminar el año en forma vertical, debido a las condiciones en que se encontraba, más el temporal de la zona, que ya el 27 de Enero del mismo año, por una fuerte nevada colapsaron los dos tijerales del Altar de Ánimas. (Instituto Nacional de Cultura [INC], 2008, pp. 11-12)

En esta situación de precariedad estructural influyó la carencia en la región de arquitectos y maestros albañiles calificados y la mala calidad del material lítico empleado. Finalmente, el 24 de febrero de 1834, la iglesia colapsó de modo irremediable. Se intentó recuperarla, pero la falta de recursos, de maestros competentes e, inclusive, una crisis demográfica derivada de una epidemia de viruelas y otras vicisitudes mantuvieron al edificio en ruinas. Una capilla provisional fue construida en adobe para albergar al santísimo y mantener el culto. En 1847 se decidió construir un nuevo edificio en el mismo lugar. A pesar de que un acta de 1850 —que obra en el Archivo Departamental del Cusco— refiere que se tuvo que “desatar el templo antiguo desde el interior de los cimientos” (Ministerio de Cultura, 2012, p. 31), ciertos indicios permiten pensar que no se trató de una construcción enteramente nueva, sino que se aprovecharon restos del templo colonial, como el muro que da a la plaza, el arco toral y parte del presbiterio. Esa misma acta relata que se redactó una solicitud de autorización para poder vender, por un valor de 300 marcos, la plata labrada del templo para financiar los trabajos, documento que el cura Justo Niño de Guzmán presentó al obispo de Cusco.

El edificio eclesial (ver Figura 1), de una sola nave, es de planta rectangular de unos 75 metros de largo por unos 10-11 de ancho interior1, con ocho pares de sólidos contrafuertes y dos pequeños recintos laterales adosados a los extremos de la pared posterior o de epístola: el baptisterio, entre los dos primeros contrafuertes próximos a la entrada de pies, y la sacristía, al costado del altar mayor, entre el último par de contrafuertes. Su eje longitudinal sigue una orientación Noroeste-Sureste NO-SE, por lo que su fachada principal mira al noreste, lo cual descarta cualquier asociación con el ciclo solar, dejando sin sustento cualquier pretensión de establecer “alineaciones” astronómicas u otras invenciones tan de moda en los últimos tiempos. Los ejes de su torre de base cuadrangular, ubicada unos 20 metros al oeste, son diagonales al eje de la única nave de la iglesia.

Cuenta con muy pocas ventanas rectangulares de desarrollo vertical: tres en el muro de evangelio, una en el muro testero y otra encima de la entrada de pies, donde también hay un pequeño óculo. El techo de par y nudillo debió de ser tejado (salvo que, como se dijo, haya tenido, al menos parcialmente, una bóveda2). Gracias a la “restauración” practicada hace algunos años cuenta hoy con una cubierta de planchas sintéticas, contraviniendo la normativa que establece respetar las cubiertas originales abovedadas o de teja.

Interiormente la nave es sobria en su tratamiento arquitectónico, no existiendo elementos arquitectónicos que le den calidad, esto es posiblemente por la época en la que fue reconstruida que corresponde a la época republicana; a nivel de coronamiento de muros tiene un cornisamiento a todo largo y ancho de la nave del templo, el altar mayor es de estilo neoclásico y en los lados de la epístola y del evangelio tiene nueve altares neoclásicos ubicados dentro de los arcos circunscritos dentro de los muros de piedra antes indicados. Todo el interior del templo se encuentra revestido de yeso. (INC, 2006, p. 8)

Al pie de la fachada se tiene un atrio principal en ligero glacis (rodeado por un parapeto rematado por una barda con balaustres de sección cuadrangular) al cual se llega por una escalinata de doble acceso. No se sabe si la balaustrada es un elemento original o agregado; su factura y la apariencia de la piedra hace sospechar que sería lo segundo o que un eventual cerco original haya sido completamente reemplazado por mampuestos modernos. En todo caso, este tipo de balaustre no concuerda con el modelo de elementos similares que se encuentran en otras iglesias altiplánicas del Cusco y del Qollao, que son más elaborados. Cuenta, además, con dos atrios laterales que corresponden a los muros testero y de pies.

