Entrevista

Roberto Samanez Argumedo

Arquitecto Roberto Samanez en la torre de la iglesia de Santo Tomás en la provincia de Chumbivilcas, Cusco.

Fotografía: Daniel Gianonni, 2007.

Cursó estudios de pregrado en arquitectura en Brasil y de posgrado en la Universitá degli Studi di Roma, La Sapienza, donde se especializó en Restauración de Monumentos. Fue director del Proyecto Especial Perú-UNESCO para la puesta en valor de monumentos en la región de Cusco-Puno, en la década del 70. Se desempeñó como Consultor de UNESCO en diversas misiones para conservación del patrimonio en Brasil, Bolivia y Perú. Es autor de diversos proyectos para la restauración de conjuntos arqueológicos de época Inca y de numerosos inmuebles de valor histórico en Cusco. Fue Profesor Principal en la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco entre 1985 y 2003, e impartió también la docencia en maestrías de Conservación del Patrimonio en universidades de diversos países. Ha sido autor de muchas publicaciones, y coautor de ocho libros de la serie Arte y Tesoros del Perú del Banco de Crédito.

Entrevista efectuada por el Arq. José Hayakawa Casas en mayo 2015.

Agradecemos al arquitecto Roberto Samanez Argumedo por su generosa disposición en la realización de esta entrevista.

JH: ¿Cuál fue su formación académica en el campo de la restauración y/o conservación de monumentos arquitectónicos?

RS: Pues, mi familia vivía en Cusco, donde mi padre que era un constructor de prestigio, formado en el Politécnico José Pardo en Lima; llegó a constituir una empresa constructora, que realizó numerosas obras en las décadas que siguieron al terremoto que afectó la ciudad en 1950. Desde niño estuve condicionado por la idea de ser arquitecto y después de culminar mis estudios secundarios viajé a Brasil para estudiar la carrera, entre 1963 y 1967.

En la Universidad Federal de Minas Gerais, donde estudié tuve a Silvio De Vasconcelos, distinguido historiador de la arquitectura quien era además Director de la Escuela de Arquitectura. Fue él quien me habló de los posgrados en la Universidad de Roma y el ICCROM, el Centro Internacional de Estudios para la Conservación, creado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en Roma. Al término de mis estudios en Brasil hizo una carta presentándome al referido centro. Como fui el primer peruano que solicitaba una beca integral de la UNESCO para estudiar restauración de monumentos, la obtuve casi de inmediato.

Estuve en Roma dos años para seguir los cursos del ICCROM y luego matriculado en el posgrado de la Universidad de Roma La Sapienza, para completar las asignaturas y desarrollar una tesis. Fue un período decisivo para mi formación por el entusiasmo con el que se entendía la conservación del patrimonio edificado. Hice muchos viajes y aprendí de las experiencias que se llevaban a cabo en toda Europa. Participé en seminarios sobre conservación en Túnez, la antigua Yugoslavia y Santander, España.

JH: ¿Y tuvo alguna formación académica en este campo especializado en el Perú?

RS: Debido a que hice mi formación básica como arquitecto en el Brasil, al volver al Perú por un corto tiempo antes de viajar a Italia, no seguí ningún curso de formación académica en el campo de restauración de monumentos, porque entonces entre 1968 y 1969 no se impartían conocimientos de esa especialidad en Lima ni en el Cusco. En ambas ciudades apenas existían asignaturas electivas en la formación básica de las facultades de arquitectura.

JH: Vía el ejercicio profesional, ¿cómo se aproxima a este campo especializado?

RS: Mientras estudiaba la carrera en Brasil y volvía durante las vacaciones a Cusco, tuve oportunidad de hacer prácticas en la Corporación de Reconstrucción y Fomento del Cusco (CRYF), creada a raíz del referido sismo de 1950. Fue un primer contacto que me despertó entusiasmo, aunque aún carecía de la formación necesaria.

Al volver de Italia después de mi especialización, trabajé en CRYRZA, la comisión para la reconstrucción de la zona afectada por un sismo en los departamentos de Ancash y La Libertad. Estuve con la Misión UNESCO-CRYRZA en Trujillo al inicio de la década de los años setenta, trabajando con el arquitecto José de Mesa, consultor de la UNESCO, y con José Correa, que era su contraparte nacional. Al término de la Misión permanecí algunos meses en esa ciudad continuando los trabajos iniciados por la Misión y participando como delegado ante la Comisión Técnica Calificadora de la Municipalidad Provincial de Trujillo.

Guardo los mejores recuerdos de esa estadía y de las enseñanzas del arquitecto Mesa. La confrontación con la realidad al integrar la Comisión Técnica también fue muy aleccionadora.

