devenir Vol. 5, N°9, enero - junio 2018, pp. 99-116 - Estudios ISSN 2312-7562 e-ISSN 2616-4949

Universidad Nacional de Ingeniería, Lima

Breves notas sobre la destrucción del patrimonio arqueológico en los valles de la costa central durante el siglo XXI(*)

Brief notes on the destruction of archaeological heritage in central coast valleys during the 21st century

Jorge Alvino Loli(**) y Miguel Guzmán Juárez(***)

Fecha de recepción: 13 de setiembre de 2017

Fecha de aprobación: 23 de diciembre de 2017

RESUMEN

Se presentan algunos registros inéditos respecto al patrimonio arquitectónico arqueológico que ha sufrido irreversibles daños desde principios del siglo XXI en los valles de la costa central, entre Chancay, Lurín, Chilca y Cañete. Los documentos son solo una muestra aleatoria de un acelerado proceso de destrucción, muchas veces ignorado, y que está teniendo lugar también en muchos otros sitios del territorio. Se trata de una reflexión acerca de la pérdida irreparable de una serie de conocimientos tecnológicos y simbólicos –que estuvieron plasmados en organizaciones espaciales, en diseños y edificios, y en expresiones gráficas complejas–, que remite a un olvido sistemático de parte del gobierno, que no ha podido articular la relación temporal y dinámica entre producción ancestral, comunidades y la idea de “desarrollo social” que se resiste a las lógicas de la sostenibilidad.

PALABRAS CLAVE

Patrimonio, Pancha la Huaca, Sisicaya, cerro Paloma, Vilcahuasi, petroglifos

ABSTRACT

We present some unpublished records about the archaeological heritage that has suffered irreversible damages in the present century in the central coast valleys, between Chancay, Lurín, Chilca and Cañete. The documents are only a random sample of an accelerated process of destruction, often ignored, which is also taking place in many other sites. It is a reflection on the irreparable loss of a series of technological and symbolic kinds of knowledge –which were embodied in spatial distributions, in designs and buildings, and in complex graphic expressions–, which involve the government’s systematic forgetfulness. It has been unable to articulate the temporal and dynamic relationship between ancestral production, communities and the idea of “social development” that resists the rationales of sustainability.

KEYWORDS

Heritage, Pancha la Huaca, Sisicaya, Cerro Paloma, Vilcahuasi, petroglyphs

(*) Este artículo es parte de las investigaciones realizadas por los autores en diferentes valles de la costa central, y apunta a elaborar una “historiografía de la destrucción” del patrimonio arqueológico, virreinal y republicano. Está elaborado sobre la base de las prácticas de campo realizadas con estudiantes de la Escuela de Arqueología de la Facultad de Ciencias Sociales UNMSM (primer autor) y en datos del libro Arquitectura Chancay (2016, segundo autor).

(**) Bachiller en Arquitectura por la Universidad Ricardo Palma (URP) y en Arqueología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudios de Maestría en Conservación del Patrimonio Edificado en la Universidad Nacional de Ingeniería), en Museología y Gestión Cultural (URP) y, en Historia del Arte Peruano (UNMSM). Ha ejercido docencia en la UNMSM, en la Universidad Peruana de Arte Orval y en Talleres de Capacitación Docente del Instituto Nuevos Tiempos. Contacto: jc_alvino@hotmail.com

(***)Arquitecto por la URP; magíster en Arqueología Andina y candidato a doctor en Ciencias Sociales con mención en Antropología por la UNMSM. Docente investigador en las Facultades de Arquitectura, y en la Maestría de Arquitectura y Sostenibilidad de la URP, y en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Ha sido docente en la Escuela de Arqueología UNMSM, y en la Maestría de Museología y Gestión Cultural URP. Miembro del Instituto Arqueo-Arquitectura Andina. Contacto: quillca@hotmail.com

La destrucción del patrimonio resulta sorprendente, en dos sentidos: por un lado, la sorpresa que causa enterarse de la envergadura y calidad de las obras que se están perdiendo; y, por otro, el carácter sorpresivo, en muchos casos, de las acciones de demolición-eliminación de edificios ya deteriorados. Envuelto en un aura de ignorancia e indiferencia, en torno al patrimonio se construyen historias de destrucción. Ubicados en lugares que podrían parecer inaccesibles al crecimiento urbano, existieron y existen asentamientos, edificios, objetos culturales, expresiones gráficas y paisajes invalorables que parecen estar signados por la contradicción: un supuesto desarrollo que destruye. Diferentes causas, con el común denominador eufemístico de mejorar las condiciones sociales, ocultan las complicadas relaciones de poder y de decisión. Se trata de construir una reflexión acerca de un proceso en el que los “restos” o evidencias del patrimonio son vistas e interpretadas como objetos congelados, parte de un tiempo que pasó, que de alguna manera se resisten a los cambios e interfieren espacialmente en los planes de propietarios o promotores, muy cerca de la especulación o la explotación. Sin que se haya realizado mayores estudios sobre estas evidencias, en muchos casos quedan muy pocos vestigios, y el proceso de desaparición se silencia. Es por eso pertinente construir una memoria de los procesos que atravesaron a partir del momento en que dejaron de utilizarse, tarea compleja de reconstrucción de la historia. En este caso se presentarán algunos de los principales atributos de cuatro diferentes sitios, actualmente desaparecidos, de tal manera que sea posible construir un lugar especial y recurrente en la elaboración de las historias de la arquitectura, aunque su registro se presente como un vacío: olvido y desarraigo. Historiografía de la destrucción.

En este texto se presentan los resultados dramáticos de lo ocurrido en cuatro valles de la costa central peruana en los primeros años del siglo XXI, especiales por sus características propias y por su cercanía a la capital del país (Figura 1). Al norte de Lima, el valle de Chancay fue quizás el territorio más afectado por el saqueo sistemático de contextos funerarios durante todo el siglo XX. Hoy, de manera acelerada, campos de cultivo sepultan preexistencias arquitectónicas. Al sur de Lima, se encuentra el vecino valle de Lurín, de fundamental importancia pues forma parte de una ruta sagrada del Qhapaq Ñan, que unía en sus extremos bajo y alto a las deidades Pachacamac y Pariacaca respectivamente. Iniciando el valle medio, en Pampa Sisicaya, existían evidencias de sistemas de petroglifos, con representaciones rupestres y elaborados sistemas simbólicos, que se han perdido. Un poco más al sur, la quebrada de Chilca fue uno de los lugares con una larga historia ocupacional, desde épocas tempranas (primeras comunidades de pescadores y horticultores). Allí se construyó uno de los primeros edificios que representaría el inicio de la tradición de la “arquitectura pública”. El Templo Rojo de La Paloma ya no existe. Finalmente, en el valle de Cañete, durante la presencia del señorío de Huarco (periodo intermedio tardío) se construyó asentamientos extensos y edificios de jerarquía especial, como el complejo ceremonial en Cerro Azul, y el extenso sitio de Vilcahuasi, que últimamente fue afectado por ocupaciones modernas que ocuparon sus plazas y utilizaron sus edificios de tapial como canteras. Todos son sitios conocidos y accesibles, pero que han sido poco investigados recientemente.