La llamada torre Huaycho3, de tipo exento, es el elemento arquitectónico más resaltante (ver Figuras 2, 3 y 4). Ya en 1784 el visitador Gallegos la calificaba como “muy hermosa”. Su estructura es muy peculiar: descansa sobre una suerte de baluarte o base de torreón renacentista con esquinas en cilindro, y borde superior a manera de un cornisamiento compuesto por toros y filetes. El tercer cuerpo de la torre es un campanario que tiene cierta semejanza con los de la catedral del Cusco y de iglesias cercanas a Toledo (España). El expediente de restauración (INC, 2008, p. 10) señala que la torre es del estilo llamado “barroco andino”, variante arequipeña, y que correspondería al siglo XVIII. Su ornamentación comprende cuadrifolias, rosetas y triglifos; en cada arista del campanario hay una columna de tipo salomónico, con influencia del plateresco también de variante arequipeña, cuya decoración, de tipo vegetal, está dispuesta en espiral.

La cobertura de la torre está constituida por una cúpula semiesférica que posee un cimborrio con cuatro vanos orientados a cada lado de la torre, esta cúpula se encuentra rematada por una cruz pétrea, cabe destacar que a este nivel tiene en sus cuatro esquinas sus correspondientes pináculos. (INC, 2008, p. 27)

Una sólida y extensa muralla de contorno en las caras Noroeste-Sureste completa el conjunto eclesial; por su altura y su ligera inclinación más parece corresponder a una fortaleza. Está rematada por una albardilla continua, que forma un alero muy corto, y coronada por una serie de esferas de piedra espaciadas regularmente que descansan sobre dobles plintos escalonados. El muro no cubre todo el lado SO y está ausente en el lado SE; aunque en este último hay restos de un paramento deteriorado que, tal vez, correspondía a la antigua muralla. Más o menos a un metro por debajo de cada esfera existe una especie de gárgola en forma de canaleta, en extraña disposición invertida; no hay indicios de que drenen aguas pluviales, quizás porque durante la restauración no se tomaron las precauciones de diseño necesarias. En cualquier caso, deben de cumplir alguna función de alivio de subpresiones.

A inicios de julio de 2011, la iglesia sufrió un robo sacrílego, perdiendo las planchas repujadas de plata de su altar mayor (Andina, 2011).

Las marcas de cantería4

Al contrario de lo que ocurre en Europa, el tema de las marcas de cantero en Hispanoamérica no ha sido objeto de atención de los investigadores. A la fecha solo se conocen cinco trabajos al respecto, todos para casos del sur peruano. El pionero es el de Tomás Gutiérrez, titulado “Marcas de canteros en Chumbivilcas (Perú)”, publicado en 1987. Ferdy Hermes Barbon, además de los artículos “Le Marche lapidarie in Ayacucho e nella valle del Colca” y “Segni e marche ad Arequipa e Cusco città delle Ande Orientali”, publicó en 2013 el libro Il códice ritrovato; ellos contienen un inventario de marcas y signos de algunas iglesias de Cusco, Arequipa y Ayacucho. Finalmente, las marcas de la iglesia Matriz de Moquegua fueron registradas y analizadas por Carreño-Collatupa en artículos publicados en 2019 y 2021; de él también se tiene el informe preliminar de investigación “Marcas de cantería en la ciudad del Cusco”, fechado en 2011.