Un corto tiempo después, al crearse el Instituto Nacional de Cultura, José Correa, que era el Director Técnico de Conservación, me convocó para trabajar en Lima en la preparación de un importante proyecto que se llevaría a cabo con la UNESCO en la región de Cusco y Puno. Creamos después en Cusco las instalaciones para recibir a los expertos internacionales y trabajamos en los años siguientes en condiciones ideales desarrollando los estudios y proyectos, y posteriormente en la ejecución de obras. Ya en los años ochenta después de haber sido Director Regional del INC, me retiré para dedicarme al ejercicio de la restauración en forma particular. Gané además en un concurso nacional, la Cátedra de Restauración de Monumentos, en la Universidad Nacional del Cusco.

JH: En su ejercicio profesional más reciente, digamos durante los últimos 20 años, ¿destacaría algunas otras intervenciones? ¿Por qué razones?

RS: En 1995, fui profesor de la Segunda Especialidad en Conservación y Rehabilitación del Patrimonio en la Universidad Católica de Santa María en Arequipa. Además, era profesor invitado por la Maestría en Conservación de la Facultad de Arquitectura de la UNI en Lima, con exposiciones eventuales entre 1995 y 2005. Tuve la satisfacción de ser invitado como Profesor de la IX Maestría en Restauración de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, en mayo de 1999. Las experiencias de obras realizadas en Cusco y en el Perú fueron del mayor interés para los participantes.

Algunos años después fui contratado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para enseñar en la Maestría de Gestión del Patrimonio Cultural que organizó en el Cusco. Enseñé dos semestres entre los años 2005 y 2006. En ese compromiso con la enseñanza especializada estuve como profesor de la Maestría en Ciencias de la Construcción del posgrado de la Universidad San Francisco Xavier en Sucre, Bolivia, en julio de 2006.

Esas actividades complementaban mi función de docente de la Facultad de Arquitectura y Artes Plásticas de la Universidad Nacional del Cusco, a la que me incorporé en enero de 1985 por concurso público de méritos, directamente a la categoría de Profesor Principal. En el año 2003 solicité mi cese voluntario al cumplir más de 30 años de servicios al Estado, y debido a mi insatisfacción con la conducción y la enseñanza en dicha Facultad.

Mi alejamiento de la universidad me permitió dedicar más tiempo al trabajo que realmente me producía satisfacción: la ejecución de obras de restauración. En esos años concluí la restauración de las casas antiguas de la congregación religiosa Movimiento de los Siervos de los Pobres del Tercer Mundo en las calles San Juan de Dios y Siete Cuartones. Tuve a mi cargo la dirección de la restauración del palacio de Tupac Inca Yupanqui, que conserva sus muros incas, para la sede en Cusco del Banco Wiese Ltdo., actual Scotiabank. Participaron también otros colegas que formaban parte del equipo de la empresa constructora (1995-1996). Dirigí la restauración de la casa antigua y la puesta en valor de los muros de transición inca-colonial en la ampliación del Hotel Libertador en Cusco (1997).

Entre 1997 y 1999 estuve a cargo de la restauración del caserío de la antigua hacienda Conchahuillca en Yucay, provincia de Urubamba, experiencia por la cual recibí grata recordación por el esfuerzo realizado y los resultados obtenidos. Al referirme a este período de mi carrera no puedo dejar de mencionar que la World Monuments Fund me otorgó a título personal una subvención de US$ 50,000 durante una ceremonia en el World Trade Center de Nueva York, en una de las torres que años después sería destruida en el atentado que conmocionó al mundo. Los fondos fueron para desarrollar un estudio de un sector del Centro Histórico del Cusco que ejecuté en asociación con la ONG Guamán Poma de Ayala (1998-1999).

En los años siguientes, otros proyectos y obras interesantes ocuparon mi tiempo, como la restauración de la casa antigua y obra nueva para el Hotel Novotel de la cadena francesa Accor (1996-1999), el proyecto para la restauración y ampliación complementaria en el teatro Municipal de Lima (2002-2005), y un proyecto y supervisión de obra para un hotel de cuatro estrellas en Urubamba, concebido en adobe y materiales tradicionales, por el que recibí el primer premio en el área de Turismo y Entretenimiento de la XI Bienal de Arquitectura Peruana (2002-2004).

Entre los años 2006 y 2007 elaboré el proyecto y ejecuté la restauración de la casa de la calle San Juan de Dios No. 255, considerada monumento nacional, para el hotel boutique Aranwa . En ese mismo periodo, con el Arq. Ronald Peralta elaboramos el proyecto para el local de la Facultad de Ingeniería Agro-industrial de la Universidad Nacional del Cusco en la localidad de Sicuani, adjudicado por concurso público. Con el mismo colega diseñamos un Centro de Recursos Educativos en la provincia de Espinar, por encargo de la compañía minera Tintaya. La obra ganó un segundo puesto en la categoría de Educación y Salud de la XIV Bienal de Arquitectura Peruana del 2010.