Pancha La Huaca. Un asentamiento del valle bajo del río Chancay

A pesar de los numerosos sitios arqueológicos que poseía, el valle de Chancay ha sido uno de los menos investigados desde la Arqueología y, a la vez, uno de los que más ha sufrido por el vandalismo de profanadores de cementerios y huaqueros, y a mayor escala, por los las ampliaciones de áreas de cultivo efectuadas por agricultores y terratenientes, que han destruido parcial o totalmente antiguos edificios. Importante es el caso de Pancha La Huaca1 –sitio que lamentablemente terminó por desaparecer a inicios del presente siglo–, ubicado en la margen izquierda del valle bajo del río Chancay. Su nombre fue escasamente mencionado en la literatura arqueológica y probablemente pocos arqueólogos la han visitado, a pesar de su magnitud.

Pancha La Huaca (800 - 1470 d.C.) estuvo emplazado en la parte baja del brazo Oeste que desciende del cerro Señal de Aucallama (1,400 m s. n. m.), uno de los más elevados y visibles desde el valle bajo (Figura 2). En su zona inferior conforma un borde redondeado que limita con la zona agrícola (Figura 3). Esto no era así en tiempos antiguos; se puede considerar que el asentamiento se emplazaba sobre áreas no inundables de la parte baja de la quebrada o áreas que pudieron estar cubiertas de arena. Hans Horkheimer, el principal investigador de este sitio, expresó que fue una población extensa, donde “destaca un muro con numerosas repisas. Material principal de las construcciones: adobes rectangulares. La instalación de una acequia moderna ha causado muchos daños” (1965, p. 46). Sandra Negro (1991) hizo importantes observaciones siguiendo un modelo descriptivo de las formas constructivas, las cuales constituyeron los primeros delineamientos respecto a esta expresión chancay. Mediante reconocimientos realizados por los autores, se ha podido ampliar esta visión y considerar una tipología de adobe muy similar a la presente en otros sitios contemporáneos del valle. La mayor parte del área edificada, de acuerdo al material arqueológico en superficie, a la planimetría y organización espacial observada en las aerofotos, podría considerarse cumplía funciones residenciales. Además, existen otros edificios de diferente conformación, entre los cuales se ha identificado algunos de características físicas particulares2:

- El gran muro de nichos. Se trata de un largo muro ubicado en uno de los recintos más grandes de un edificio, donde había una secuencia de nichos cúbicos, probablemente sobre un doble volado, cuya cantidad alcanzaba las 10 unidades. El recinto estaba asociado a un patio alargado con banqueta. El detalle de nichos, poco común en los sitios del valle, debe haber sido indicador de cierta jerarquía. Un recinto parecido existe en Pisquillo Chico aún (los nichos no sobrepasan los seis alineados).

- Edificio cuadrilátero. Construido sobre un gran aplanamiento en el lugar, era uno de los sectores ubicados al sur del asentamiento y se encontraba dividido en tres grandes patios o espacios internos definidos por grandes muros longitudinales.

- Edificios con rampa. Existen indicios para considerar que existieron edificios con rampa central muy similares a los hallados en otros lugares del valle. Aunque serían pequeños en comparación, constituirían la prueba de algunas funciones asociadas a lo religioso. Otros edificios siguen este esquema, aunque debido a su pequeña escala ya no contaban con rampas sino con una banqueta (Figura 4).

- Cementerio llamado Akután. Horkheimer anotó el sitio contiguo a Pancha La Huaca con ese nombre: “Según información oral del Prof. A. Mármol, el adyacente cementerio (Chancay Propio) lleva el nombre de Akután” (1965, p. 46). Este constaba de varios sectores emplazados sobre la parte baja del afloramiento final (Figura 2). Actualmente el sitio ha sido destruido; sin embargo, aún existen evidencias mínimas (como un gran muro de más de 50 metros) semienterradas en las cercanías de una carretera moderna.

Rasgos arquitectónicos chancay

Existe un rasgo arquitectónico chancay particular: la asociación de muro, nichos, volados y plataformas, que se identifica como doble volado sucesivo. Dicha técnica consiste en disponer los adobes de una hilera en forma de volado, superponiéndose sobre la inferior, para marcar un cambio en el aplomo del muro. Perceptualmente se aprecia como una doble sombra horizontal sobre la parte media del muro. Existen características físicas que identifican la arquitectura chancay clásica: pequeña escala, rampa central, plataformas, tratamiento superficial de arcilla fina clara, doble volado, nichos cúbicos, etc. El uso de adobe de arcilla del valle bajo permite vincular a Pancha La Huaca con poblaciones que desarrollaron técnicas constructivas típicas chancay.

Proceso de destrucción

Hasta el año 2002 existió un último sector rodeado por áreas de cultivo (Figura 3). La demanda por mayores terrenos generó su demolición intempestiva. La destrucción significó la pérdida definitiva de un asentamiento chancay que contenía vasta información, necesaria para entender el carácter social de este grupo. El sitio poseía dimensiones materiales que podían haber permitido establecer muchos parámetros que se podrían aplicar a la sociedad chancay. Las edificaciones se encontraban en buen estado de conservación, y los materiales asociados eran importantes y abundantes.

