Las Ruinas de Veracruz

y sus Ermitas.

Sutiaba, León-Nicaragua

Raúl Barahona Portocarrero

Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería. Managua-Nicaragua, 2013.

Reseña de Silvia Quinto Fernández

Esta publicación surge de un tema abordado por el autor durante sus estudios de Arquitectura, que tras un proceso de ardua elaboración se convierte en un libro de consulta y referencia de la historiografía del patrimonio nicaragüense.

La investigación sobre Las Ruinas de la Iglesia de Veracruz y sus Ermitas, como lo señala el Arq. Barahona Portocarrero, es un homenaje al pueblo aborigen de Sutiaba, hoy barrio de la ciudad de León, capital histórica de Nicaragua, donde sus pobladores han desarrollado a partir de las especificidades geográficas, climáticas y sísmicas del espacio que habitan diversas manifestaciones culturales, también singulares. Se trata de un espacio de Nicaragua donde la arquitectura de culto de raigambre nativa, por su cantidad, variedad y calidad, resultaba desconocida. Mediante la sistematización metódica realizada a través de la lectura e interpretación de los tapiales y adobes de las antiguas paredes de sus templos religiosos, recorriendo desde sus antecedentes europeos los centros indígenas del lugar, el establecimiento de tres siglos de la colonia española en Nicaragua y su transformación posterior en los últimos siglos, el autor logra elaborar un retrato, una visión integral de la dinámica de crecimiento del Templo de Veracruz y sus ermitas –muchas de ellas hoy inexistentes–.

Este trabajo se sustenta –como lo expresa el autor– en el empleo de un método de investigación que combina la técnica documental y de campo, además de valerse de la información histórica y la comparación con las iglesias indígenas contemporáneas, de forma que permite aproximarse a una propuesta –hipótesis– de la imagen original de su diseño arquitectónico y urbanístico, así como del ambiente económico, social y político en que se edificó.

Así, vislumbra la caracterización del templo aborigen como espacio bidireccional, en el cual la ceremonia se realizaba prácticamente al aire libre, en torno a un eje en cuyo centro estaba la plaza, mientras que en los extremos se ubicaban el montículo de sacrificios, el espacio cubierto para ídolos, y los aposentos para sacerdotes y asistentes. Se trata de una disposición muy distinta a la del templo colonial, donde el espacio está totalmente cubierto y es cerrado, simétrico, con un eje longitudinal unidireccional que lleva hacia el centro único, el presbiterio.

Los vestigios de la Iglesia de Veracruz están localizados en un terreno de 4,000 m2 aproximadamente, en la esquina suroccidental del Plaza Mayor de Sutiaba. Las ruinas presentan una fisonomía irregular, de distintas alturas, debido al deterioro generado por el paso del tiempo. La planta es una imperfecta cruz latina de poco más de 600 m2, compuesta de dos áreas rectangulares unidas en forma de T. El frontis ha desaparecido, y las fachadas laterales norte y sur han colapsado. Permanecen solo partes de paredes y algunos contrafuertes. Los muros de las fachadas eran de mampostería y calicanto; los contrafuertes, de sillería o bloques regulares de piedra cantera. En 1970 se conservaban solo cinco contrafuertes de un total de seis por cada fachada lateral; hoy su lamentable situación de abandono sigue afectando los pocos restos que se mantenían.

Las ruinas, junto con la información histórica documental y otros ejemplos de iglesias contemporáneas, permitieron al autor rehacer, mediante el método comparativo, la imagen virtual de la edificación, que confronta con el levantamiento de las ruinas para lograr la mayor precisión posible.

Así se determinó la concepción espacial de la planta: forma de cruz latina, diseño axial y simétrico que favorecía la mirada al altar, donde se colocaba la imaginería colonial en detallados retablos de madera a fin de inculcar la nueva fe religiosa, sustituyendo los iconos indígenas para así mantener el vínculo ideográfico de las deidades ancestrales teocalis.

Asimismo, se lograron establecer los criterios del sistema estructural utilizado en muros y techumbre, y los materiales empleados: “tuvo que transcurrir un poco más de un siglo de praxis constructiva religiosa de la comunidad indígena de Sutiaba, para consolidar el sistema práctico y antisísmico de techumbre de alfarje descansando en muros de mampostería y calicanto” (p. 64). El autor refiere que en el caso estudiado se experimentaron también diversas combinaciones con techos de bóvedas de media naranja y de baúl en mampostería de ladrillo de barro.

Además, detalla el diseño y estado del conjunto de las cuatro ermitas: San Pedro, Santiago, San Andrés y San Sebastián, las cuales circunvalaron alrededor de la Iglesia principal y forman un paralelogramo del que hoy solo quedan ruinas.

Esta publicación es evidencia de un proceso de enorme esfuerzo y alto grado de detalle y rigor científico, que a través de los textos y la expresión en planos de plantas, cortes, elevaciones, ilustraciones, fotos, detalles, tablas cronológicas y cuadros resumen conduce al lector por las características, estructura e infraestructura religiosa de Sutiaba, el ayer y el hoy del patrimonio casi desconocido de Nicaragua.

El propósito trazado por el arquitecto Barahona, la búsqueda de la identidad arquitectónica, urbanística y territorial nicaragüense, resulta en, además de un reconocimiento de los valores patrimoniales –el descubrir la importancia histórica, científica, simbólica y estética de la arquitectura de Veracruz y sus Ermitas para la identidad nacional– ,un ejemplo de la visión y acuciosidad de una investigación integral arquitectónica y urbanística.

Es destacable el aporte de este libro al conocimiento del patrimonio y conservación nicaragüense, como linterna que ilumina el pasado, el presente y el futuro de la conservación del patrimonio de nuestros pueblos.