En el mismo año, asociado con otros especialistas, ganó el Concurso para la restauración de la antigua pileta de piedra de la Plaza de Armas de Cajamarca. Constituimos una empresa y ejecutamos con éxito ese delicado trabajo, financiado por Compañía Minera Yanacocha. En el año 2013, con ese mismo equipo ganamos el concurso para efectuar estudios multidisciplinarios para la restauración del Conjunto Monumental del antiguo Hospital de Belén, también en Cajamarca.

En fecha más reciente dirigí la restauración del Beaterio de las Nazarenas, como parte del Hotel Palacio de Nazarenas de cinco estrellas para la empresa Perú Orient Express (2009-2102). Tuve a mi cargo la dirección de la obra de restauración arquitectónica de la iglesia de Andahuaylillas, que se ejecutó con recursos de la World Monuments Fund (2012-2013). En la actualidad estoy a cargo de la restauración de una casa republicana de la congregación de Carmelitas Descalzas, en la calle Tambo de Montero.

JH: ¿Cuáles eran las características del ambiente profesional cuando inició su relación con este campo? ¿Cómo ha evolucionado este ambiente?

RS: En la época en la que viajé a Italia para seguir estudios en conservación y restauración de monumentos, no se trataba de una actividad especializada en el Cusco. La Corporación de Reconstrucción y Fomento (CRYF) tenía un Departamento de Reconstrucción que había estado durante años a cargo del arquitecto Oscar Ladrón de Guevara, quien después pasó a ser Director de la carrera de Arquitectura en la Facultad de Ingeniería Civil y Arquitectura, con quien trabajé unos meses como docente antes de ausentarme. Él era el único que había adquirido algunos conocimientos sobre el tema y los había volcado en los trabajos que tuvo a su cargo después del terremoto. Veía con satisfacción que alguien pudiera ir a un lugar tan lejano para seguir la especialización, que no existía en el país.

La poca actividad de conservación que se hacía entonces se concentraba en el Consejo de Monumentos, que funcionaba con medios muy limitados en la Quinta de Presa en Lima. Los arquitectos que estaban vinculados al tema se hacían cargo también de los proyectos de otras ciudades fuera de la capital. En 1934, cuando se celebró el Cuarto Centenario de la Fundación Española del Cusco, el Gobierno otorgó recursos para hacer trabajos de excavación y limpieza de los principales monumentos arqueológicos de Cusco, y sus alrededores. El historiador Luis E. Valcárcel, Director de la Comisión, trabajó con una docena de ingenieros civiles y la esporádica asesoría del arquitecto Emilio Harth Terre. No había arquitectos fuera de Lima y mucho menos especializados en restauración de monumentos.

Es recién cuando se llevó a cabo el Proyecto Per 71/539 la UNESCO y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en la década de los años 70, que paralelamente a la elaboración de proyectos en el marco del Plan COPESCO y la ejecución de las obras de restauración iniciales, se impartieron cursos de capacitación de seis meses de duración, para becarios provenientes de varios países de Latinoamérica y participantes peruanos. Gracias a los recursos económicos existentes y la gestión de la UNESCO, se contó con renombrados especialistas americanos y europeos, que aportaron sus enseñanzas a los jóvenes arquitectos. La formación en la especialidad de restauración tuvo un cambio sustancial y el numeroso grupo de egresados de dichos cursos, hizo una gran labor no solo en el Perú, sino también en Ecuador, Bolivia y otros países a donde volvieron para trabajar.

JH: ¿Podría abundar en más detalles acerca de la ponderación histórica y la calidad que tuvieron los cursos del Proyecto PER 71/539 del INC y la UNESCO en la formación de especialistas del Perú y América Latina?

RS: Cuando se inició el Proyecto PER 71/539, se consideró que era importante aprovechar la oportunidad de contar en Cusco con expertos internacionales y obras de restauración en proceso de ejecución, para capacitar arquitectos de Latinoamérica en la especialidad de restauración de monumentos. La UNESCO encargó al Director del ICCROM de Roma estructurar el soporte académico que se elaboró en coordinación con el Arq. José de Mesa, asesor técnico principal de UNESCO para el referido proyecto de Cusco.

Inicialmente tuvieron lugar conversaciones entre funcionarios de la UNESCO y la autoridad universitaria de la UNSAAC, para que esos cursos de un semestre tuvieran el aval de la Universidad y pudieran tener continuidad posteriormente. Lamentablemente no se pudo llegar a un acuerdo. El primer curso se inició con gran expectativa en 1975, en el que se desempeñaron como profesores locales quienes eran parte del Proyecto PER 71/539. Entre ellos estaban José de Mesa; Ramón Gutiérrez, que se desempeñaba como experto de UNESCO; Francois Borel, especialista en fotogrametría arquitectónica; y mi persona. Como invitados por el organismo internacional estaban el Arq. Graziano Gasparini, Director del Centro de Investigaciones Históricos y Estéticas de la Universidad Central de Venezuela; el Arq. Paulo de Azevedo, de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Federal de Bahia, Brasil; mi compañero de estudios en Roma, el Arq. Ricardo Jesse Alexander, argentino, profesor de historia de la arquitectura; el Arq. José Correa Orbegoso, Director Técnico de Conservación del Patrimonio Monumental y Cultural del INC; el Arq. Víctor Pimentel Gurmendi, quien entonces era asesor del Plan COPESCO; el Arq. José García Bryce, profesor de la UNI; el Arq, Frederick Cooper Llosa, también profesor de la UNI; y otros distinguidos especialistas.