Más allá de cualquier especulación que les otorgue pretendidas significaciones esotéricas o mensajes del pasado, es indiscutible que las marcas de cantería fueron un medio de identificación y contabilidad para controlar el cumplimiento de compromisos contractuales tanto en términos de calidad como de cantidad de los sillares encargadas a los picapedreros. Su fin era netamente utilitario y su origen se remonta a la Edad Media, cuando los gremios comenzaron a organizarse de manera más sistemática, logrando influir de modo decisivo en las condiciones de contratación. En tal sentido, en la Europa medieval el uso de los signos llegó a ser atribuido por cada gremio, para así lograr un mejor control y evitar suplantaciones o acuerdos subrepticios. Con el tiempo, a medida que los sistemas logísticos de las obras mejoraban, la práctica del marcado de piedras fue decayendo. Hoy en día está casi extinta, aunque es todavía posible ver marcas de restauración en algunos mampuestos y baldosas, en especial siglas de la institución a cargo, fechas e iniciales del contratista o del responsable de la obra.

La costumbre del marcado arribó a América probablemente ya avanzada la Colonia, esto por una razón muy sencilla: las primeras iglesias católicas americanas se construyeron no en piedra sino en adobe, quincha o bahareque. En términos generales, fue una práctica que no llegó a difundirse mucho; tal vez esto se deba a que la mano de obra a menudo era allí esclavizada o se la obtenía como pago de tributo o como una forma de prestación obligatoria de servicios. Se conocen contratos para la elaboración de mampuestos, detallando costos, cantidades y plazos; sin embargo, nada se dice en ellos sobre el marcado. Al parecer, en ciertos casos, las marcas no siempre identificaban al alarife sino al contratante (marcas de donante), sobre todo cuando se trataba de alguna forma de contribución o limosna para edificar iglesias y por la cual el donante exigía esta suerte de constancia para su manejo interno o como símbolo de estatus social; es lo que pudo haber ocurrido, por ejemplo, para ciertas marcas de la iglesia Matriz de Moquegua.

Hasta la fecha son dos los ámbitos principales donde se ha identificado esta práctica con mayor incidencia: la ciudad del Cusco (donde se las encuentra en iglesias y edificios particulares, incluso republicanos) y en las llamadas provincias altas cusqueñas y del altiplano puneño y arequipeño; aquí se dan exclusivamente en iglesias, sobre todo rurales. En mucho menor cantidad, existen ejemplares en algunas iglesias de Ayacucho. El caso más excepcional, por la cantidad y variedad de signos, es el de la mencionada iglesia Matriz de Moquegua. La catedral de Puno, el templo de Santo Tomás, Chumbivilcas, y la iglesia el Triunfo del Cusco muestran una particularidad: sus marcas están ubicadas esencialmente en el interior de sus naves. En la iglesia de Cabanilla (provincia de Lampa, Puno) las marcas solo se dan, y en escaso número, en la torre; la razón es obvia: excepto las dos magníficas portadas, los paramentos son de piedra no canteada sino solo desbastada y con abundante argamasa.

Hay una particularidad muy resaltante: salvo en los edificios de la ciudad del Cusco —construidos esencialmente con piedra andesítica—, las marcas de cantero se han grabado en sillares de toba volcánica, roca piroclástica empleada para construir las mencionadas iglesias surperuanas, lo cual responde al mero condicionante de la disponibilidad del material en las cercanías. Otra diferencia: las marcas cusqueñas en andesitas son de menor tamaño (menos de 10 centímetros) que las practicadas en toba, donde estos signos superan, por lo general, los 20 centímetros. Esto parece responder a la condición geomecánica de las rocas: las andesitas son duras y, en consecuencia, más difíciles de grabar; en cambio, las tobas volcánicas pertenecen a la categoría de piedra franca o mollar, es decir, muy suaves y de fácil labrado, pero de textura mucho más tosca que, en cierto modo, “invisibilizaría” cualquier signo gliptográfico pequeño. Las marcas de Yauri pertenecen a esta segunda clase.