Pampa Sisicaya. Destrucción de petroglifos en el valle medio de Lurín

Debido a su cercanía a la ciudad de Lima, y a los principales centros de investigación histórica y arqueológica del Perú, la cuenca de Lurín ha sido objeto de exploraciones e investigaciones arqueológicas en muchos aspectos. Sin embargo, el reconocimiento de las manifestaciones rupestres en la misma cuenca fue durante mucho tiempo postergado. Algunas referencias aisladas han señalado principalmente las zonas bajas del valle en ecosistemas de lomas, pero en general no se asocia la gran cantidad de sitios arqueológicos a lo largo de toda la cuenca con evidencia rupestres, lo cual llama la atención. Durante las exploraciones realizadas, se ha encontrado una constante presencia de estas evidencias en distintos contextos culturales y en todos los pisos altitudinales. Hacia el año 2008 aún era posible acceder a diferentes sitios de la cuenca media de Lurín3, entre los cuales se encontraban los sitios de Chamallanca, Pampa Sisicaya y Antapucro. Estos dos últimos albergan importantes manifestaciones rupestres. Se decidió hacer un breve registro, y desde entonces gran cantidad de las rocas con manifestaciones rupestres han desaparecido. Posiblemente dicho estudio sea la última documentación antes de su destrucción.

Según el Diccionario Geográfico del Perú de Stiglich, el poblado de Sisicaya tenía las siguientes características:

Pobl., Prov. De Huarochirí, Distrito de Chorrillos. Habs. 131. Dista 1 ¾ legs al NE de Chontai y 10 de Lurín. Está a la banda derecha del río Lurín y á 940 mts elev. Era una gran extensión y población, que incluía los terrenos de Chontai y Huancai hasta la toma de Cieneguilla. (1922, p. 995)

Refiriéndose al término sisicaya, Max Espinoza indica que se compone de dos palabras: “sissiy que significa bullir o cundir como hormigas; y cay que significa ser. Luego: Bullir como hormigas” (1973, p. 352). Ambas referencias parecen expresar las características de un territorio en el cual habitó una población considerable, lo cual ratifica la relativa cercanía de asentamientos arqueológicos con amplios sectores de evidentes funciones domésticas4, además del interés del Tawantinsuyu para establecer uno de sus pocos asentamientos impuestos –de distinta tipología arquitectónica–en el valle: Nieve Nieve. No existen documentos que indiquen una mayor intervención temprana colonial en la zona; sin embargo, en un documento publicado por Rostworowski se menciona lo siguiente:

…sus habitantes eran originarios de la sierra y su población se dedicaba al “auto del Charqui” (fol 74v) y a asistir a los pasajeros que se hospedaban en el tambo del camino real… Todos han fenecido a causa de la ardencia del temperamento en el que se experimenta que ni las mujeres paren. (1978, p. 114)

Aunque son datos escuetos, coinciden con algunas referencias básicas, como el emplazamiento de los sitios cercanos al ñan (camino) de penetración que, cortado sobre los afloramientos y paredes escarpadas de los cerros de la margen derecha, a gran altura del río, aún existen hasta Río Seco. La presencia de un tambo también es importante pues indica un lugar de aprovisionamiento y descanso, el cual era necesario en las travesías de la costa a la sierra, del valle de Lurín hacia el valle del Rímac o viceversa, principalmente en puntos estratégicos como las quebradas de Chamallanca y Chontay. El emplazamiento del sitio es importante, pues se trata de un lugar de interconexión entre distintas regiones, y lugar de paso obligatorio en las rutas de penetración de la costa hacia la sierra y viceversa. Así lo especifica Rostworowski al analizar el área:

El Tambo de Sisicaya era muy importante por estar en la ruta entre Lima y Jauja. Según Vázquez de Espinoza (1948, párrafo 1309), las pascanas obligadas eran: Lima, Santa Inés, Sisicaya, San José de los Chorrillos, Huarochirí y Jauja. Había un camino que desde Cocachacra atravesaba los cerros áridos, entre los valles de Lima y Lurín, por la quebrada de Chaimayanca. (1978, p. 114)

El final despoblamiento de la zona, sin duda a causa de epidemias tempranas de enfermedades traídas de ultramar, terminó por dejar en abandono los poblados existentes.

Pampa Sisicaya

Es el sitio arqueológico emplazado sobre un terreno que alcanza una altura de hasta 20 metros desde el lecho del río, producto de la constante evacuación de material aluviónico proveniente de la quebrada de Chamallanca. En general, el material de la superficie es de arena y granito en descomposición, el cual se distribuye de manera regular, sin mayores accidentes naturales (salvo la sangría de la quebrada misma), y conforma una pequeña explanada denominada pampa. Las rocas más grandes alcanzan un tamaño máximo de 1.5 x 3 metros de ancho, y en general se encuentran oxidadas y erosionadas por la exposición a la intemperie. Una particularidad es su ubicación, muy cerca a la quebrada inmediata, lugar de donde se tiene un punto de vista privilegiado, desde la explanada de la pampa, hacia la apertura del cono de deyección de la misma. Otra peculiaridad es la altura que alcanzan las rocas más grandes, la altura visual humana, lo cual permite su observación directa. De la totalidad de rocas se ha podido ubicar hasta cuatro agrupaciones, de las que al menos una cuenta con representaciones rupestres. Todas las rocas son de granito con inclusiones de otros minerales, y la capa exterior se encuentra oxidada por intemperismo. Por lo tanto, aunque la roca posea naturalmente una valoración blanca, la superficie de la misma se ha tornado de tonalidades cálidas rojizas (la percepción de esta tonalidad aumenta con los rayos solares crepusculares). Esta característica fue aprovechada para, mediante la percusión y retiro de la capa superficial, poder registrar los diseños con mayor precisión. Las rocas con representaciones rupestres, evidentemente, fueron escogidas por su tamaño y preeminencia visual sobre la pampa; son rocas que poseen en su volumetría al menos una faceta trabajada culturalmente.

Roca 1 (S-R1) (Figura 6)

Se trata de una gran roca, de aproximadamente 2 x 1.8 x 1 metros, que parece ser un fragmento de una roca mayor. La faceta orientada hacia el Sudoeste se encuentra casi en posición vertical en relación al suelo, y es la única trabajada. El conjunto de formas es una composición compleja, donde existen algunas superposiciones. La técnica es de percusión de poca profundidad, suficiente debido a la gran oxidación de la superficie de la roca, que incluso ha perdido aproximadamente un 25% de la capa exterior de la faceta en la que había imágenes. Esto implica una “laguna” considerable dentro de la composición total. Existen al menos una docena de figuras, compuestas por líneas gruesas casi del mismo espesor (un rasgo distintivo de los petroglifos hallados en el sitio) que a veces siguen trayectos serpentiformes. También hay puntos como centro, líneas como ejes o formando tramas. Se percibe al menos cuatro figuras geometrizadas con perfiles muy nítidos.