Las asignaturas que se impartieron en esa oportunidad eran las siguientes:

- Análisis de arquitectura, pintura y escultura

- Historia de la arquitectura occidental

- Historia de la arquitectura americana

- Estabilidad y resistencia aplicada a los edificios antiguos

- Conceptos fundamentales de restauración urbana y monumental

- Técnicas de documentación y metodología de la investigación

- Diseño de restauración y urbanismo monumental

- Prácticas de restauración de monumentos

- Fotografía básica

- Fotogrametría y topografía aplicada a los monumentos

- Prácticas de resistencia y estabilidad de materiales

- Prácticas de catalogación y relación entre el monumento y su entorno

En los siguientes años, se incluyeron prácticas de arqueología y fueron renovándose los profesores invitados. Se contó con la presencia de docentes muy destacados, como Leonardo Benévolo, Franca Helg y Giorgio Lombardi de Italia; Bernard Fielden de Inglaterra; Carlos Chanfon y Carlos Flores Marini de México; John H. Rowe, norteamericano; y muchos otros. Cabe destacar que paralelamente se hacía otro curso de restauración de bienes muebles especializado en pintura y escultura con el soporte económico de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la UNESCO. La presencia de los dos grupos de becarios permitía una acción interdisciplinaria con cursos comunes y el diálogo permanente entre todos los participantes.

Sin duda los cursos constituyeron una contribución fundamental para la formación básica en el campo de la conservación del patrimonio cultural y dejaron una huella imborrable.

JH: ¿Cuál ha sido el mejor momento de la restauración de monumentos en el Perú y en el caso específico de Cusco, y por qué?

RS: Sin la menor duda, el período al que me he referido de la década de los años 70 del siglo pasado. La puesta en marcha del proyecto con la UNESCO y el PNUD permitió contar con estudios, y proyectos de restauración muy completos, encarados con criterios de vanguardia. El Instituto Nacional de Cultura, que constituía la representación del Gobierno, coordinaba con el Ministerio de Industria y Turismo del que dependía el Plan COPESCO, dentro de cuyo marco se construyeron carreteras y accesos a los monumentos, se pusieron en valor pequeñas localidades históricas y se les dotó de paradores turísticos. Gracias a un convenio con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) se contó con recursos adicionales a los del Tesoro Público. Existió un componente del Banco destinado a la compra de los más modernos equipos para los laboratorios de restauración de obras de arte, y para la ejecución de las obras vehículos, grúas, equipos de fotogrametría y fotografía, topografía, etc.

Terminado el Proyecto PER 71/539 se pasó a la etapa de ejecución de las obras de restauración, interviniendo numerosos sitios arqueológicos y monumentos virreinales de la región comprendida entre Machu Picchu y el lago Titicaca. Es esa la región con mayor número de intervenciones patrimoniales de conservación en mérito a la labor de esos años y a la continuidad que le dio el Instituto Nacional de Cultura en décadas posteriores.

JH: ¿Qué piensa del momento actual -últimos 15 años aproximadamente- de la restauración de monumentos en el Perú y del caso específico de Cusco?

RS: Considero que en nuestro país se ha conseguido un aceptable nivel de conciencia sobre la conservación de los testimonios más apreciados de nuestra herencia cultural, pero contradictoriamente el aparato estatal no tiene la menor efectividad en la defensa y preservación de ese valioso legado. En la última década la destrucción de sitios arqueológicos ha sido mayor a toda la que se produjo en el siglo XX, por la expansión urbana de las ciudades y por la inexistencia de una delimitación física de las áreas patrimoniales que son invadidas periódicamente. Constatamos también que la transformación del Instituto Nacional de Cultura en Ministerio de Cultura no ha significado aún una mejora para el rescate y conservación de los centros históricos.

Tengo la impresión de que el incremento de personal técnico y administrativo sin experiencia ni especialización en el Ministerio, y sus direcciones descentralizadas ha influido en el abandono de principios y normas básicas para encarar la restauración de los monumentos. En el Cusco, la Dirección Desconcentrada de Cultura tiene más de dos mil personas contratadas, muchas de ellas sin la formación y la capacitación necesaria para intervenir en los monumentos ni en los bienes culturales. Constatamos que se han ejecutado importantes, y bien logradas intervenciones en la restauración y puesta en valor de monumentos arqueológicos e históricos en Lima y otras ciudades, pero simultáneamente se han permitido verdaderos atentados contra la cultura al tolerar demoliciones, intervenciones irreverentes, o construcciones que han roto la armonía de sectores urbanos o localidades cuyo entorno se debió preservar.