Marcas de cantería en el templo de Santa Ana de Yauri

No muestran la variedad que se encuentra en el templo chumbivilcano de Santo Tomás y en la iglesia Matriz de Moquegua. En el primero se han identificado hasta 95 tipos de marcas ubicadas sobre todo en las pilastras de la nave y en el sotocoro, registradas y analizadas por Ramón Gutiérrez (1987, pp. 119-122) en su artículo “Marcas de canteros en Chumbivilcas (Perú)”. En el templo moqueguano se identificaron hasta 107 tipos de signos (Carreño-Collatupa, 2019, p. 129). Estos dos casos tienen en común, además de la similitud de algunos signos, su gran tamaño. Para Yauri, en cambio, se tiene menor variedad y cantidad relativa de piedras marcadas, al menos en lo referente a caras visibles; subsiste la posibilidad de que muchas marcas estén ocultas según el acomodo de los sillares, es decir, que algunas marcas estén en las caras no visibles de los mampuestos.

Otra particularidad resaltante en Yauri está dada por las diferencias de tamaño; aunque la mayoría son de talla mediana (en relación con las de Chumbivilcas y Moquegua), con un promedio de 20 centímetros, hay algunas bastante pequeñas, de hasta 4 a 5 centímetros. A diferencia de los otros casos mencionados, tampoco hay uniformidad en el tamaño de un mismo signo, habiendo disimilitudes muy acentuadas, inclusive entre dos marcas de igual tipo ubicadas en mampuestos vecinos (diferencias del orden a uno a cuatro), lo cual es bastante inusual.

Tipología de las marcas de cantería

Veinticuatro tipos genéricos de marcas han sido determinados en esta iglesia, adscritos a dos grandes grupos: alfabéticos (o asimilables a ellos) y geométricos (ver Figura 5). Los de carácter alfabético (Ya-1 a Ya-13) (ver Figuras 6, 7, 8 y 9), u otros más complejos que tienen un signo alfabético como patrón generador (como los que tienen de base una “W” a la que se han agregado uno o dos apéndices), son los de tipo N, M, A, X, V, W, P o D (estos dos últimos, modelo Ya-12, según sea su posición, pueden considerarse como una u otra letra); a ellos se agregaría el modelo Ya-14, calificable como intermedio, un gancho tipo garabato que bien podría tomarse como una “S” (ver Figura 10).

En cuanto a los signos de tipo geométrico (Ya-15 a Ya-24) se tiene los patrones de círculo, semicírculo, cuadrángulo, triángulo, doble triángulo (dos variantes: triángulos opuestos por el vértice y triángulos yuxtapuestos) y líneas paralelas o solitarias (ver Figuras 11, 12, 13). En cuanto a estas últimas, puede decirse que constituyen una rareza, pues por su simplicidad no son usadas como marcas, dado que pueden ser confundidas con cualquier trazo o accidente de labrado; se confirma que, en este caso espinarense, dichas líneas corresponden a marcas de cantero porque hay varios sillares que los contienen en los cuales no se tiene otras marcas; se caracterizan por ser ligeramente inclinadas y por su trazo que atraviesa de parte a parte la cara implicada de los mampuestos.

Los casos de doble marca

Tres ejemplares en sillares próximos entre sí llaman la atención por contener un doble marcado. A las dos “V” y una “A” invertidas como marca principal se les ha agregado lo que parecen unas iniciales, probablemente una “E” y una “T”, que son claras en dos especímenes (una dentro de la “V” y otra al costado de la “A”) y menos discernibles en el tercer espécimen, otra “V”, donde el signo adicional está más alejado, la probable “E” está en posición especular invertida y de la posible “T” solo se distingue una parte del apéndice inferior, que se asemeja a una “U” incompleta (ver Figura 14).

Tanto el tipo de surco como la pátina hacen pensar que los dos componentes de estos grabados no son diacrónicos, a lo cual se suma el hecho de que en los surcos se observa la pintura roja con que se embadurnó la pared. De ser posteriores, los surcos de los signos adventicios no tendrían esa pintura, como ocurre con los grafitos modernos o los rayados accidentales producidos durante la reciente “restauración”.