Roca 2 (S-R2)

Con dimensiones de 1.8 x 1.6 x 1 metros, esta roca se encuentra rodeada por una serie de rocas menores, que forman un círculo alrededor. La única faceta trabajada presenta una interesante figura central que aparentemente representa la imagen de una cabeza con grandes ojos y tocado. Los trazos por percusión son más largos y se extienden a ambos lados, delimitando áreas anguladas.

Roca 3 (S-R3)

Esta es una roca de 1 metro de largo en posición horizontal. Compuesta de granito, tiene una cantidad de inclusiones diversas; asimismo, presenta desprendimientos de la capa exterior. Una figura principal se resuelve por trazos continuos de percusión superficial, que forman secuencias encadenadas de círculos sucesivos. La segunda figura es un círculo con ocho rayos y punto central, asociado a un círculo con punto central por medio de una línea serpentiforme5.

Roca 4 (S-R4)

Por último, se identificó una roca pequeña que posee concavidades comúnmente denominadas cúpulas. Esta se encuentra alejada del conjunto restante, más cerca a la quebrada y a las construcciones del asentamiento de Chamallanca.

Algunas consideraciones

Una de las características de los sitios arqueológicos con petroglifos ubicados en el valle en cuestión es recurrente también en otros lugares de la costa: se trata de localizaciones donde el cauce del río cambia de orientación debido a la acumulación de antiguos aluviones de las quebradas laterales. Las mismas quebradas son puntos de referencia para su ubicación. Se conoce de la existencia de sitios con petroglifos en el valle en contextos geográficos diversos, desde lomas (Quebrada Verde, Guayabo, y Quebrada Sol y Luna), asentamientos (Pampa de Flores, Huaycán) hasta laderas de cerros (Chontay). En el caso de los petroglifos de Pampa Sisicaya, estos se encuentran cercanos a vías de comunicación que la conectaban tanto transversal como longitudinalmente a las cadenas de cerros que encajonan el valle; también, en Chamallanca existe un camino que asciende en zigzag hasta el acceso al importante lugar de Mama, en la margen izquierda del vecino valle del Rímac. La concentración de varios petroglifos en sitios emplazados en la zona conocida como chaupiyunga de la Costa Central puede tener muchas implicancias; por ejemplo, puede considerarse que son lugares que concentraban un interés ideológico que se reflejaría en la función de los mismos. Aun así, es difícil exponer una distribución cuantificada y jerarquizada de petroglifos en el valle, así como del proceso social de su aparición, vigencia o desuso en el tiempo.

De acuerdo a la explicación que se postula, la lectura del paisaje circundante debió formar parte de una interpretación arqueológica de los sitios con petroglifos; por ello es importante recordar que casi todas las rocas con petroglifos se hallaron en el área de deyección de las quebradas laterales del río, donde abunda todo tipo de rocas, y el espacio horizontal se extiende e invade el área del valle. Las rocas utilizadas son parte del material de deyección de tiempos pasados y su distribución distanciada hace pensar que se respetó su posición original, adecuando las posteriores edificaciones en su alrededor. De esta manera, las rocas mayores fueron aparentemente referentes dentro del sitio: la mayoría de edificaciones respetan la altura de las mismas, por lo que sus muros son bajos. Esto se ve más claramente en Pampa Sisicaya, donde las rocas con petroglifos parecen verdaderos hitos visibles desde lejos (Figura 7). Es importante recalcar que los petroglifos no son elementos aislados, sino que, al contrario, o forman parte de una edificación o son visibles desde un punto visual específico. Muchas veces su faceta principal (la mayoría de los casos, la única trabajada) se orienta hacia el Oeste, lo cual produce una visibilidad más notoria en horas de la tarde, cuando alcanza tonalidades rojizas de acuerdo a la oxidación del soporte. Las actividades asociadas a los petroglifos posiblemente aprovechaban estas características visuales.

Todas las rocas son graníticas con pequeñas y diversas inclusiones muestran gran desgaste, oxidación e incluso fracturas superficiales debido a la exposición a la intemperie. Sin embargo, en el caso de las rocas con concavidades, estas parecen haber sido elegidas por su mayor dureza y densidad. En las inmediaciones existe gran diversidad de tipos de roca, desde andesita hasta las pizarrosas. Técnicamente, los petroglifos han sido trabajados por percusión superficial, casi de manera general. Muchas veces la escasa profundidad de los trazos no ha permitido conservarlos claramente. Algunas rocas poseen superposición de figuras, lo cual denotando una sucesión temporal y la reutilización del soporte (Figura 8).

Rocas con concavidades6

Estas rocas corresponden a otra tipología del trabajo sobre rocas (pudieron cumplir otra función): se halló solo una, muy pequeña y cercana a la profunda quebrada que se mantiene activa. La ubicación dentro del contexto espacial alcanza algunos indicadores de su funcionalidad: por un lado, es indudable la necesidad de su cercanía a las visuales respecto a las quebradas que pudieran estar activas, lo que podría implicar una relación entre las épocas de lluvias y huaicos, tan frecuentes en este sector del valle; cada concavidad podría representar una unidad (no necesariamente de tiempo). Por otro lado, las rocas con concavidades se encuentran a cierta distancia de las agrupaciones de petroglifos, lo cual permite plantear la existencia de una sectorización y una diferenciación funcional.

Sobre la conservación

La continua urbanización de las áreas rurales cercanas a la carretera en los últimos años ha causado que se lotice el terreno a ambos lados de la misma, a la altura de Pampa Sisicaya (km 48). Por otro lado, amplias áreas en las quebradas, antes no ocupadas, han sido utilizadas por gente local para convertirlas en zonas cultivables de bajo regadío, por ejemplo, zonas de cultivo de tunas en la parte baja de la quebrada de Chamallanca, lo cual ha afectado varios sectores de la zona arqueológica del mismo nombre. Antes del año 2014 (Figura 9), Pampa Sisicaya ya era conocida por las referencias de Núñez Jiménez (1986) y otras; sin embargo, no existía un letrero del Ministerio de Cultura que indicase su intangibilidad. A finales de 2014 e inicios de 2015 se destruyó el área de petroglifos en Pampa Sisicaya utilizando maquinaria pesada, con lo que se aplanó hasta tres niveles de terreno y se desplazó los grupos de rocas hacia el extremo de la pampa, hacia el río, donde se formó un gran muro de contención con las rocas del lugar, entre ellas las rocas con petroglifos, que ahora se encuentran allí perdidas (Figura 10).