De modo general se siente que la tarea de defensa y conservación no se está pudiendo cumplir, y por el momento no se vislumbra una alternativa para fortalecer la institucionalidad y poder preservar nuestro patrimonio cultural venido a menos. En el caso del Cusco es preocupante la inacción y la carencia de soluciones para conservar los inmuebles antiguos del Centro Histórico, en su mayor parte deteriorados, y afectados por subdivisiones y construcciones clandestinas.

JH: ¿Existe un instrumento normativo que llegue a marcar un momento importante en el desarrollo nacional en términos de restauración de monumentos? ¿Cuál sería y por qué?

RS: En nuestro país se declaró por primera vez como Monumento Nacional a la capilla de la Merced de Huancayo, hace 81 años. Desde entonces han sido declarados mediante leyes y decretos muchísimos otros más, al punto que edificaciones que ya habían sido consideradas con anterioridad se volvieron a declarar.

De igual manera existen numerosos dispositivos legales emitidos desde los primeros años de la República y, sin embargo, la defensa y protección de los monumentos está lejos de ser la ideal. En los últimos tiempos verificamos que es el sector de Economía y Finanzas el que cambia las políticas del Ministerio de Cultura, para fomentar la inversión privada. Por todo ello creo que no se cuenta con instrumentos legales o normativos que promuevan la recuperación y conservación del patrimonio cultural peruano.

En términos ideales anhelamos que el Parlamento Nacional proponga dispositivos legales que por ejemplo permitan que las municipalidades y los ministerios vinculados al patrimonio y el turismo puedan invertir recursos de tesoro público, en el rescate y conservación de bienes culturales que son de propiedad privada. En la actualidad esa posibilidad está vedada, aunque se trate de monumentos en peligro de perderse para siempre.

JH: En ese marco, ¿qué opinión le merece el impacto y desarrollo del Reglamento del Centro Histórico del Cusco a inicios de la década del 90?

RS: El Plan Maestro del Centro Histórico del Cusco, orientado a la preservación y revitalización, se concibió como un instrumento de protección que contó con el consenso del Instituto Nacional de Cultura y la Municipalidad Provincial. Si bien ha sido útil para la defensa de las características de la ciudad controlando los nuevos proyectos, con el tiempo la complejidad social y la presión del desarrollo han determinado que sus lineamientos pierdan vigencia. Ha faltado entender el Plan como un proceso constante que podría haberse reajustado, y modificado como un documento participativo y concertado. El Centro Histórico está siendo afectado por la carencia de un ordenamiento y planificación territorial a nivel de todo el valle, que en la actualidad está siendo ocupado de manera caótica e informal. Al no aplicarse un plan de acondicionamiento territorial, se ha incrementado la centralidad y convergencia hacia el núcleo antiguo de la ciudad.

JH: ¿Cómo vislumbra el desarrollo de la restauración de monumentos en Cusco, como un proceso contiguo u homogéneo, o un proceso por etapas? Si considera que es por etapas, ¿cuáles podría identificar?

RS: A pesar de la singular riqueza del patrimonio arqueológico e histórico artístico de Cusco y su región, este sufrió un total abandono desde la época colonial y, especialmente, en los primeros años de vida republicana. Cabe recordar que a raíz de la independencia se abrieron los mercados a los textiles importados, en especial a los industrializados que llegaban de Inglaterra, lo cual creó una competencia que en el siglo XIX hizo colapsar la próspera industria de los obrajes y chorrillos, productores de paños de lana para todo el Sur andino. Esa política provocó una severa crisis económica en Cusco, que generó inclusive una caída demográfica y abandono generalizado.

La primera iniciativa para intervenir en la puesta en valor de los monumentos arqueológicos recién se produjo cuando se decidió celebrar el Cuarto Centenario de la Fundación Española en 1934. Terminado ese proceso y transcurridos 16 años volvió a presentarse la necesidad de acudir al rescate de los edificios históricos a raíz del terremoto de 1950. Con criterios que ahora consideramos equivocados, se intervino durante una década en una mal entendida recuperación del patrimonio. Se trató por lo tanto de un proceso por etapas, que no fue sostenible en el tiempo. Cuando se implementó el Proyecto Especial de la UNESCO al que nos hemos referido, empezó otra etapa que inclusive tuvo como objetivo reformular los criterios de intervención, y reorientar los conceptos con los que trabajaban obreros y profesionales.

Terminada la asistencia técnica y económica de UNESCO, el ritmo de las intervenciones en el patrimonio de la región disminuyó, pero las semillas de lo sembrado continuaron dando sus frutos. Gracias a que el Instituto Nacional de Cultura empezó a contar cada vez con más recursos, continuaron funcionando talleres de restauración de obras de arte y programas anuales de restauración de monumentos arqueológicos e históricos, en especial en numerosas iglesias parroquiales.