Para la citada iglesia chumbivilcana, Gutiérrez (1987, p. 121), además de “signos derivados provenientes quizás de varios integrantes de una misma familia de canteros”, da cuenta de “signos dobles producto posiblemente del trabajo de dos canteros en una sola piedra”. Esto podría interpretarse como una prueba de fraude, pero sería difícil que ello fuese admitido por los responsables de la supervisión, exceptuando la eventualidad de un conchabamiento de estos con los canteros. Por nuestro lado, proponemos que, más bien, podría tratarse de un doble marcado que involucra la marca misma del cantero y la marca del comitente o donador. Para el caso de Yauri, esta opción parece más viable, por cuanto involucra iniciales, es decir, un nombre que, de algún modo, sería identificable por los vecinos contemporáneos de la persona.

Cruces

Casi una cincuentena de signos cruciformes ha sido identificada en tres de los muros de ese recinto. Es posible que existan más en el muro de epístola, el orientado hacia el suroeste —al cual no se tuvo acceso— y en las caras internas de las paredes, que han sido enfoscadas. Es de destacar que en el amplio muro perimétrico del conjunto eclesial solo se han identificado marcas de cantero, pero ninguna cruz. Dada su profusión, y por estar entremezcladas con marcas de cantería, se plantean dudas acerca de una eventual función apotropaica de estas cruces; por ello, es probable que su funcionalidad haya sido otra. Por su cantidad y posición no podrían caer dentro de la categoría de signo ritual; es más probable que hayan estado relacionadas con algún tipo de práctica votiva de los feligreses indígenas.

Estos signos están concentrados en la parte baja de los muros, en las franjas inferiores y, por tanto, asequibles, a diferencia de las marcas de cantero que se encuentran en diferentes niveles hasta las ringleras superiores de las paredes. Esto refuerza la suposición de un diacronismo en relación con dichas marcas, es decir que la cruces fueron grabadas posteriormente, con fines ignotos. Aunque podría pensarse que también se trate de marcas de algunos canteros indígenas no muy conscientes del carácter sacrílego de sus grabados, esta posibilidad se ve prácticamente desechada por la mencionada concentración de signos cruciformes en la parte baja, por su ausencia en los sillares que componen las portadas, por la diversidad y falta de uniformidad de los signos (en forma y en tamaño) e, inclusive, en ciertos casos, por la pátina de los surcos y otros indicadores que permiten sospechar que fueron hechas cuando ya los muros estaban terminados. Cabe señalar que las marcas de cantería, en tanto signos de identificación y contabilidad, eran hechas durante el labrado de los sillares y antes de su incorporación a los paramentos, para llevar la cuenta de las piezas hechas por cada alarife y así determinar los montos a pagar a cada uno (si era por la modalidad de destajo) o verificar las cantidades estipuladas en los contratos. En cambio, es por demás evidente que las cruces fueron trazadas cuando ya los muros estaban erigidos.

Aparte de unas pocas, las más pequeñas, que tienen surcos relativamente gruesos, la gran mayoría son de traza muy delgada, grabadas al punzón, muchas con regla. En cuanto al modelo, exceptuando dos griegas, casi todas son latinas y potenzadas. Llama la atención una pequeña que se aproxima al modelo de cruz gamada o esvástica. Algunas podrían ser asimiladas a los modelos de cruz bizantina e india o immissa, pero la precariedad de su trazo no las define lo suficiente como para incorporarlas en esas categorías, por lo que han sido consideradas como del tipo latino. En cuanto a las aspas, desde un punto de vista estrictamente signográfico corresponderían a cruces de san Andrés, pero es evidente que, por diversas razones, son simples marcas de cantería, por lo cual están incluidas en la sección anterior como un tipo alfabético más (“X”).

Tipos de cruces

Como ya se indicó, son distinguibles tres grupos genéricos: latinas, potenzadas y griegas. Hay 15 ejemplares de cruces latinas, tres de ellas volcadas (cruces nórdicas o escandinavas) y dos de cabeza (cruces de san Pedro). Las dos cruces griegas son del tipo estrecho y con el tronco ligeramente inclinado (ver Figura 15).