Cerro Paloma: Los edificios públicos más antiguos

El sitio arqueológico de Paloma se ubica a la altura del kilómetro 53½ de la Panamericana Sur, en el distrito de Chilca, a 3.5 km al Este de la línea costera del Océano Pacífico y a 7 km al Norte de la Quebrada de Chilca. Se emplaza en las lomas del mismo nombre, entre colinas bajas (200 y 400 m s. n. m.), con escasas garúa, flora y fauna costera, y, principalmente, gran riqueza de peces y moluscos. Paloma es importante porque permitió un temprano asentamiento humano debido a la presencia de agua en las lomas de invierno y por su cercanía al valle de Lurín, además que cuenta con recursos marinos malacológicos, mamíferos e ictiológicos. Inicialmente este sitio arqueológico fue estudiado por Josefina Ramos y Frédéric Éngel, y posteriormente por Robert Benfer. Fue Éngel quien, en 1976 y 1979, se concentró en investigar la demografía y subsistencia prehistórica, mediante el estudio de artefactos, muestras ecológicas y entierros, que complementó con estratigrafía y registro arquitectónico. Posteriores análisis, realizados en el Centro de Investigaciones de Zonas Áridas bajo la dirección de Benfer, rescataron valiosos datos (Benfer, 1982).

Arquitectura en Paloma

Cerro Paloma representa una de las formas más tempranas de arquitectura, asociada con la utilización de las lomas y el mar como fuentes de subsistencia, además de un probable inicio de agricultura incipiente. Para los arquitectos peruanos, llamó la atención un fragmento de la obra de Santiago Agurto, en Lima Prehispánica, que señalaba su antigüedad:

En el año 4,334 a. C. los integrantes de una pequeña comunidad, de apenas 15 familias, que vivían en rústicas chozas circulares y subsistían de la explotación de los recursos marinos y de los frutos de la horticultura, construyeron el primer edificio comunal del continente y uno de los ejemplos de arquitectura pública más viejos del mundo. (1984, p. 52)

El edificio al que se refiere Agurto es conocido como el Templo Rojo de Cerro Paloma, y esta cita es sin duda una referencia importante que antecedió a las investigaciones en otros sitios de la costa central andina, muchos de los cuales son hitos de una temprana “arquitectura monumental” . Su importancia radica en que el Templo Rojo fue definido como el primer edificio de carácter público en los Andes, a diferencia del resto del asentamiento. El sitio Cerro Paloma encierra especiales atributos en su arquitectura, que pueden asociarse a dos fases de ocupación.

La Fase I (5,200 a. C.) se caracteriza por la construcción de edificios al fondo de la quebrada, constituidos por habitáculos y pozos cilíndricos ovalados (algunos consideran los habitáculos como pernoctorios, y los pozos como depósitos para alimentos), mientras que la Fase II (4,000 a.C.) está determinada por el Templo Rojo, emplazado muy cerca de un gran conchal en el centro de la explanada (Figura 11).

En cuanto a la sectorización de edificios, se presenta una propuesta que subdivide el sitio en dos áreas. El Área A consiste en una explanada donde están ubicados los logros de algunos grupos familiares que se relacionaron con su medio y desarrollaron una forma de subsistencia que se expresa en las características de sus edificaciones. Allí, el edificio denominado Templo Rojo, como se señaló, ha sido identificado como el primer edificio comunal o público del continente, una función no necesariamente demostrada. Ubicado muy cerca de un gran conchal en el centro de la quebrada, cuenta con una planta rectangular con esquinas curvas (10.20 metros de longitud, 9.15 de ancho y 0.5 de altura, aunque originalmente alcanzaba casi 1.50 metros). En su interior existieron tres fogones centrales. Es el mayor edificio de Paloma, y el único en este sector. Su nombre hace alusión a una cualidad física de las rocas con las que se construyó, las cuales poseen texturas rojas naturales. Las rocas fueron ubicadas verticalmente, de forman que las facetas planas estuviese orientadas hacia el interior. Considerando el alineamiento de sus accesos opuestos (con escaleras de tres gradas), es posible afirmar que estuvo orientado en el eje Este-Oeste de la trayectoria solar (Figura 11).

El edificio, aunque elaborado con una técnica constructiva similar a la empleada en los edificios ubicados en las quebradas cercanas, es mucho mayor que dichas “viviendas”. Su construcción debió haber requerido una coordinación entre varias familias, que invirtieran sus energías y capacidad de organización para lograr objetivos comunes. Éngel consideraba que probablemente este edificio tuvo una techumbre ligera sostenida por postes y vigas de madera. Algunos la consideran aún la expresión arquitectónica más antigua de América (4,334 a. C. aproximadamente).

En cuando al área B, está compuesta por las quebradas que rodean la explanada. Allí existían 140 recintos, aproximadamente, aunque solo se encuentran 11 en regular estado de conservación. Entre estos se han identificado dos tipos de estructura, según la configuración de su base, que se repiten, con cambios poco significativos, en otros recintos: habitáculos de tipo A y habitáculos de tipo B.

Los habitáculos de tipo A (Figura 12) son estructuras hundidas en el suelo, de forma rectangular o circular, y de dimensiones diversas (sus alturas varían entre los 0.55 y 1.10 metros). Se ubican por lo general en la parte baja de las quebradas, a poca distancia unas de otras. Para su construcción se usó la piedra decantada de los cerros cercanos, de diversos tamaños, pero siempre realizando el aplomo interno mediante técnica de mampostería sin utilización de argamasa.

En cuanto a los habitáculos de tipo B, se trata de edificaciones de permanencia o habitación de más compleja disposición. Se logró ubicar uno hacia el final de la quebrada, que formalmente es una construcción conformada por tres partes: a) un habitáculo en sí, el lugar en donde posiblemente se pernoctaba, de forma circular, construido en el subsuelo con piedras poco trabajadas; b) un elemento longitudinal que cumplía la función de acceso, en forma de una rampa de gran dimensión y poca pendiente; y c) un pozo circular con probable función de depósito, registrado hacia la derecha del inicio del acceso.

En otras quebradas se ha registrado la existencia de largos muros, ubicados sin orden en diferentes zonas; no se sabe si sirvieron como muros de contención o si fueron parte de recintos de viviendas. Además, existen bancos o depósitos de conchas, que eran extraídas de las playas, almacenadas y posteriormente llevadas a las viviendas.