Los últimos años del siglo XX y siguientes tuvieron otro componente proveniente de la inversión privada en la recuperación de inmuebles para usos turísticos. Ese propósito, que pudo ser bien encaminado, no tuvo los resultados esperados porque, ante la indiferencia o lenidad de los organismos locales de protección, se alteró la originalidad de muchas casas antiguas o se destruyeron testimonios fundamentales para la historia de la ciudad. Por ejemplo, el caso de un hotel que se edificó en el Centro Histórico en fecha reciente, como parte integrante de una conocida cadena internacional. Cuando la indignación por las demoliciones arbitrarias de los vestigios de un convento y la nueva construcción desproporcionada generaron la protesta generalizada, y el tema llegó a las esferas del Gobierno, el presidente anterior opinó que no se les moleste y se les deje seguir construyendo, porque se trataba de inversión privada en tiempos de crisis.

Como señalé, podemos distinguir tres etapas claramente diferenciadas y un período siguiente de políticas contradictorias, que aún continua.

JH: ¿Considera que el apoyo estatal es el factor determinante en el desarrollo de la restauración en Cusco? ¿Por qué?

RS: Sin duda alguna es el Estado el que inclina la balanza a favor o en contra de generar políticas y proyectos de cualquier tipo que estén respaldadas por un presupuesto. El Perú por su crecimiento económico es cada vez menos elegible para recibir aportes económicos de organismos internacionales y, por lo tanto, es necesario incorporar los planes integrales de recuperación del patrimonio al presupuesto nacional.

No se ha conseguido hasta ahora que las instancias encargadas de la conservación del patrimonio cultural de la nación propongan y aprueben planes integrales de recuperación y puesta en valor de los sectores antiguos de las ciudades. Esa sería una inversión a futuro, el rescate de un recurso que se está perdiendo en forma acelerada. El tejido urbano tradicional de Arequipa, Cajamarca, Trujillo y Cusco, por citar algunas ciudades, está en proceso de deterioro y cada vez más alterado por sub-divisiones, demoliciones y nuevas edificaciones. Es un atractivo para el turismo cultural que, si se cuida, respeta y promueve, podría ser muy rentable, lo cual justifica la inversión necesaria para recuperarlo.

De manera anecdótica menciono que los planes para el Centro Histórico del Cusco, propuestos por la Municipalidad Provincial en la década de los años 80, que consideraban un préstamo del BID, no recibieron la aprobación en el Ministerio de Economía y Finanzas, que no aceptó ese endeudamiento. Al poco tiempo el propio presidente de Ecuador anunció que gracias a un Plan concebido para Cusco había logrado ese préstamo para Quito.

JH: ¿Qué hacer al respecto para conseguir un mayor y mejor apoyo estatal en el desarrollo de la restauración monumental en el Perú en general, y en el Cusco en particular?

RS: En los últimos años observamos que los gobiernos conceden cada vez menos importancia a la cultura en general y a los temas de conservación del patrimonio edificado en particular. Abrumados por los problemas de la seguridad ciudadana, las carencias de medios para atender a los sectores de salud, educación y combatir la pobreza, no reservan el presupuesto necesario para un aspecto trascendental como el futuro del país y la consolidación de su identidad nacional. Prueba de ello es que salvo honrosas excepciones, esos aspectos no son abordados en los discursos presidenciales ni incorporados a los presupuestos anuales para los gobiernos regionales y municipales. La preocupación por conseguir mejor apoyo estatal para proyectos relacionados con el patrimonio solamente podrá ser incluida en la agenda nacional si se forma un grupo de personas que ejerza presión sobre los candidatos a gobernantes.

Sería ideal que, aprovechando las redes sociales y la coyuntura electoral, un grupo de idealistas se movilice por la cultura y el patrimonio. No veo otra opción para salir del entrampamiento en el que nos encontramos. Ellos deberían constituirse como un movimiento nacional para ejercer la presión necesaria en todo el país, pues lo que ocurre en la capital se replica en las principales ciudades históricas.

JH: ¿Considera a la restauración de monumentos precolombinos y a la restauración de monumentos virreinales-republicanos como procesos distintos o excluyentes? ¿Por qué?

RS: En primer lugar, la denominación debería ser restauración arquitectónica de edificios arqueológicos, porque las intervenciones se orientan a preservar edificaciones del pasado. Es un proceso arquitectónico que debe estar a cargo de arquitectos especializados y no de arqueólogos como viene ocurriendo. Sin embargo, los criterios y la filosofía que orienta la restauración son los mismos, no hay otros conceptos para la arquitectura del pasado.