En cuanto a las potenzadas, con 30 ejemplares, son las más numerosas del conjunto. Como cruces de base (sin potenzas) se tiene latinas, griegas, inmmissas, conmmissas y de Indias. No todas cuentan con cuatro potenzas o barras de remate (ver Figura 16). Por lo menos nueve están invertidas y unas tres volcadas.

Deterioro y destrucción del patrimonio gliptográfico y rupestre del templo de Santa Ana

Los recientes trabajos de restauración del templo —que duraron casi una década— a cargo de la entidad regional del sector cultura, más allá de la desnaturalización arquitectónica y de la ornamentación interna original de esta iglesia, han sido nefastos para el patrimonio gliptográfico de esta iglesia; tanto las marcas de cantería, como las cruces y otros elementos lapicidas que ornaban las paredes del edificio han sido afectados, en mayor o menor medida (incluso borrados por completo), por un acto inexplicable: el raspado de los sillares, algo absolutamente innecesario, injustificado. Esta intervención, además de atenuar, cubrir o destruir muchas marcas y cruces, ha creado un efecto visual pernicioso, por cuanto buena parte del paramento primigenio estaba pintada de rojo, del mismo tono que el empleado en las pinturas rupestres de la provincia. Puesto que el raspado fue hecho de manera bastante grosera, hay sillares completamente blancos y otros que han conservado la pintura por partes y en distribución irregular. Hoy las paredes muestran una coloración caótica, con “islas” blanquecinas (correspondientes a los mampuestos muy raspados o nuevos, que reemplazaron a los antiguos quizás muy deteriorados) y partes de coloración rojiza más intensa y otras de tinte amarillento o anaranjado o de apariencia abigarrada, por la irregularidad del desaprensivo raspado.

Hay noticia y fotos de pictogramas con motivos fitomorfos y religiosos que también habrían sido borrados por esta malhadada intervención. Esas pinturas rupestres correspondían al llamado “estilo Espinar post-colombino” (Carreño, 2020, p. 683; Carreño, 2022, p. 104). El patrimonio rupestre de la iglesia Santa Ana anteriormente ya había sufrido otros atentados; Del Solar y Hostnig (2007, p. 305) señalaron, por ejemplo, que en 2003 uno de los tres tableros de alquerque que existían en la base de la torre exenta había sido sustraído. Solo en el campanario de la torre Huaycho han sobrevivido unas pocas pictografías cruciformes rojas.

Todo esto denota una realidad inquietante: que muchos encargados de proyectos y trabajos de restauración desconocen o desprecian el arte rupestre y las expresiones gliptográficas, y, por ende, el real valor documental y arqueológico de las mismas.

En suma, las restauraciones han terminado siendo contraproducentes para algunos de los componentes de esta iglesia. El raspado y pulido de los mampuestos resulta incomprensible, por cuanto el labrado algo tosco de los mismos es parte del carácter (y el encanto) intrínseco de la arquitectura religiosa rural, más aún si se trata de construcciones con roca volcánica piroclástica. El exceso de pulido resulta, por decirlo de algún modo, “artificial” y ajeno al carácter de la arquitectura colonial y republicana de esta zona.

A este atentado de carácter, por decir, “oficial” se suma una permanente y muy destructora intervención juvenil, que ha dejado una enorme cantidad de grabados y grafitos con nombres, declaraciones de amor y rayados de diversa índole, muchos sobrepuestos a los antiguos signos lapicidas (ver Figura 17). Esto se ve facilitado por el carácter mollar de la toba, una roca muy suave, y la falta de protección de los muros o, al menos, de una campaña informativa que advierta sobre el carácter patrimonial de esos grabados. También el personal técnico de la entidad tutelar de la cultura nacional tendría que ser informado al respecto, para que sus futuras intervenciones no impliquen, como hasta ahora, el daño o destrucción de tales expresiones, que, a pesar de su aparente insignificancia, también constituyen un valioso legado cultural.