Proceso de destrucción

Desde inicios del presente siglo, el territorio y las evidencias arqueológicas han ido deteriorándose (Alvino e Hidalgo, 2003). Dicho proceso se agudiza después del año 2003, cuando algunas de las quebradas de Paloma fueron paulatinamente utilizadas como lugares donde se depositaba la basura producida por las comunidades vecinas. Dos años más tarde, desde 2005 empezaron a utilizarse además como lugar de concentración de restos de animales de granja muertos (bóvidos y aves). Esto derivó en la formación de un foco infeccioso, pues, aunque el entorno permitía cierto aislamiento, los insectos provenientes de allí alcanzaban los centros poblados cercanos. Hacia finales de 2007 la presencia de camiones basureros era constante (Figura 13), y en ese año también se extrajeron las rocas del Templo Rojo y se generalizaron los basurales. Finalmente, durante los siguientes años se cercaron los terrenos aledaños, por lo que actualmente no se puede acceder al sitio.

Cerro Paloma expresa la vida social familiar de la comunidad que lo habitó: la práctica de la recolección y la caza en un contexto geográfico de lomas. Las primeras construcciones debieron ser viviendas de material vegetal, desplazadas por la introducción paulatina de la piedra. Más adelante, al aparecer ciertas necesidades públicas (religiosas o de organización), debió decidirse que era necesaria una construcción mayor, que anunciaría diferenciación y especialización. La gente que habitó Paloma habría vivido toda su existencia en el sitio, logrando cubrir las necesidades de subsistencia. El agua se encontraba cerca, en el valle de Lurín o en algunos manantiales de lomas, y los conchales contienen los restos de las especies, tanto animales y vegetales, entonces consumidos. También algunas especies de peces pudieron ser pescados con anzuelos de hueso (bonito, caballa), indicador del avance tecnológico.

Vilcahuasi. Un asentamiento Huarco en el valle bajo del río Cañete

Vilcahuasi, asentamiento también denominado Huacones (Williams & Merino, 1976) , está ubicado en la margen derecha del valle bajo del río Cañete, entre las ex haciendas de San Pedro y Santa Cruz, al Oeste del antiguo canal de Lloclla. De acuerdo a su extensión es uno de los sitios arqueológicos más grandes de Cañete. Larrabure y Unanue, basándose en documentos del siglo XVI respecto a reparticiones de tierras en terrenos de un asentamiento llamado Vilcahuasi, señalan que el nombre puede deberse a la existencia de un edificio dedicado al culto solar o Templo del Sol, además de un Acllahuasi y grandes corrales:

Están formadas por varios montículos artificiales, con tierra extraída de las inmediaciones, donde, como consecuencia de este trabajo, se formaron numerosas hoyadas… llega a descubrirse el trazo de grandes salas, patios, habitaciones de distinto grandor y corrales…Todo hace pensar que fue el sitio que los Incas escogieron para construir el templo que destinaron en el Huarcu al culto solar, y que las numerosas habitaciones, corresponden muy probablemente al Convento o Mansión de las Vírgenes o Escogidas. (Larrabure & Unanue, 1935, p. 315)

Esto indicaría una ocupación Tawantinsuyu, aunque también es necesario considerar una previa ocupación regional. El asentamiento define arquitectónicamente un planeamiento integral a escala monumental, no solo en extensión, sino en volumen construido (Figura 14). Existen importantes conjuntos edificatorios que rodean un área libre a modo de plaza nivelada o en desnivel, y alrededor se definen muros y caminos. Los edificios son de planta rectangular, compuestos de terrazas escalonadas sobre un eje en ascensión desde la plaza, y alcanzan alturas de más de 15 metros (Figura 15). El conjunto principal está compuesto por dos edificios de más de 100 metros de largo. Todo el complejo arqueológico revela ocupación huarco, no solo por el sistema constructivo empleado, sino por la calidad de la tierra batida, e incluso la forma de reacción ante la humedad y el salitre propio del litoral. Constructivamente también se ha registrado la inclusión, en los bloques de tapia, de grandes adobes elaborados de una arcilla muy diferente, dispuestos de manera aislada (Alvino, 2007). Esta singular configuración también se ha encontrado en Cerro Azul. Espacialmente, se vincula también a Cerro Azul, debido a las proporciones regulares volumétricas de sus edificios y a la existencia de grandes plazas en desniveles. Sobre los edificios se han registrado restos de techados y horcones (Figura 16) aún plantados a modo de columnas (tal y como se aprecia en Cerro Azul7). Dada la envergadura de Vilcahuasi (Huacones), se percibe que, al igual que Imperial8, fueron asentamientos huarco de gran importancia, tal como Ungará y Cerro Azul.

Muy cercanas a la Panamericana Sur, las grandes plazas de Vilcahuasi fueron utilizadas como chacras en el siglo XX. Además, sus gigantescos edificios arqueológicos han sido continuamente explotados como cantera de arcilla para hornos artesanales de ladrillo (Figura 17), y actualmente el crecimiento poblacional del distrito de San Luís ha propiciado el establecimiento de asentamientos humanos en su alrededor, lo cual ha acelerado su proceso de destrucción.

Conclusiones

A pesar de la cercana ubicación de los valles de la costa central a la capital, lo primero que se observa es la contradicción o paradoja de la conservación: el lugar central –Lima–, que acoge los diferentes lineamientos para la conservación y debería mostrar un aparato logístico eficiente, frente a su periferia, olvidada, que aún cuenta con sitios identificados como patrimonio. Resulta increíble la pérdida irreparable de aquello que justamente podría propiciar nuevas formas de desarrollo sostenible. Tan cerca y al mismo tiempo tan lejos.

En el valle de Chancay, el fenómeno urbano que tuvo lugar durante el periodo intermedio tardío y el Tawantinsuyu es realmente espectacular. Pancha la Huaca fue uno de esos asentamientos con edificios y elementos arquitectónicos que configuraron un sistema simbólico codificado espacialmente. Criterios del pensamiento andino estaban expresados en la organización espacial, que hoy ha desaparecido. Otro sitio valioso, sobre el que urge tomar conciencia, es Pisquillo Chico: el gran centro urbano chancay, una posible “capital” dentro del sistema de asentamientos del valle, cuya organización espacial aún es factible comprender. Sin embargo, un sector en su interior ha sido vendido a propietarios particulares, que están practicando la agricultura allí, con la consecuente destrucción paulatina de la arquitectura, ante la ausencia de alguna fuerza de protección del patrimonio. En pocos años el sitio podría desaparecer.