Intervenir en un monumento de épocas pretéritas implica, no obstante, una aproximación cuidadosa y un conocimiento de las características culturales y los materiales empleados. Se debería efectuar siempre un trabajo de equipo liderado por el arquitecto.

Me ha correspondido elaborar los proyectos para la restauración de Choquequirao, Ñusta Hispana, Machupitumarca y otros sitios Incas, y ha sido muy productiva la colaboración entre arquitectos y arqueólogos, además de otros especialistas en conservación y estructuras.

En consecuencia, no son procesos excluyentes, pero sí son diferentes en lo que respecta a los procedimientos de intervención.

JH: ¿Considera que esos procesos resultan interdependientes y se retroalimentan? ¿Resultan una ventaja comparativa de la realidad cusqueña con otras en términos de lo formativo de recursos humanos especializados? ¿Por qué?

RS: La conservación y restauración de nuestros monumentos prehispánicos generalmente está a cargo del Ministerio de Cultura, y excepcionalmente de las misiones extranjeras que llevan a cabo investigaciones arqueológicas. Lamentablemente, al no existir una reglamentación y una política de intervención plasmada en un manual operativo del Vice Ministerio de Patrimonio Cultura e Industrias Culturales, la forma de intervención es cambiante. Cuando el viceministro es un arqueólogo, la mayor parte de los trabajos en los conjuntos prehispánicos están a cargo únicamente de arqueólogos; se prescinde de los arquitectos especializados

Las facultades de arquitectura que cuentan con cursos de posgrado en restauración deberían propiciar la elaboración de una propuesta de reglamento para la inclusión de los especialistas que forman en sus cursos, recordando que se trata de la conservación arquitectónica de monumentos arqueológicos. Mientras eso no ocurra, el alejamiento de los arquitectos de los temas arqueológicos continuará. Para participar en las labores de conservación y restauración de sitios arqueológicos, los arquitectos con una formación básica en conservación, deberían haber tenido prácticas en labores de campo. Tendrían que estar vinculados estrechamente con los objetivos y resultados de los proyectos de investigación arqueológica, y con los materiales y procedimientos constructivos de las civilizaciones que nos precedieron.

JH: ¿Cuáles son sus principales obras de restauración?

RS: Desde el año 1983, cuando me retiré del Instituto Nacional de Cultura después de una década de vivir la experiencia excepcional del Proyecto con la UNESCO, al que me he referido antes, me ha tocado intervenir en numerosas obras de restauración. Creo que las más significativas son la restauración de la Casa de Jerónimo de Cabrera en el Cusco, sede actual del Museo Larco, la Casa del Arzobispado en la misma ciudad en asociación con José Correa, la Casa de la calle Tigre para sede del Rectorado de la Universidad del Cusco, la casa donde se fundó el Monasterio de Santa Teresa, y las casas del solar donde estaba el palacio de Tupac Yupanqui para sede del Banco Wiese. Restauré también algunas casas para ser adecuadas como hoteles complementadas con obra nueva que yo mismo diseñé. Es el caso del hotel Novotel de la cadena francesa Accor y la casa de la calle San Juan de Dios para el hotel Aranwa. Aprecio mucho el trabajo que hice para recuperar la casa hacienda Conchahuillca en los andenes de Yucay y la recuperación parcial del caserío de la hacienda Buena Vista en San Jerónimo.

En los últimos años realicé la restauración del Beaterio de las Nazarenas y actualmente está en proceso una casa del Monasterio de Santa Teresa en la calle Tambo de Montero. Un proyecto de restauración que me demandó especial empeño fue el del Teatro Municipal de Lima, cuando el equipo que formamos con José Bentín, Alfredo Montagne y el grupo Puerta de Tierra se adjudicó la buena pro del concurso. Hicimos un relevamiento muy detallado de las molduras que se conservaban después del incendio, empleando cuadrículas como en las excavaciones arqueológicas. Lástima que la Municipalidad optó más por la reconstrucción que por la conservación de las evidencias originales.

JH: ¿Podría abundar en las cualidades y méritos más relevantes de vuestras obras de restauración referidas?

RS: La restauración en Cusco implica trabajar con un material duradero que puede ser vulnerable si no se protege adecuadamente. Me refiero al adobe, que se viene empleando de manera ininterrumpida desde épocas preincaicas. Tal vez fue el único procedimiento constructivo conocido simultáneamente en la península ibérica y en el Perú antiguo, continuando su empleo en la arquitectura civil del período colonial. Los muros de las viejas casonas coloniales, y aún republicanas, se hacían de adobes de tamaño grande, con espesores de más de un metro. Se apoyaban en cimientos de piedra aglutinados con cal y ocasionalmente solo con morteros de barro y paja.