Referencias

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  1. 1. El ancho externo, con la proyección de los contrafuertes, es de más o menos 15 metros.

  2. 2. La existencia de una bóveda está sugerida por el grosor de los contrafuertes y por referencias documentales, como el acta del 27 de agosto de 1850, suscrita por las autoridades y notables del pueblo y referida a la reconstrucción del templo, donde habla de “los cimientos para la firmeza del cerramiento de bóveda” y que “se hallan las paredes del arco toral o presbiterio a una altura que solo le falta vara y media para que se coloquen los arranques de las bóvedas y la sacristía se halla ya en estado de colocarse los arranques” (INC, 2012, p. 31). Queda la posibilidad de que, como en la iglesia apurimeña de Antabamba, solo la parte del altar hasta el arco toral haya sido abovedada.

  3. 3. Torre Huaycho es una denominación que reciben varias torres exentas de diferentes iglesias de provincias altas de Cusco, Puno y Arequipa. Las más conocidas, además de la de Yauri, son las de Chamaca (Chumbivilcas) y Macarí (provincia de Melgar, Puno). Se desconoce el porqué de esta denominación. Hay varias comunidades y localidades en diferentes lugares del Perú llamadas así. Huaycho o huaychao alude a aves paseriformes (Agriornis) como el arriero de pico negro y el cucarachero. Su excremento, mezclado con otros ingredientes, es usado para cataplasmas y ritos chamánicos de yatiris (Villagrán y Castro, 2004, p. 280). En el Qollao creen que anuncia la lluvia (PARA, 2019). En Bolivia y en Humahuaca “sus plumas llevadas como amuleto llevan consigo la suerte; el estiércol ingerido en forma de té es un gran remedio para algunas afecciones y para curar ‘el daño’” (Coluccio, 2001, p. 143-144).

  4. 4. Para un mejor conocimiento del origen, evolución, tipología y otros aspectos referentes a estos signos gliptográficos, ver mis artículos sobre las marcas de cantería de la iglesia Matriz de Moquegua, publicados en el Boletín de Lima y en los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, ambos consignados en la lista de referencias.

Figura 1. Ubicación y vista general del templo de Santa Ana de Yauri. Nota. Max Corahua P. (Fuente propia. 2023).

Figura 2. Torre Huaycho y muralla de contorno

Figura 3. Plano de planta de la iglesia de Santa Ana de Yauri. Nota. Plano tomado de Viñuales y Gutiérrez, 2014.

Figura 4. Fachada principal y atrio de la iglesia de Santa Ana de Yauri

Figura 5. Tipos de marcas de cantero del templo de Santa Ana de Yauri

Figura 6. Marcas tipo Ya-1

Figura 7. Ejemplos de marcas tipo Ya-2, Ya-3, Ya-4 y Ya-5

Figura 8. Marcas tipo Ya-6, Ya-7, Ya-8 y Ya-9

Figura 9. Ejemplos de marcas tipo alfabético, modelos Ya-10, Ya-11, Ya-12 y Ya-13

Figura 10. Marcas tipo Ya-14, en forma de garabato o S

Figura 11. Ejemplos de marcas circulares a semicirculares, tipos Ya-15, Ya-16 y Ya-17

Figura 12. Marcas de tipo geométrico, modelos Ya-18 Ya-19, Ya-22 y Ya-23

Figura 13. Ejemplos de marcas de tipo geométrico, modelos Ya-20 (triángulos yuxtapuestos) y Ya-21 (triángulos opuestos por el vértice)

Figura 14. Los tres ejemplares con doble marcado

Figura 15. Cruces latinas y griegas en la iglesia de Yauri

Figura 16. Cruces potenzadas de Yauri

Figura 17. Efecto visual contraproducente debido al raspado excesivo e irregular y al reemplazo de sillares durante la restauración. Nota. Abajo: ejemplos de marcas y cruces afectadas por raspado y nuevos grabados o grafitos. Todo esto ha destruido muchos signos gliptográficos y pictogramas coloniales.