Por otro lado, existe una tradición de fuerte carga simbólica y de larga trayectoria expresada en soportes de piedra, como una forma de conservar la memoria, una “construcción” –también en su sentido estructural de sistema de lenguaje– y diseños de dibujos quilca (toda expresión gráfica realizada en diferentes soportes) sobre superficies de piedra: expresiones cargadas de atemporalidad y posibles narraciones sociales. Lo sucedido en el valle medio de Lurín, sobre las Pampas de Sisicaya, evidencia el poco interés por los conjuntos de petroglifos integrados a un paisaje específico referente, donde el avance urbano expresado en lotizaciones indiscriminadas del terreno y la “necesidad” de ampliar las fronteras agrícolas revolvió literalmente dichos conjuntos, y cualquier intento de asociación resulta en vano. Los otros dos casos señalados son realmente trágicos para cualquier política de conservación. El emblema de los inicios de la arquitectura pública, el famoso Templo Rojo de Cerro Paloma en la quebrada de Chilca, fue destruido. El edificio que mostraba el tránsito de la arquitectura doméstica a aquella que luego sería de gran complejidad (en el Formativo Inicial) tampoco existe más. Era vital pensar en la orientación que presentaba el eje de unión de sus dos escaleras opuestas, ubicadas en la zona central de los lados Este y Oeste del edificio respectivamente, pues ello señalaba una tecnología elemental en el desarrollo astronómico: la precisión de los equinoccios. Y Vilcahuasi, en el valle de Cañete, revela nuevamente la ampliación indiscriminada de las fronteras agrícolas y la destrucción calculada del material del edificio: la arcilla, en una apuesta irónica, sería utilizada para una fábrica de producción de contemporáneos ladrillos de arcilla, algo que sucedió de manera similar con muchos edificios del valle del Rímac hacia mediados del siglo pasado.

Además de lo señalado, el valle de Chancay fue escenario del desarrollo de muchas antiguas sociedades, que no han sido objeto aún de estudios arqueológicos serios, cuyos vestigios han sido destruidos a lo largo del siglo XX, como Huaral Viejo, Miraflores, Jecuán. Últimamente, Portillo, Laure y un gran sector del sitio de Pisquillo Chico están atravesando un proceso de destrucción, como se indicó líneas arriba. Otros valles, como el del Chillón (al sur del Chancay), también albergan gran cantidad de sitios arqueológicos que sufren peligro de destrucción inmediata, por ejemplo, aquellos ubicados junto a canteras contemporáneas de materiales de construcción, como en Socos; sitios que son utilizados como cementerios, por ejemplo en Macas (Figura 18); o tal vez, que ya han desaparecido, como en Huanchipuquio (Figura 19). Incluso, sitios arqueológicos largamente estudiados y reconocidos, como Ancón, sufren el impacto y la destrucción que acarrea el estar cerca de poblaciones que las usan como botaderos de basura. Asimismo, están teniendo lugar procesos una destrucción en el valle de Cañete, como en la ciudad de Imperial, donde además se encontraba un gran asentamiento huarco en el interior del cementerio local (Figura 20).

Urge, por la gravedad de la situación, concretar políticas que puedan reorientar el avance inevitable y feroz del crecimiento urbano, en sus versiones rurales de “ciudad moderna” que apuesta por visiones descontextualizadas. El carácter rural de los pueblos cercanos a los sitios arqueológicos se pierde paulatinamente ante ciertas aspiraciones del modelo de la “gran ciudad”. Se trata de transformaciones aceleradas de paisajes culturales, construidos y recreados en esa relación intensa e interesante entre las lógicas simbólicas de los referentes del lugar, el sustento cotidiano expresado en diferentes modos de re-producción y los sistemas de pensamiento de las comunidades que deberían ser portadoras de sus tradiciones. Existe una fractura, una ruptura, que implica que la mirada desde los pobladores hacia aquellos sitios sea indiferente, tal vez por el sentimiento de ausencia de resguardo de los sitios desde las instancias gubernamentales, y definitivamente por su escasa presencia. También puede deberse a una falta de conciencia, silenciada y seducida por visiones de un desarrollo económico a corto plazo para el que el terreno por explotar vale más que lo que allí subsiste. Los muros antiguos incomodan, estorban o dicen poco sobre el presente.

Se trata, entonces, de una reflexión sobre las políticas de intervención en los sitios arqueológicos y, en el fondo, de una apuesta por re-pensar el patrimonio, discutir y evaluar la historia de la arquitectura, y las historias asociadas a los crecimientos poscoloniales, correlacionándolas con el desarrollo urbano real y los planteamientos muchas veces teóricos administrativos de la planificación, que olvidan el contexto holístico complejo. Ello implica la gestión del patrimonio: una perspectiva más amplia que debe empezar sosteniéndolo como objeto vivo para ser utilizado no como pieza de un pasado para ser admirado, sino como entidad que se reinserta en las comunidades, y re-crea dinámicas que articulan esa ruptura entre pasado y desarrollo. En ese sentido, se debe insistir en políticas reales de educación, divulgación y construcción de la memoria como bien, que permitan socialmente el arraigo de las diversas identidades: un reconocimiento del potencial inserto en el patrimonio.

Referencias

Agurto, S. (1984). Lima prehispánica. Lima, Perú: Municipalidad de Lima Metropolitana.

Alvino, J. (2007). Procesos edificatorios del valle de Cañete. Bitácora de Cañete, 2, 19-48.

Alvino, J. & Hidalgo, C. (2003). Informe del sitio de Cerro Paloma. Lima, Perú: Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Benfer, R. (1982). El Proyecto Paloma de la Universidad de Missouri y el Centro de Investigaciones de Zonas Áridas. Zonas Áridas, 2, 33-73, Lima, Perú.

Espinoza, M. (1973). Topónimos quechuas del Perú. Lima, Perú: Comercial Santa Elena.

Guzmán, M. (2003). Huarco. Arquitectura ceremonial en Cerro Azul. Lima, Perú: Universidad Ricardo Palma.

Guzmán, M. (2016). Arquitectura chancay. Espacios rituales del tiempo sagrado. Lima, Perú: Universidad Ricardo Palma.

Horkheimer, H. (1965). Identificación y bibliografía de importantes sitios prehispánicos del Perú. Arqueológicas, 8.

Larrabure & Unanue, E. (1935). Cañete. Apuntes geográficos, históricos, estadísticos y arqueológicos (Tomo II). Lima, Perú: Imprenta Americana.

La República (2003). Atlas Departamental del Perú. Imagen geográfica, estadística, histórica y cultural. Lima/Callao/Pasco, Tomo 9. Lima: La República, Universidad Ricardo Palma, Peisa S.A.C.