Por efecto de filtraciones de agua o de la lluvia, los muros sufren daños y se disgregan por la humedad. Para conservarlos es preciso contar con mano de obra especializada que sepa efectuar “calzaduras” en las cimentaciones, conservando las mismas piedras, que por lo general son prehispánicas, y mejorando los morteros. Se deben efectuar además “zurcidos” en los muros de adobe, reemplazando piezas en mal estado, o agregar refuerzos de madera en vanos y esquinas. Es muy frecuente la presencia de pintura mural que se debe conservar, sin dejar de hacer la reparación de los muros. Las cubiertas a dos aguas tienen armaduras de “par y nudillo” de madera rolliza, cuya estabilidad y comportamiento estructural debe restituirse para volver a colocar las mismas tejas antiguas sobre un material impermeabilizante.

Esas labores descritas a grandes rasgos demandan un conocimiento sobre las técnicas y los materiales, además de experiencia para aplicar los procedimientos compatibles, y las tecnologías adecuadas para mantener la originalidad y asegurar el adecuado comportamiento estructural. Se trata por lo tanto de una labor especializada en la que cuenta mucho el respeto por los procedimientos comprobados y experimentados, lejos de cualquier improvisación. No menos compleja es la intervención en las edificaciones de piedra cubiertas de bóvedas de ladrillo, cuya intervención debe seguir una cuidadosa metodología desde el apuntalamiento y el cimbrado hasta la ejecución misma con morteros de cal confiables.

Por otra parte, es indispensable conocer la historia de la arquitectura local, su expresión, tipología y características de sus acabados para que las intervenciones no desvirtúen su imagen tradicional.

Considero que haber actuado cuidando esos aspectos relativos a los procedimientos y haber sido cauteloso en el respeto por la autenticidad de los testimonios, diseñando soluciones a veces difíciles para conjugar esos valores con las necesarias facilidades para el nuevo uso compatible, han sido las cualidades y, si se quiere, el mérito de esas intervenciones.

JH: ¿Cuáles consideraría las obras de restauración arquitectónica más importantes en Cusco?

RS: Por el cuidado ejemplar y la intención didáctica que orientó el proceso considero que la restauración del antiguo Colegio de San Bernardo, realizada entre 1973 y 1974, es la más importante. La investigación histórica, las exploraciones y la obra misma estuvieron a cargo del Proyecto del INC y la UNESCO, correspondiéndonos la dirección arquitectónica a José de Mesa y al suscrito. En ese mismo período se restauró de manera ejemplar, por el mismo equipo, la casa de Vera y Zúñiga, más conocida como la casa de la escritora Clorinda Matto de Turner, para el Banco Hipotecario. Es otra obra que se hizo siguiendo los principios actuales de conservación, diferenciando claramente lo original de lo agregado, inclusive en la recuperación de pinturas murales del siglo XVII.

Es significativa la restauración de la casa del Inca Garcilaso de la Vega, que estuvo a cargo del arquitecto Víctor Pimentel, por ser la primera que se restauró en el Cusco, intervenida sin demoler ni reconstruir, como se venía haciendo antes.

JH: Finalmente, ¿cuáles consideraría son las tendencias hacia dónde va la recuperación de los bienes monumentales edificados en el Perú en general y en el Cusco en particular? ¿Qué hacer al respecto?

RS: Entendiendo por tendencias la orientación en una dirección determinada, creo que las intervenciones de las últimas dos décadas, con algunas excepciones, revelan una preocupación por aspectos estéticos y de adecuación funcional por encima del rescate de valores testimoniales e históricos que tienen las edificaciones patrimoniales. Atribuyo ese problema a la falta de una reglamentación orientadora y a la cada vez más reducida supervisión del Ministerio de Cultura. Se han incrementado las acciones de recuperación de edificaciones históricas orientadas a la adecuación a nuevos usos que se ejecutan sin mayor cuidado por la originalidad de los materiales y las técnicas, ni por hacer reversibles los reforzamientos que se agregan. Ha caído en el olvido la exigencia que antes existía para que los edificios patrimoniales tengan necesariamente como responsables a profesionales de la arquitectura con la respectiva especialización.

Afortunadamente son problemas que se pueden enmendar, y encausar adecuadamente con normas y reglamentos del organismo público encargado de la tutela del patrimonio cultural.

En el Cusco, donde la mayor parte de las intervenciones están a cargo de la .Dirección Desconcentrada de Cultura, también se observan problemas similares, pues tiene como residentes, en muchos casos, a profesionales que no son especializados ni capacitados. Es mayor la preocupación por la elaboración de los presupuestos de acuerdo a las exigencias del Ministerio de Economía que el cuidado por los procedimientos, y la aplicación de los principios que orientan la conservación y que deberían cumplirse escrupulosamente.

Como en los casos anteriores sobre los que hemos conversado, no veo otra alternativa que la de crear un colectivo de personas especializadas y concientes, tal vez auspiciadas por el Colegio de Arquitectos y las Facultades de Arquitectura que tienen cursos de especialización. Se elaborarían así propuestas de solución para ser debatidas y presentadas al Ministerio de Cultura, con la necesaria cobertura mediática.