Negro, S. (1991). Arquitectura y sistemas constructivos en los asentamientos de la cultura Chancay. En A. Krzanowski (Ed.), Estudios sobre la cultura chancay-Perú (pp. 57-82). Cracovia, Polonia: Universidad Jaguelona.

Núñez, A. (1986). Petroglifos del Perú, panorama mundial del arte rupestre. La Habana, Cuba: Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo, la Ciencia y la Cultura.

Rostworowski, M. (1978). Señoríos indígenas de Lima y Canta. Lima, Perú: Instituto de Estudios Peruanos.

Stiglich, G. (1922). Diccionario geográfico del Perú. Lima, Perú: Torres Aguirre.

Williams, C., & Merino, M. (1976). Inventario, catastro y delimitación del Patrimonio Arqueológico del valle de Cañete. Lima, Perú: Instituto Nacional de Cultura.


1. El problema etimológico es particular: el nombre está constituido por dos términos, al parecer de uso posterior a la presencia europea: Pancha, que podría ser el actual uso familiar del nombre Francisca, y La Huaca, que estaría señalando el uso, hasta peyorativo, de un sitio arqueológico. En todo caso, es una combinación que significaría la permanencia entre dos “mundos”.

2. Entre los años 1999 y 2002 se realizaron diferentes visitas, registros fotográficos y levantamientos parciales de dos zonas (una al Este y la otra al Oeste) de lo que correspondería al Sector 1 de Pancha la Huaca, ubicado más hacia el norte del sitio. Dichos planos y la información correspondiente han sido publicados en Guzmán, 2016, pp. 97-107.

3. En la actualidad muchos sitios se encuentran cercados físicamente, en el interior de terrenos que indican que son de propiedad privada. La gran mayoría están afectados por la práctica de agricultura, de remoción y aplanamiento de tierras para lotización urbana, o simplemente por la construcción de edificios modernos.

4. Además de Chamallanca y Antapucro, se puede señalar sitios de mayor extensión, como Avillay, Chontay-Antivales, Río Seco, Huaycán de Cieneguilla, Tijerales, Molle, Panquilma, etc., todos en un tramo de menos de 20 km.

5. El círculo de ocho rayos es una imagen frecuente en algunos lugares con petroglifos de la costa central, por ejemplo en San Diego, Cerro Mulato (donde el círculo recibe el tratamiento de un rostro) y Checta.

6. En alguna bibliografía arqueológica se menciona este término para denominar al trabajo efectuado sobre facetas de las rocas, cuya forma característica es esférica (o variantes de esta) en sustracción, lo cual genera concavidades de distinto tamaño. La palabra cúpula se refiere básicamente a una forma de cobertura arquitectónica, y a una solución estructural distinta y ajena al tipo de manifestación cultural que se está estudiando, por lo cual solo se utilizará el término concavidad.

7. Ver, por ejemplo, el estudio arquitectónico del edificio I del centro ceremonial Cerro Azul, donde se registraron las improntas de madera. En Guzmán, 2003, pp. 81-82, 124 (ver Figuras 123 y 124).

8. En una publicación anterior (Alvino, 2007) se hizo referencia a este sitio arqueológico como Guarco Ciudad, el cual se encontraba al interior del estadio Ramos Cabieses de la ciudad de Imperial en Cañete y en la parte posterior del cementerio local (Foto 21). Actualmente prácticamente ha desaparecido.

Figura 1. Mapa de ubicación de los sitios arqueológicos: Pancha La Huaca (valle de Chancay), Pampa Sisicaya (valle de Lurín), Cerro Paloma (quebrada de Chilca) y Vilcahuasi (valle de Cañete).

Elaboración propia sobre la base del “Mapa físico de Lima” (La República, 2003, p. 14-15) y de acuerdo a los reconocimientos empíricos de los autores.

Figura 2. Fotografía aérea de Pancha La Huaca, valle bajo de Chancay.

Izquierda: Servicio Aerofotográfico Nacional, 1002-408, 1945. Derecha: Google Earth, 2018.

Figura 3. Último sector de Pancha La Huaca, frente al área de cultivo en expansión.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2001.

Figura 4. Edificio cuadrangular: patio con posible rampa y plataformas. Pancha La Huaca.

Archivo fotográfico M. Guzmán, 2000.

Figura 5. Muro con doble volado sucesivo, Pancha La Huaca.

Archivo fotográfico M. Guzmán, 2000.

Figura 6. SR-1, la roca más grande y compleja. Al fondo, algunas casas cercanas a Pampa Sisicaya.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2009.

Figura 7. Vista general de Pampa Sisicaya, destacando la faceta trabajada la roca SR3 sobre la explanada y otras rocas adyacentes que crean un espacio circular. Al fondo, a la izquierda, se observa la abertura a la quebrada de Chamallanca.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2009.

Figura 8. Los petroglifos desaparecidos de Pampa Sisicaya.

Dibujo elaborado por C. Alvino, 2014.

Figura 9. Ubicación de los petroglifos en Pampa Sisicaya antes de 2010.

Google Earth, 2013.

Figura 10. Área arqueológica arrasada por maquinaria pesada.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2014.

Figura 11. Según Agurto (1984), el llamado Templo Rojo es un recinto cuadrangular de 12 metros de lado, excavado en el suelo y con función comunal, con lo cual sería el edificio público más antiguo reportado a la fecha: 4,334 a.C.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2003.

Figura 12. Habitáculo de planta circular, en buen estado de conservación.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2006.

Figura 13. Camión abandonando el área arqueológica de Paloma, y atravesando los conchales y el sector en donde se emplazaba el Templo Rojo.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2007.

Figura 14. Aerofoto general de Vilcahuasi.

Google Earth, 2011 y 2016.

Figura 15. Unos de los edificios más grandes de Vilcahuasi. En primer término, una gran plaza.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2010.

Figura 16. Columna de madera in situ. Se aprecian diferentes pisos y gruesas capas de cenizas.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2007.

Figura 17. Camión recogiendo los adobes de uno de los edificios de Vilcahuasi para reutilizarlos en la elaboración de ladrillos. Al utilizar este edificio como cantera se ha perdido más de la mitad de su volumen.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2007.

Figura 18. Sector de Macas, en la margen derecha del río Chillón, sirve de cementerio desde hace 100 años a la comunidad local.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2015.

Figura 19. Posible rampa en un edificio de Huanchipuquio, en la margen izquierda del valle medio del río Chillón, actualmente destruido.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2003.

Figura 20. Sitio arqueológico en el cementerio de la ciudad de Imperial, Cañete.

Archivo fotográfico C. Alvino, 2007.